Los
análisis genómicos de muestras vaginales revelan un órgano más complejo y
dinámico de lo esperado. Lejos de ser un órgano pasivo, una mera vía de paso,
la vagina alberga una gran riqueza biológica que difiere de unas mujeres a
otras y que suele evolucionar a lo largo del ciclo menstrual, según una
investigación dirigida desde la Universidad de Maryland (EE.UU.) presentada
ayer por la noche en la revista Science
Translational Medicine.
La
investigación obligará a corregir las ideas vigentes sobre qué es una vagina
sana. Si hasta ahora se consideraba que la vagina debe tener bacterias del
género Lactobacillus para protegerse
de infecciones, los nuevos resultados indican que algunas mujeres están
igualmente protegidas sin Lactobacillus.
A falta de Lactobacillus, estas
mujeres serían diagnosticadas actualmente de vaginosis –una alteración
patológica de la flora vaginal– y candidatas a ser tratadas con antibióticos.
Pero los investigadores de la Universidad de Maryland han demostrado que no
tienen ninguna alteración patológica sino que son casos de variación dentro de
la normalidad. Y, por lo tanto, que no deben ser tratadas con antibióticos.
Por
otro lado, en los casos en que sí haya vaginosis, la investigación abre la vía
a adecuar el tratamiento a la flora vaginal de cada mujer. “Muchos estudios y
tratamientos se basan en la idea de que todas las mujeres son iguales y
reaccionarán de manera similar a los tratamientos”, declara Jacques Ravel,
director del trabajo, en un comunicado difundido por la Universidad de
Maryland. Los nuevos datos muestran que “cada mujer parece tener su propio
estado de salud”.
La
investigación se ha basado en 32 jóvenes voluntarias que a lo largo de 16
semanas se han prestado a extraerse muestras vaginales dos veces por semana. Al
mismo tiempo, han rellenado una encuesta diaria en la que se les preguntaba
sobre cualquier variable que pudiera estar relacionada con su flora vaginal,
como –entre otras– el sangrado menstrual, el uso de tampones o la actividad
sexual.
Tras
analizar las muestras vaginales con técnicas genómicas de secuenciación masiva,
los investigadores han observado que hay cinco tipos principales de floras
bacterianas entre las participantes en el estudio. Tres de ellos contienen
bacterias del género Lactobacillus,
que segregan ácido láctico y crean un entorno hostil que defiende la vagina
frente a microorganismos invasores. En los otros dos tipos de floras vaginales
son otras bacterias las que construyen una primera barrera de protección frente
a las infecciones. Estos resultados confirman los de un estudio anterior
presentado el año pasado por los mismos investigadores.
La
principal novedad del nuevo trabajo es que hay una gran variedad de bacterias,
no solo entre los distintos tipos de flora vaginal, sino dentro de cada tipo.
En algunas mujeres –pero no en todas- incluso se han observado diferencias
importantes en la composición de la flora vaginal de un día al siguiente (si
han tenido una relación sexual) o de una semana a la siguiente (según el
momento del ciclo menstrual). Pero, sean de un tipo u otro, y varíen o no
varíen con las relaciones sexuales o el ciclo menstrual, todas estas floras
vaginales son igualmente sanas, destacan los investigadores.
“El
microbioma vaginal es mucho más complejo y diverso de lo que se había
imaginado”, destacan Steven Witkin y William Ledger, de la Universidad Cornell
(EE.UU.), en un artículo complementario publicado en Science Translational Medicine.
Más
allá de mejorar el diagnóstico y el tratamiento de las vaginosis, la
investigación ayuda a entender por qué algunas parejas son infértiles pese a
que tanto el hombre como la mujer son fértiles. Según la hipótesis que
adelantan Witkin y Ledger, la particular guerra de sexos que tiene lugar en la
vagina entre la flora (que se defiende de los invasores) y el semen (que
contiene moléculas inmunosupresoras para superar las defensas de la vagina)
acaba en algunas parejas con la derrota de los espermatozoides. En estos casos,
tanto el semen sería fértil con otra flora vaginal como la flora vaginal con
otro semen. Si la hipótesis es correcta, se abriría la vía para investigar cómo
se puede modificar la flora vaginal para conseguir el embarazo deseado.
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