Cuando el feminismo acciona consiguiendo logros formales y sociales, el patriarcado reacciona con bulos saboteando los éxitos, criticando e intentando vaciar de contenido el movimiento. En la Tercera Ola, se consiguieron grandes logros a nivel mundial contra la violencia (de género) hacia las mujeres y esto llevó a los mitos de que la mujer ejerce maltrato hacia los hombres en la misma proporción, al síndrome de alienación parental o a las denuncias falsas.
En la Cuarta Ola nos enfrentamos a un imaginario colectivo que ha normalizado estas estrategias patriarcales a las que nos enfrentamos las feministas y que voy a intentar abordar a continuación.
La información es poder
Esta estrategia consiste en mediatizar ciertos casos como aislados, es decir, mostrarlos como casos esporádicos y no como una violencia global y sistemática que ejercen los hombres hacia las mujeres. Las violaciones en grupo ocurren a nivel mundial, desde la India hasta España: en Suecia tuvieron que cancelar el año pasado un festival por la cantidad de denuncias de agresiones sexuales hacia las mujeres; en España, la página www.geoviolenciasexual.com ha registrado 51 violaciones en grupo desde 2016 en nuestro país, pero esto ocurre también en guerras y a nivel mundial. Las violaciones a mujeres en grupo existen desde los inicios del patriarcado. Las que han sido prostituidas, denuncian que cuando una mujer es trasladada a un prostíbulo se la viola en grupo como "bienvenida", las violaciones "correctivas" para lesbianas también se realizan entre varios hombres, así como las violaciones de soldados a niñas y mujeres en territorios en conflicto y guerras.
La manada es un caso que ha indignado a la sociedad por varios motivos. Las grabaciones de la violación que se han presentado como prueba no dejan duda de que fue una agresión sexual, y sin embargo la sentencia condenatoria es simplemente por abuso. Así, las mujeres se preguntan que, si, aun estando grabado el delito los jueces son incapaces de ver dicha agresión, ¿cómo podemos demostrar el resto de violaciones? Esto genera también un efecto llamada: poner en libertad a un grupo de hombres que planearon, grabaron y repitieron las agresiones con varias mujeres es decirles a los hombres que tienen vía libre para poner en escena la pornografía que consumen sin castigo. Si los hombres han engullido en las últimas décadas un porno violento, donde se normalizan las violaciones en grupo o a mujeres cercanas, no es de extrañar que tanto los violadores de la manada como el propio juez "jolgorio" lo hayan consumido. En las últimas semanas los titulares se repiten una y otra vez con violaciones en grupo, incluso de varones menores de edad que violan a otras menores. Creo que todas hemos entendido que los medios les han dado poder a ellos y han ninguneado a las mujeres. Compañeras feministas que acudían a hablar en los programas de televisión recibían violencia verbal por parte del abogado de la manada, que se atrevía a poner en duda sus capacidades intelectuales. Esto no es solo una cuestión jurídica, es necesario analizar cómo se crean esas manadas: desde la normalización de la prostitución hasta la falta de educación sexual de los jóvenes, que construyen su sexualidad a través de pornografía violenta y acaban normalizando la violencia sexual hacia las mujeres.
Pero hay otros objetivos patriarcales detrás de dirigir la atención mediática hacia las injusticias en las sentencias y la puesta en libertad de violadores y abusadores: justo cuando las feministas estábamos denunciando las violaciones sistemáticas a las jornaleras marroquíes en los campos de fresa de Huelva, -a través de movilizaciones en diversas provincias andaluzas, Valencia, Cartagena y Barcelona, que no fueron tan mediáticas, y de la campaña en redes #YoNoComproFresas-, casualmente y de manera repentina se tomó la decisión de dejar en libertad a la manada. Era de esperar que la sociedad entera se indignara y reaccionara hacia tal decisión judicial. Esto ha servido para que las manadas forococheras ahora también llamados #ungaungaarmy en Twitter, acusen a las feministas de centrarse solo en ciertos casos de violencia sexual, restando importancia a aquellos en los que las víctimas o agresores son inmigrantes. Nos los presentan como grupos organizados de ultraderecha, pero los hombres de izquierda dirigen los mismos ataques hacia las feministas, acusándonos de que no nos movilizamos en igual medida por todas las agresiones sexuales. De esa manera hablan de un feminismo blanco hegemónico al que atribuyen más poder, economía y recursos que el propio patriarcado: ahora las feministas somos opresoras las unas de las otras. Con esta estrategia consiguen desviar el foco del hecho de que quienes acosan, agreden, violan, asesinan y maltratan siguen siendo los hombres de cualquier raza, clase y estructura social.
Lo más preocupante de todo es que parte del movimiento feminista ha caído en la trampa de esta reacción patriarcal y se ha centrado más en atacar a otras feministas, casualmente abolicionistas, que a la propia violencia que ejercen los hombres. Han ejecutado las mismas estrategias que los propios machistas: infravalorar a las feministas que acudían a medios de comunicación para informar sobre violencia sexual porque no eran juristas; culparlas de querer aprovechar los medios para autopromoción y no como una herramienta para poder ir dando visibilidad al feminismo; culpar al movimiento feminista de no salir a la calle por cada agresión sexual que iba surgiendo semana a semana, en vez de focalizar en la falta implicación de la justicia en su obligación de proteger a las víctimas y condenar a los culpables; y, por último, dividir el movimiento en feministas buenas y malas. Hemos caído de nuevo en la reacción patriarcal frente a los avances que estamos logrando.
El feminismo es la lucha de las mujeres para liberarse del sistema patriarcal y cada mujer feminista en un medio de comunicación nos empodera, pues la información es poder. Hay que tomar cada rincón dominado por los hombres para informar y desarticular el patriarcado. Todo en este sistema está en manos de los hombres, por eso necesitamos en todos y cada uno de los medios de comunicación feministas que lleven al resto de la sociedad el cambio que necesitamos.
No podemos permitir que hombres y mujeres machistas sean los que hablen sobre los casos de violencia sexual, puesto que con mucha frecuencia y como hemos visto recientemente, acaban transformando en víctimas a los propios victimarios.
Es nuestra agenda y nuestro derecho
La lucha abolicionista de la prostitución está creciendo a nivel mundial desde hace décadas. No vamos a sacrificar a ninguna mujer para que sea prostituida por miedo a la amenaza patriarcal de que si los hombres pierden el privilegio social y económico de la industria del sexo seremos violadas en masa brutalmente y nuestros agresores quedarán en libertad. Ellas también están sufriendo violaciones y en el feminismo no tenemos víctimas de primera o de segunda. Para nosotras todas deben tener justicia, protección y apoyo social, incluyendo a la mujer que es explotada sistemáticamente por el sistema prostitucional y pornográfico, donde se normaliza que miremos hacia otro lado y pensemos que ellas lo eligieron.
Las jornaleras marroquíes no se van a quedar sin voz. Somos muchas las que sabemos de la mafia política y económica que hay detrás de todas sus violaciones. No estáis solas. Cada mujer que fue cuestionada -si cerró bien las piernas, si había bebido, si volvía sola a casa-, cada menor de edad que no tuvo justicia por su violación a manos de hombres de su entorno o desconocidos que les arrebataron la infancia. Las feministas abolicionistas estamos luchando y seguiremos adelante frente a cada reacción patriarcal señalando a los verdaderos culpables de que exista la violencia sexual -puteros, proxenetas, violadores, pedófilos, pederastas-, y sobre todo la masculinidad hegemónica que es la responsable tanto de mantener el privilegio de los hombres de poder violar a una mujer -ya sea por cinco euros o con el amparo de la justicia-, como de liberarlos y protegerlos.
La última manifestación en contra de la manada en Madrid me encontré a la llegada con dos hombres repartiendo información de un colectivo feminista. Lo primero que me pregunté fue por qué los hombres estaban ocupando espacios de mujeres, y después recordé a las compañeras latinoamericanas denunciantes, que se tuvieron que marchar de sus propias manifestaciones al ver entre la multitud a sus acosadores, violadores o maltratadores. Hay colectivos feministas que hablan de hombres aliados y se olvidan de que el sujeto político de nuestra lucha somos las mujeres, repiten el discurso de clase obrera pero no tienen conciencia de clase feminista: la clase oprimida en el sistema patriarcal somos todas las mujeres y tu aliado puede ser el opresor de otras. Una lucha de tres siglos boicoteada continuamente en la inclusión de hombres que no son capaces de prescindir de sus privilegios, esos hombres que consumen pornografía y prostitución como privilegio patriarcal de disponer de mujeres para sus deseos, hombres que fabrican "putas" para la casta, que solo hablan de libertad de elección de nuestros cuerpos para lo mismo que llevan milenios esclavizándonos -la explotación sexual y reproductiva-, esos que aún presionan a sus parejas con el "si no follas no me amas", los que acosaron a mujeres por romper una relación y ahí están con sus carteles sindicalistas, ocupando nuestra lucha, intentando convencer a las más jóvenes de que es más enemiga una mujer burguesa que ellos con sus privilegios patriarcales, apropiándose una vez más de lo que no les corresponde y que solo nos pertenece a las mujeres.
Mujeres somos aquellas que estamos y estuvimos invisibilizadas, las que no formamos parte de la historia. Lo que no se nombra no existe. Cuando las mujeres comenzamos a nombrarnos, cuando logramos decir que somos parte de la sociedad y que luchamos colectivamente, otra vez nos vuelven a silenciar. Esta vez es una corriente que se ha hecho fuerte dentro del propio feminismo y que reivindica a toda costa que no se nos nombre: ahora somos personas gestantes o personas menstruantes, no somos mujeres. La gravedad de ocultar nuestra capacidad reproductiva queda obviada gracias a una especie de policía censuradora, propia de un régimen dictatorial, que tilda de fobia cualquier referencia a nuestra biología, que habla de identidades subjetivas y pretenden que olvidemos la violencia que se ejerce a nivel mundial sobre todas las mujeres. Las feministas debemos abolir el género, no defenderlo: no podemos consentir que todo lo referente a la mujer ahora lleve esa etiqueta. El género es masculino y femenino, son los roles y las normas culturales que asociamos a cada uno de los dos sexos y que mantienen el sistema jerárquico de organización social en clases sexuales. Por lo tanto, forma parte de los dos sexos, pero la lucha feminista y la violencia que sufrimos las mujeres tienen su origen en la realidad material de nacer mujeres.
Debemos recuperar nuestra agenda y movimiento de manos de los hombres. Si hablamos de personas gestantes, ¿cómo vamos a señalar que miles de mujeres en países pobres son obligadas a concebir para personas con poder adquisitivo de países más desarrollados solo por ser mujeres? Esta nueva ideología de género -también llamada queer-, es la estrategia más ofensiva frente a la información feminista. Parece que quieran quitarnos el poder de nombrar la existencia del sistema patriarcal, porque un sexo oprime y oprimió desde hace miles de años al otro. Una corriente neoliberal que ignora la violencia y opresión de millones de mujeres y niñas que no tienen voz en sus países porque las asesinan, las venden para casarse con hombres mayores, y las mutilan para no sentir placer sexual. Niñas y mujeres tratadas como objetos para ser explotadas sexualmente en los burdeles de todo el mundo.
Esto es un llamamiento a las mujeres para que tomemos conciencia de lo que está ocurriendo fuera y dentro del feminismo. Si dejamos que el opresor se haga fuerte dentro de nuestra lucha, habremos perdido esta batalla que tanto nos ha costado ganar.