· Teresa Forcades, teóloga feminista, monja benedictina y doctora en Medicina

“La mujer teme a la soledad; el hombre, a la dependencia”
Tengo 41 años. Soy benedictina y doctora en Medicina por la UB y la Universidad Estatal de Nueva York; me gradué en Teología en Harvard y en la Facultat de Teologia. Nací en Gràcia. No se trata de lograr la etiqueta correcta, sino de respetar la identidad única de cada persona

ENTREVISTA DE LLUÍS AMIGUET - 17/10/2007 - LA VANGUARDIA – BARCELONA
Hace cinco años que persigo para La Contra a nuestra más brillante teóloga, que se preparaba para ser sacerdote católica. Por fin, la doctora acepta y me sorprende en Montserrat con un sabio “¿Para qué ordenar mujeres si no cambiamos la Iglesia?”.
Esperaba escrutar lo divino con sor Forcades y acabo por gozar con ella de la infinita diversidad de lo humano. Nadie me ha explicado mejor por qué los hombres tememos al amor y las mujeres a la libertad. Y nadie me ha señalado mejor el camino para no tener miedo. Sabe de gais, mujeres, hombres y sus manías... Y de achaques: llego en plena tormenta, mareado por las curvas, y se ofrece como acupuntora. Pincha y cura cuerpo y alma.


-La era premoderna era teocéntrica: la religiosidad y la relación con Dios dirimía la jerarquía, por eso el poder patriarcal consideraba a las mujeres seres con menos espíritu.

-Sólo los hombres hablaban con Dios.
-En la modernidad –de la imprenta a la Revolución Francesa– a las mujeres se nos reconoce esa capacidad espiritual, pero sólo porque ya no es importante, puesto que es el uso de la razón el que decide el reparto de poder, por eso, el poder patriarcal dice entonces de las mujeres... ¡que somos más religiosas porque carecemos de raciocinio!

-Se trata siempre de ponerlas en su sitio.
Con el romanticismo, la libertad sustituye en jerarquía a la razón y el poder patriarcal dice entonces que la mujer es más dependiente y menos capaz de decidir por sí misma.

-¿Y ahora?
-Y ya en la posmodernidad, desde Mayo del 68, el valor más importante es la diversidad y el policentrismo. Ahora el discurso patriarcal ya acepta que la mujer es tan espiritual, tan racional y tan libre como el hombre...

-Pero…
-El pensamiento patriarcal se va enmascarando siempre para justificar la subordinación de la mujer. Ahora dice que la mujer es superior –por causas biológicas– al varón en amor, lo cual es la manera políticamente correcta de decir hoy que su lugar natural es el hogar, con niños, ancianos y enfermos.

-¿Y no es así?
-Nuestra individuación infantil se produce en relación con la figura materna: la niña al separarse de la madre también se da cuenta de que es como ella. Por eso, la mujer siempre creerá que es más ella misma cuanto más se asemeje a las personas que ama.

-¿Y el nene?
En cambio, el niño se va separando de la madre dándose cuenta de que no es como ella, por eso creerá que es más él mismo cuanto más se distinga de las personas que ama. Y luchará siempre por su autonomía también respecto a sus seres queridos.

-Entonces...
-Por eso la mujer, cuanto más infantil, más actúa por miedo a la soledad, y el hombre, cuantomás infantil, más actúa por miedo a la dependencia.

-Por ejemplo
-La mujer femenina quiere lo que quieren los que ella quiere: si todos quieren ir al mar, no irá a la montaña, aunque a ella le apetecía, porque los quiere a ellos antes que a ella. La mujer aprecia más el vínculo afectivo que su propia autonomía. Y si se ve obligada a elegir, sacrificará su autonomía por este vínculo.

-Veo que domina usted esas diferencias.
-Los hombres se quejan de que las mujeres en una relación de pareja se lo guardan todo en una lista mental y un día se lo sueltan a ellos en una retahíla de agravios y sacrificios: ¿eso es amor? No: es miedo a la soledad. El amor se justifica a sí mismo en cada momento sin esperar ninguna compensación. ¿Hace falta que le hable ahora sobre el miedo del hombre al compromiso y la dependencia?

-¡Qué me va a contar!
-Ni la feminidad de la mujer es amor ni la masculinidad del hombre es libertad. Yo me inscribo en la tradición de teólogas feministas, que no femeninas, que ha desenmascarado ese discurso patriarcal desde sus inicios.

-Lo he leído en su Teología feminista en la historia (Fragmenta).
-Allí verá que ha habido otras teólogas que han ayudado a que el hombre supere su miedo a la dependencia y la mujer su miedo a la soledad y que han abierto el camino para que trabajemos juntos en ser mejores personas.

-¿No debemos adaptarnos unos a otros?
Para convivir hombres y mujeres, extranjeros y locales, jóvenes y mayores, no se trata de que diluyamos nuestras diferencias en una mediocre sopa común, sino que aprendamos a convivir sin dejar de ser diferentes cada uno con su cultura, lengua, sexo o edad.

-¿No es mejor ser de aquí que de allá?
-No debemos ni clonarnos ni hay que tener la etiqueta correcta en cada momento y país, sino que debemos aprender juntos a saber gozarlas todas.

-Entonces: ¿Dios es hombre, mujer o gay?
-Dios está más allá de cualquier sexo, pero su imagen ha sufrido la proyección de los prejuicios de sexo del poder patriarcal. Pero la mujer y la persona gay están subordinadas o incluso negadas en la Iglesia. Hay decisiones morales que son absolutamente personales y por las que se pedirán cuentas a cada persona.

-¿Por qué no se ordenan mujeres?
-No tendría mucho sentido conseguir que se ordenaran también mujeres sin cambiar las estructuras patriarcales de la Iglesia.

-Usted era una brillante médica formada en EE.UU. ¿Por qué se metió a monja?
-Vine aquí a Montserrat buscando tranquilidad para preparar el examen de Medicina Interna y descubrí y sentí que éste era mi sitio.

-¿Tuvo usted un momento epifánico?
-Las hermanas me pidieron a mí, como médico una charla sobre el sida. Temí la ocasión.

-¿Qué temía?
-Que tuvieran reacciones excluyentes respecto a la homosexualidad, pero las hermanas me preguntaron con infinito respeto y amor por los enfermos y por los homosexuales, que la Iglesia condenaba. Sentí que quería ser una de ellas.
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