• Guardianas del fuego

La responsabilidad que recaía sobre las mujeres prehistóricas de asegurar la supervivencia diaria de los miembros de la comunidad les confería un poder económico sin par, que iba acompañado de otra prerrogativa de gran valor simbólico: la de vigilar el fuego sagrado, nacido milagrosamente del rayo, que los grupos nómadas se esmeraban en mantener vivo y transportaban de campamento en campamento. Cuando se marchaban los cazadores, el fuego milagroso, fuente de calor, de luz y por tanto de vida, quedaba en manos de las mujeres, quienes lo utilizaban para preparar las comidas y procuraban que no se apagara. Madres y nodrizas, guardianas del fuego y abastecedoras de alimentos, fabricantes de utensilios para excavar la tierra y de recipientes para conservar los tubérculos o la carne asada, múltiples eran las tareas de nuestras antepasadas que, sin embargo, no se conformaron con ello y encontraron un hueco en su apretada agenda para inventar una práctica que cambiaría la faz del mundo: la agricultura. La naturaleza que las recolectoras observaban a diario les enseñó paulatinamente sus secretos. Añprendieron a reconocer las distintas etapas de crecimiento de las plantas y a averiguar cuál era el momento adecuado para recoger sus frutos. Descubrieron que, si sembraban determinadas semillas, éstas se convertían en hortalizas. O en maíz, trigo, arroz. De recolectoras, pasaron a horticultoras, y luego a agricultoras, capacitadas por su experiencia milenaria para controlar los procesos de cultivo desde la preparación de las tierras hasta la cosecha.