En las sociedades
occidentales se mantiene como valor principal y duradero la familia, entendida
como una pareja con hijos, hermanos, padres y abuelos, tíos y primos, más o
menos. Ése es el patrón que rige la estructura básica de la sociedad tal como
se entiende en Occidente. Lo que también ocurre es que, si es verdad aquello de
que "tu familia está donde están tus afectos", entonces el esquema se
torna más complejo, porque cada cual tiene sus afectos personales donde los
tiene, en la familia tradicional y fuera de ella, incluso también con otro brío
por lo de no compartir siempre y a todas horas lo cotidiano.
Se podría decir que cada
uno tenemos varias familias: la exterior y socialmente aceptada, y las
interiores que forman parte de nuestro patrimonio de amores y relaciones de
afecto.
Vividas en una especie de
clandestinidad, existen las familias de amores, afectos, fidelidades
históricas, relaciones lejanas en el espacio y en el tiempo. Todo un mosaico de
idas y venidas, de encuentros y despedidas, de amores fugaces o perennes, de
comunicación con otros seres en aquello que describía Goethe como
"afinidades electivas": encuentros de cuerpo y alma, fuera de toda
norma y de todo reglamento social. El amor, como la amistad, no se busca, se
encuentra, y después de ello ya no hay retorno posible; se teje una red de
hilos sutiles y de complicidades que no son producto de la propia voluntad,
sino que, como en todo encuentro, es el descubrimiento del otro en una manera
en que todavía no ha sido descubierto por nadie. Resulta un acto de creación de
algo nuevo, y como todo acto creativo es atractivo y vital. Es la creación de
otra "familia". No para sustituir la que ya se tiene, sino como una
puerta abierta hacia otra parte de uno mismo.
Puede ocurrir con ello, y
de hecho ocurre, que en la confusión del descubrimiento se piense que aquella
nueva "familia" es la verdadera y la otra no, y entonces se abandona
la una y se forma otra en un intento de ocupar el espacio que la primera ha
dejado. Es un error porque ese espacio es personal e intransferible. Una
cosa es reconocer que la familia primera ya no es suficiente para este momento
determinado de la vida, y otra muy distinta es pensar que repitiendo la jugada
de la misma manera con otra persona, ese espacio pueda dar más de sí. Parecería
que la cosa no va por ahí, sino por hacer consciente ese dinamismo vital que
fluye en todas direcciones y que nos implica en relaciones que no se hallan
regladas por la sociedad. No por ello son menos importantes.
Otras "familias"
son todas esas personas con las que nos damos cobijo unos a otros;
indispensables para nuestro vivir. Y luego están las "familias" de
intereses compartidos, de ciencia, de arte, de literatura, etc. Lo bueno de
todo ello es que unas y otras no son incompatibles, sino que se complementan en
el caso de que se traten con delicadeza y teniendo en cuenta su
fragilidad. Algunas pasan a la historia, eso es cierto, pero también lo es que
con ellas se queda un pedazo de nuestra vida. Puede que la vida sea eso, un ir
y venir incesante de sentimientos, emociones, incertidumbres y lealtades
compartidas más allá de las circunstancias.