• Crónicas de la visita de las 13 Abuelas

Carta de Tina Rodero - Manantial de la Madre
Me apunté al encuentro con las trece sabias abuelas indígenas. Lo organizaba Mariana, creadora del movimiento "Arboleda de las hijas de Gaia", al que también pertenezco. Hubo mucho trabajo en la finca de Torrenanita para prepararlo todo. ¡Lo encontré todo tan cambiado, había flores por todas partes...! ¡hasta descubrí una nueva fuente, posiblemente oculta tras la maleza! Había un nuevo estanque y un tótem engalanado con bellas vestiduras. Senderos nuevos. Todo más limpio y despejado.

El agua corre por toda la finca. Existe un manantial que mana allí mismo. Me sentí muy feliz cuando di el paso de salir de casa para embarcarme en la aventura de las abuelitas.

Las trece abuelitas hicieron que ese encuentro de Torrenanita fuera realmente entrañable. Hablaron de la historia de los linajes de sus tribus y de su propia historia personal, llena de acontecimientos extraordinarios. Poseían gran humor y desprendían de sí mismas un amor tan grande que era difícil asimilar en un principio. Cuando me despedí de ellas y me rodearon con su gran abrazo, habría querido fundirme con esas Grandes Madres para siempre, mi corazón temblaba y suspiraba: “por favor, adoptadme, abuelitas” decía mi corazón. ¡Qué bello es amar, y recibir este amor tan puro! Después vino el recuerdo de mis abuelas familiares y sentí su gran abrazo desde el cielo. Por eso he escrito este texto:


ABUELITAS QUERIDAS
A una de mis abuelas de sangre no llegué a conocerla, se llamaba Concepción, igual que mi madre. De ella tengo una foto muy bella, lleva el pelo muy negro recogido en un abundante moño y sus ojos son de un negro profundo. De pequeña navegaba dentro de esta foto que mi madre tenía sobre un aparador del salón. Me quedaba ahí un rato largo observando esta bella mirada de mi abuela, añoraba los brazos que no había sentido a mi alrededor y hacía preguntas a mamá sobre ella. Mamá decía que mi abuela hacía trajes de hombre en un taller llamado La Imperial, o sea que era sastra, además de una cocinera estupenda y una amantísima madre. Admiraba mucho a esta abuelita que había muerto en un accidente de tren cuando mamá tenía dieciséis años. Mamá lloraba al relatar esta desgracia familiar:

- Estábamos en guerra, hija mía, y en el mismísimo frente. Aún recuerdo las sirenas y nuestras carreras para escondernos dentro de los refugios lo antes posible, antes de que comenzaran los bombardeos. Mi hermano Víctor no estaba, él se había marchado a Galicia, antes de que comenzase la guerra, mis padres lo habían mandado allí con unos amigos suyos porque solíamos ir mucho a Galicia a veranear y teníamos muchos amigos allí, que eran como de la familia. Los viajes nos salían gratis porque mi padre era ferroviario.

-¿Y no volvió de Galicia?
- De la Coruña, hija, concretamente. Pues no pudo volver, al estallar la guerra se quedaron todos los transportes paralizados. Bueno podría haber vuelto en algún auto, pero mi madre dijo que era mejor así, pues en La Coruña estaba más protegido, allí la guerra no se vivió tan intensamente como en Madrid.

-¿ Entonces tu madre, o sea, mi abuela, tuvo que separarse de su hijo durante los tres años que duró la guerra?
- Si, hija, si, y no creas que no fue duro para ella, que se acordaba constantemente de su hijo mayor, porque además mi hermano Víctor era muy cariñoso. ¿Por donde iba, hija, que me he perdido?

- Me hablabas de cuando salías corriendo para los refugios antes de que cayesen las bombas.
- Ah, sí, hija, ¡tú no puedes ni imaginar el miedo que pasábamos y lo terrible que era, al salir del refugio, encontrarse a tanta gente muerta, que había que saltar por encima de ellos. ¡Bueno, no quiero ni pensarlo! Pero esas imágenes ya no se me van. Yo entonces tenía nueve años.

- Pero la abuela murió cuando tú tenías dieciséis...
- Sí, ciertamente. Mi madre murió en la postguerra. Solo nos daban una barra de pan a cada uno para todo el día. Recuerdo que mi prima Pepita se comía la barra de una vez, decía que prefería sentirse llena completamente en algún momento del día, aunque después pasase mucho hambre. Bueno, es que mi prima era un caso, con decirte que se casó con un novio en “artículo mortis”

- ¿Qué es eso?
- Es casarse cuando la persona ya ha muerto.

- ¿Y por qué lo hizo?
- Su novio murió de repente y ella estaba locamente enamorada de él, dijo que jamás volvería a casarse, su padre no quería que se casase en “artículo mortis”, pero ella se empeñó, era muy terca, y lo consiguió. Pero por supuesto, después encontró a otro novio, con el que se volvió a casar, que ahora es su marido.

- ¡Pero mamá, sígueme contando lo de la muerte de mi abuela!
- Sí, hija, es cierto, me enredo con otras cosas, pero es que todo se me junta en la cabeza. Pues la cuestión es que, a pesar de que pasábamos hambre, mi madre estaba muy feliz porque mi hermano había vuelto, la guerra había terminado y ella comenzaba a trabajar cosiendo.

- ¿Cómo tú, mamá?
- Bueno, mi madre cosía mucho mejor que yo. Hacía unos trajes preciosos, y coser para los hombres es mucho más difícil que para las mujeres.

- Si, seguro que cosía estupendamente. ¡Mamá cuanto me habría gustado conocerla!
- Llegaba el cumpleaños de mi otro hermano pequeño, Luisito, y mamá decía que tenía que darle una buena celebración. Tenía que viajar a un pueblo para conseguir comida para la celebración. Mamá tardaba mucho en volver, y nunca volvió, se quedó en Arévalo, donde murió cuando descarriló el tren, donde ahora está enterrada.

Siempre que llegábamos a este punto mamá se ponía a llorar desconsoladamente y yo me quedaba con un sin fin de preguntas, pero solo podía acompañarla en su llanto. ¡Me imaginaba la soledad tan tremenda que habrían sentido esos tres niños ilusionados esperando a su madre para celebrar un cumpleaños y que todas sus ilusiones se truncasen de ese modo. Miraba la foto de mi abuelita y le preguntaba “¿Por qué te fuiste así?” Y ella me respondía con un amplia sonrisa diciendo: “Mi niña, no me fui del todo, díselo a tu madre, abrázala mucho, dile que no está sola y nunca lo estará”.

A mi otra abuelita, con la que solía ir al pueblo donde había nacido mi padre, Castellar de Santiago, a esta abuelita, cuyo nombre llevo, si la conocí bien. Ella era en realidad de un pueblito de Jaén, llamado Aldeaquemada. Se llamaba así porque esta aldea se quemó en tiempos de Carlos III. Uno de mis apellidos, Masdemont, viene de Centroeuropa y es que antepasados de Flandes vinieron a repoblar este lugar. Aldeaquemada es un pueblo precioso, enclavado en sierra Morena, rodeado de montañas. Hay un lugar precioso que se llama La Zimbarra, es una gran cascada con un estanque profundo, de allí se contaban historias terribles, como que un monstruo tremendo salía de las profundidades y con sus manos llevaba hacia dentro a la persona que se atrevía a bañarse en sus aguas, y luego ni se podía encontrar al ahogado. A ese lugar se llegaba por un camino sinuoso, subiendo hacia un gran precipicio.

Todos los veranos, cuando iba a Castellar de Santiago, reservábamos unos días para visitar a la familia de mi abuela en Aldeaquemada, que está al lado, y siempre íbamos a ver la Zimbarra, pero nunca me bañé allí por el terror que tenía a esas historias, siempre me quedaba mirando ese lugar de aguas verde-oscuras entre precipicios y árboles y pensaba: algún día me bañaré aquí, y un día, ya de mayor, sin pensármelo dos veces, me metí con mis niños pequeños y mi marido y curiosamente no tuve ningún miedo, fue algo excitante, además que me bañe allí desnuda y me sentí rodeada por una densidad enorme, era como si las aguas fueran muy ricas, y a pesar de que se veía todo oscuro, si tomabas agua en tus manos, se veían muy claras, eso sí, tuve un poco de miedo cuando comprobé que no me apetecía nada salir de allí, porque ese sitio te atrapa.

Aunque Castellar y la Aldea están muy juntos son de diferente provincia, pues Castellar es de Ciudad Real, y de un lugar a otro cambia tanto el paisaje como la gente, en Castellar el paisaje es llano, en la Aldea montañoso, en Castellar priman los tonos amarillos y ocres, en la Aldea, los verdes. La gente de Castellar es seria y la de la Aldea muy alegre. En incluso mis primos de la Aldea eran muy rubios y con ojos azules y los de Castellar eran morenos de ojos negros. Mi abuelita no se adaptó muy bien a este lugar tan diferente a donde su marido la llevó al casarse, pero antes las mujeres no podían decidir muchas cosas, aunque en muchas otras mi abuela mandaba por completo. Mi abuelo le hizo una gran casa allí en el Castellar, con sus propias manos, para la casa construyó varios muebles. Adoraba a mi abuela y se esmeró para rodearla de muchas cosas bellas. Mi abuelo puso su taller de carpintería a la entrada de la casa y vendía muebles para toda la gente del pueblo, mi abuelo se llamaba Zebedeo y a mi abuela en este pueblo de Castellar le llamaron la Zebedea.

Yo tengo en mi casa un mueble que hizo mi abuelo, es un sofá con maderas retorneadas, también tengo algunas de sus estanterías muy monas donde pongo fotos. A este abuelo tampoco le conocí, pues murió cuando papá era pequeño. Pero sí conocí a mi otro abuelo, el ferroviario, que vivió con nosotros cuando yo era pequeña y que murió cuando yo tenía seis años. Mamá no quería adornar la casa por Navidad cuando él murió, pero las monjas de nuestro colegio la llamaron porque mis hermanas y yo estábamos tristes diciendo que no íbamos a tener Navidad. Le dijeron que lo hiciera por nosotras, que adornara la casa con Nacimiento y Árbol como siempre hacía, y mi madre les hizo caso, lo cual agradezco mucho, pues me encantaba la Navidad y me sigue gustando. También yo pongo ahora en mi casa Nacimiento y árbol para Navidad.

VOLVER A LA PÁGINA PRINCIPAL