“A nosotros,
que no somos nada, el mundo entero nos da la espalda”
Nunca pudo recuperar los
restos de su madre, Faustina López, asesinada en 1936 y enterrada al pie de una
carretera. Tampoco saber si su primera hija había sido robada.
Hace dos meses la llamé
otra vez. Su voz, ya completamente rota, me transmitía que estaba muy cansada,
mucho más que cuando la conocí, en 2011. Me preguntó por mi familia y le dije
que estábamos bien. Me deseó mucha suerte y me dijo que ojalá nos volviéramos a
ver. Ayer la volví a llamar. Quería saber si seguía viviendo en la misma casa o
vivía con alguno de sus hijos, pues quería enviarle una carta y unas
fotografías de una proyección de Vencidxs
en Barcelona, donde ella había sido la protagonista, como le conté la última
vez. No me atendió las llamadas, pero su hijo me llamó después. Me dijo que ya
no tenía voz. Le dije que le dijera que había llamado. Me dijo que sí, que seguramente se acordaría de mí, que seguía teniendo
mucha memoria. Esta mañana su hijo me llamó con la esperada noticia: María
había dejado de sufrir.
Otra vez el mismo presentimiento
cumplido. Aunque a mil quilómetros de distancia, yo sentía muy de cerca a
María. Su historia, su persona, su forma de ser, me impactaron profundamente
cuando la entrevisté para Vencidxs,
en mayo de 2011. Tuve que parar un día la grabación de entrevistas. María Martín, la persona más bondadosa del
mundo que jamás he conocido, nos recibió con galletas fritas y una montaña de
papeles que había escrito a las autoridades para pedir ayuda por el caso de
su madre. María era también el paradigma del sufrimiento de las víctimas del
Franquismo.
Víctima por ser arrancada
de los brazos de su madre, Faustina, que
fue asesinada por no pagar un chantaje de 1000 pesetas a los falangistas. Víctima del saqueo de sus verdugos,
recuerda cómo se repartían todas sus posesiones con Faustina de cuerpo
presente. Víctima de las palizas que propinaban a su padre, que le hacían
llegar a casa con la carne del brazo colgando. Víctima del aceite de ricino y de las guindillas, que le hacían
tomar a ella y a su hermana desde los 6 años hasta los 17. También a las
mujeres embarazadas, como a aquella que le hicieron tragarse el doble de ración
por defenderlas. Mujeres que acababan inconscientes, en la cama, exhaustas de
dolor y humillación. Víctima de los
encuentros callejeros con algunas gentes de derechas, que amenazaban
constantemente con matarla como a su madre. Víctima del presunto robo de una niña, y digo presunto por ser lo
periodísticamente correcto, porque me imagino que una madre sabe estas cosas. Víctima de la indiferencia de las
autoridades a las que constantemente pidió ayuda sin recibir respuesta,
hasta que la construcción de una carretera acabó con la posibilidad de
recuperar los restos de Faustina.
Nunca
más pude volver a abrazar a María. Ayer llamé a mi compañera Mónica Solanas
diciéndole que teníamos que preparar un buen reportaje sobre María, pues tenía
un mal presentimiento. Tampoco nos dio tiempo. Pero ya da igual. Hoy sólo me gustaría hacer tragarse esta
historia a todos y cada uno de los que nos gobiernan y que jamás han sido
capaces de resarcir tanto dolor, porque son personas inmaduras que no saben
separar sus intereses personales de las necesidades de quien todo lo perdió. Me gustaría aplastar el ego de quienes
utilizaron la memoria de María en beneficio propio y que luego jamás la
ayudaron. Me gustaría no creer en la frase de María que hoy escribo para
titular este artículo y que tanto ha resonado en mi cabeza desde que la
conozco. Me gustaría creer en Dios
para pensar que María por fin se ha reencontrado con su madre, a la que no ve
desde los 6 años, y que ya ahora descansa en paz.
La
historia de María Martín López está recogida en el proyecto Vencidxs (documental+libro+web de
testimonios que comenzaremos a liberar tras el verano). El libro lo puedes comprar en: http://www.datecuenta.org/autogestion/tienda/index.php?id_product=9&controller=product&id_lang=1
La
historia de María fue cedida íntegramente a Periodismo Humano.
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