• La necesidad de una iniciación masculina


Entrevista de Keith Thompson a Robert Bly

Keith Thompson: - En la antigua tradición griega un joven podía abandonar a su familia para estudiar con un hombre mayor las energías de Zeus, Apolo o Dionisos. Parece que nosotros hemos perdido el ritual de la iniciación, aunque los jóvenes tienen una gran necesidad de ser introducidos en los misterios de la masculinidad.

Robert Bly: - Eso es lo que se ha perdido en nuestra cultura. Entre los hopi y otros nativos americanos del sudoeste, se aparta a un muchacho a los veinte años y se le conduce abajo, al interior de la Kiva; permanece ahí abajo seis semanas, y pasa un año y medio antes de que vea a su madre. Entra de lleno en el mundo instintivo masculino, lo que supone una fuerte ruptura con sus dos padres. Mire, el fallo de la familia nuclear no es tanto que sea disparatada y que esté llena de duplicidades (eso es también cierto en las comunas, tal es la condición humana); la consecuencia es que el hijo pasa por un tiempo difícil rompiendo con el campo de energía de los padres, especialmente el campo materno, y nuestra cultura no ha previsto nada para esa iniciación.
Las sociedades de la antigüedad creían que un muchacho se hace hombre sólo a través del ritual y el esfuerzo –que debía ser iniciado en el mundo de los hombres-. No podía hacerlo por sí mismo, y no podía hacerlo porque comía semillas de trigo. Y sólo los hombres pueden hacer ese trabajo.

Keith Thompson: - Tendemos a ver la iniciación como una serie de pruebas que el joven debe pasar, pero seguramente hay algo más que eso.

Robert Bly: - También podemos imaginar situaciones como eses momento en que los hombres de más edad dan juntos la bienvenida al varón más joven al mundo de los hombres. Una de las mejores historias que he oído acerca de esa forma de bienvenida tiene lugar entre los kikuyu de África. Cuando un joven está ya dispuesto para la bienvenida, se le aparta de su madre y se le lleva a un lugar especial que los hombres han dispuesto a una cierta distancia del poblado. Ayuna a lo largo de tres días. La tercera noche se encuentra sentado en medio de un círculo de fuego con los hombres mayores. Tiene hambre y sed, se siente alerta y aterrorizado. Uno de los hombres mayores coge un cuchillo, se abre una vena de un brazo y deja que fluya un poco de sangre en un cuenco. Cada uno de los hombres del círculo se hace un corte en un brazo con el mismo cuchillo mientras el cuenco pasa de mano en mano y deja fluir en él un poco de sangre. Cuando el cuenco llega al joven, se le invita amablemente a que se alimente de él.
El muchacho aprende muchas cosas. Aprende que hay un cierto tipo de alimento que no procede de su madre, sino de los varones. Y aprende que el cuchillo se puede utilizar con muchos propósitos además de herir a otros. ¿Puede caberle ahora duda alguna de que es bien recibido en el mundo de los hombres?
Una vez hecho esto, los hombres pueden enseñarle los mitos, las narraciones, las canciones que sirven de vehículos de los valores masculinos, no sólo lo relativo a la caza, sino los valores espirituales. Aprendidos los “mitos pregnantes”, llevan al muchacho más lejos aún de su padre personal, a la humedad de los padres de los pantanos que llevan ahí siglos y siglos. 

Keith Thompson: - Si el joven de hoy no tiene acceso a los ritos de iniciación del pasado, ¿cómo puede cumplir el paso a su energía instintiva masculina?

Robert Bly: - Déjeme que le devuelva la pregunta: ¿cómo lo ha hecho usted?

Keith Thompson: - Bueno, me ha parecido oír muchas cosas acerca de mi propia trayectoria en sus observaciones sobre los hombres suaves o blandos. Tenía yo catorce años cuando mis padres se divorciaron, y mis hermanos y yo nos quedamos con mi madre. Mis relaciones con mi padre habían sido remotas y distantes, y ahora el ya no estaba en casa. Mi madre tenía la ayuda de una serie de sirvientas sucesivas mientras nosotros íbamos creciendo, en especial una maravillosa anciana campesina que hacía de todo, desde cambiarnos los pañales hasta enseñarnos a rezar. Llegó a ocurrir que mis mejores amigos eran mujeres, incluyendo algunas mayores y enérgicas que me introdujeron en la política, la literatura y el feminismo. Eran amistades platónicas, del tipo que se da entre mentor y discípulo. Me sentí especialmente influenciado por la energía del movimiento de las mujeres, en parte debido a que había crecido bajo la influencia de mujeres fuertes aunque cariñosas y en parte porque la ausencia de mi padre me hacía pensar que no se podía confiar en los hombres. Así que durante diez años, hasta que cumplí los veinticuatro, mi vida estuvo llena de mujeres seguras de sí mismas y con experiencia, y amigos masculinos que, como yo, se inclinaban lacia la vulnerabilidad, la amabilidad y la sensitividad. Desde el punto de vista del varón de los años sesenta y setenta, lo había hecho así. Aunque hace unos años empecé a pensar que había perdido algo.

Robert Bly: - ¿Qué era lo que había perdido?

Keith Thompson: - Había perdido a mi padre. Empecé a pensar en mi padre. Él empezó a aparecer en mis sueños, y cuando miraba viejas fotos de familia, viendo su retrato sentía una gran pena; pena por no conocerle, porque la distancia entre nosotros parecía tan grande. También empecé a consentirme sentir la soledad por su ausencia. Una noche tuve un sueño tremendo. Me había llevado a la profundidad del bosque una manada de lobos que me alimentaban y cuidaban con amor y cuidado, y yo me había convertido en uno de ellos. Aunque, en cierto sentido inexpresado, estaba siempre un poco aparte, era diferente del resto de la manada. Un día, después de haber estado corriendo por el bosque junto a ellos, en una hermosa formación y a una velocidad de vértigo, llegamos a un río y empezamos a beber. Cuando nos inclinamos hacia el agua, puede ver el reflejo de todos ellos, pero ¡no puede ver el mío! Había un espacio vacío en el agua donde se suponía que yo debía estar. Mi respuesta inmediata en el sueño fue sentir terror: ¿estaba yo allí?, ¿existía? Sabía que el sueño tenía que ver en cierto sentido con el hombre ausente, a la vez conmigo y con mi padre. Decidí dedicarle un tiempo, para ver quiénes éramos cada uno en su vida ahora que los dos éramos un poco más adultos.

Robert Bly: - O sea que en sueño ahondó en la añoranza. ¿Le vio usted?

Keith Thompson: - Sí. Fui al Midwest unos meses después para verles a él y a mi madre, porque los dos se habían vuelto a casar y vivían en nuestra casa de antes. Al principio, pasé bastante más tiempo con mi padre que con mi madre. Él y yo íbamos a pasear por el lugar para recuperar el tiempo perdido durante mi niñez, viendo los graneros, los tractores y los campos, que parecían no haber cambiado en absoluto. Yo le decía a mi madre: “Voy a ver a papá. Nos vamos a dar un paseo y cenaremos juntos. Hasta mañana”. Eso no hubieses ocurrido unos años antes.

Robert Bly: - El sueño es la historia global. ¿Qué ha pasado desde entonces?

Keith Thompson: - Desde que recuperé el contacto con mi padre he ido descubriendo que tengo menos necesidad de que mis amigas mujeres sean mis únicas confidentes y confesores. En este sentido, me he vuelto más hacia mis amigos, especialmente aquellos que trabajan en temas similares. 
Lo que hay de común en nuestra experiencia es que al no haber conocido o no habernos relacionado con nuestros padres, y al no tener mentores masculinos de más edad, hemos intentado derivar una fuerza de segunda mando de las mujeres que derivan su fuerza del Movimiento Feminista. Es como si muchos de los jóvenes blandos de hoy quisieran que esas mujeres, que son más fuertes y juiciosas, les iniciasen en algún sentido.

Robert Bly: - Creo que eso es cierto. Y el problema es que según el antiguo planteamiento, las mujeres no puede iniciar a los varones, es algo imposible. 
Cuando estaba dando conferencias acerca de la iniciación de los varones, bastantes mujeres de la audiencia que estaban educando ellas solas a sus hijos me decían que habían tropezado precisamente con este problema. Tenían la sensación de que sus hijos necesitaban cierta dureza o disciplina, como quiera que se llame, pero que veían que si intentaban proporcionársela, empezaban a perder contacto con su propia femineidad. No sabían qué hacer.
Yo dije que lo mejor que se podía hacer cuando un chico tiene doce años es llevarle con su padre, pero muchas mujeres decían de forma terminante: “No, los padres no son atentos, los hombres no cuidarán de ellos”. Yo le dije que había manifestado serias reservas acerca de la crianza de los niños hasta que me llegó el momento de educar a mis hijos. También creo que un hijo siente una especia de anhelo físico por el padre que hay que tener en cuenta.
Una mujer contó una historia interesante. Estaba educando a un chico y dos chicas. Cuando el chico llegó a los catorce años se fue a vivir con su padre, pero se quedó con él sólo un mes o dos y luego regresó. Ella dijo que sabía que, con tres mujeres, había demasiado energía femenina para él en la casa. Era algo descompensado por decirlo así, pero ¿qué podía hacer?
Un día ocurrió algo raro. Dijo ella amablemente: “Es la hora de cenar, John”, y él la golpeó. Entonces ella dijo: “Creo que ha llegado el momento de que vayas con tu padre”. Y él dijo: “Tienes razón”. El muchacho no podía expresar conscientemente lo que necesitaba, pero su cuerpo sí que lo sabía. Ella comprendió que era un mensaje. En Estados Unidos hay muchos chicos grandes y musculosos alrededor de las cocinas, actuando con rudeza, y yo creo que lo que intentan es resultarles menos atractivos a sus madres.
La separación de la madre es crucial. No digo que las mujeres hayan estado equivocándose necesariamente. Creo que el problema consiste más bien en que los hombres no están haciendo en realidad lo que les corresponde.

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