Por Maria Eugenia Eyras - www.revistafusion.com
¿Quién era aquella anciana señora alemana que insistía en barrer el
desierto? ¿Por qué quitaba una y otra vez el polvo que, empecinadamente, el
viento pampeano volvía a depositar sobre los surcos?
La historia comenzó en 1931, cuando el cónsul alemán de Cuzco, Perú,
puso un anuncio en los periódicos solicitando una institutriz para sus hijos.
Entre más de 80 candidatas eligió a Victoria María Reiche Neuman, nacida en
Dresde en 1903 y licenciada en magisterio por la Universidad de Hamburgo.
Finalizado su contrato con el cónsul en 1934, María decidió permanecer
en Perú como profesora de alemán. En el concurrido salón de té de la
aristócrata inglesa Amy Meredith conoció, poco después, al arqueólogo
norteamericano Paul Kosok, quien le encargó la traducción de textos
científicos.
En 1941 María acompañó a Kosok a la Pampa de Nazca, en el km 419 de la
Panamericana sur, y quedó sobrecogida con la agreste belleza del lugar y con
las misteriosas líneas trazadas en su suelo. Los más de 800 increíbles dibujos
del milenario pueblo Nazca, tan gigantescos que eran sólo visibles desde el
cielo, sacudieron profundamente a Victoria María. ¿Cómo, en una época en la que
no existían los aviones, habían podido ejecutarse con tamaña perfección? ¿Qué
representaban y a quiénes estaban dirigidos? A partir de ese día, María Reiche
sólo se dedicó a una tarea: investigar el misterio.
Advirtió que las líneas y figuras era atravesadas continuamente por
vehículos y transeúntes, que las iban borrando. Para preservarlos, se fue a
vivir a una cabaña sin agua ni corriente eléctrica a pocos kilómetros de Nazca.
Cada noche (debido al insoportable calor del desierto durante el día), durante
años, barrió con una escoba el polvo y las piedras que cubrían los surcos, para
que pudieran verse con claridad los dibujos y las líneas. Con esa misma escoba
espantaba a los niños y a los jóvenes que osaban pisarlos y que la consideraban
una bruja loca.
Pasó hambre, alimentándose durante días enteros con un poco de pan con
margarina. Tenía un solo vestido y se cubría los pies con calcetines y unas sandalias.
Pese al tremendo frío nocturno del desierto llegó a dormir sobre los surcos,
preocupada de que pudieran pisarlos mientras ella descansaba.
Sola, cargando los instrumentos de medición y una escalera de mano,
sin llevar provisiones, midió casi mil líneas, recorriendo el desierto de
arriba abajo. Entre otros, identificó los geoglifos del Colíbrí (66 metros), el
Pájaro Gigante (300 por 54 metros), la Araña (46 metros) y el Árbol.
Un día, descubrió algo impresionante: si uno se paraba en la cabeza de
la figura de la Parihuana (flamenco de 300 metros) durante una mañana del 20 al
23 de junio y se seguía con la mirada la dirección del pico, se podía observar
con nitidez la salida del sol, exactamente en un punto del cerro ubicado en esa
dirección. Por su parte, el pico de la figura del Colibrí apuntaba a la
posición que tenía el Sol el 22 de diciembre, o sea el solsticio de verano en
el hemisferio Sur.
María Reiche percibió, también, que los cuatro dedos del Mono
coincidían con las fases de la Luna, mientras que la Araña se relacionaba con
la constelación de Orión. Entonces, tuvo una revelación: las líneas pampeanas
representaban el calendario astronómico más grande del mundo, mediante el cual
el primitivo pueblo Nazca observaba los movimientos de los cuerpos celestes y
calculaba los tiempos exactos para sembrar y para cosechar. (En años
posteriores también se especuló con la posibilidad de que fueran pistas de
aterrizaje para alienígenas...)
En 1948 María publicó la primera de las numerosas obras que escribiría
sobre sus descubrimientos. Poco tardaron los turistas en sobrevolar la zona en
avionetas. María les rogaba que la llevaran, para contemplar los surcos desde
el aire, pero nadie se lo permitió. Al final, un fumigador accedió a
transportarla y, poco después, María se hizo atar al patín de un helicóptero
para poder fotografiar Nazca desde fuera de la cabina.
Ella sola construyó un mirador de 74 metros de altura, para que las
personas interesadas pudiesen apreciar las líneas y figuras. Aunque el acceso
al mirador era completamente gratuito, María pagó, de su propio y exiguo
bolsillo, a un vigilante para que lo cuidase.
Al principio, los lugareños se reían de Victoria María y, creyéndola
desquiciada, la llamaban "la mujer que barre el desierto". Con el
tiempo, llegaron casi a reverenciarla como a una santa.
En 1992 el gobierno de Perú, denominándola "Ilustrísima Dama de
las Pampas" le otorgó la nacionalidad peruana, en reconocimiento a su
arduo trabajo de investigación y preservación. También le recibió la Orden al
Mérito por Servicios Distinguidos y cinco títulos de Doctora Honoris Causa.
Poco más tarde, en 1994, las Líneas de Nazca (que datan del año 300
a.C al año 500 d. C.) fueron reconocidas por la Unesco como Patrimonio Cultural
de la Humanidad.
"Quiero", afirmaba María, "convertir a mi obra en un
instrumento para eliminar las injusticias. Y para que los peruanos -que son
gente de cualidades culturales, morales y físicas especiales- recuperen su
propia estimación. Siempre les digo: yo soy chola, porque me siento muy unida a
los cholitos, sobre todo ahora que tengo la nacionalidad peruana".
El 8 de junio de 1998 María Reiche, enferma de Parkinson y casi ciega,
falleció de un cáncer de ovarios. Tenía ya 95 años, pero hasta el final de su
vida siguió investigando y publicando. Sus restos descansan hoy en el mausoleo
que se erige junto al Museo María Reiche, en Nazca.
Su hija adoptiva y continuadora de su obra, Ana María Cogorno, cuenta
que María, al poco tiempo de llegar a Nazca, sufrió la infección del dedo medio
de la mano izquierda, que debió ser amputado. Cuando en 1952 descubrió que la
figura del Mono había sido dibujado con nueve dedos quedó profundamente
impresionada y con la certeza de que ella estaba predestinada a cuidar de los
increíbles surcos de la Pampa de San José.
Una pasión expresada en sus propias palabras: "Tengo definida mi
vida hasta el último minuto de mi existencia. El tiempo será poco para estudiar
la maravilla que encierran las pampas peruanas, allí moriré. ¡Todo por Nazca! Si
cien vidas tuviera, todas las daría por Nazca. Y si mil sacrificios tuviera que
hacer, los haría, si por Nazca fuera"...