La menstruación en el Islam

Fátima Mernisi
Por Fátima Mernisi
Uno de los temas constantes de conflictos en el Islam desde los orígenes es el comportamiento en relación con el acto sexual y las menstruaciones, ¿son éstas causa de mancilla? 
Aixa y las demás mujeres del Profeta siempre mantuvieron que el Profeta no tenía sobre ello la actitud fóbica de la Arabia preislámica. ¿Se purificaba o no el profeta tras hacer el amor durante el mes de Ramadán? "Escuché a Abu Huraira contar que aquél al que el alba sorprende manchado (yanban, se trata en este caso de la mancha del acto sexual) no puede ayunar". Al escuchar esa nueva ley decretada por Abu Huraira, los discípulos acudieron a casa de las esposas del Profeta para asegurarse: "Le hicieron la pregunta a Umm Salma y Aixa (...) Le respondieron: 'El Profeta pasaba la noche yanban, sin haber hecho ningún rito de purificación, y, por la mañana, ayunaba'". Los discípulos, enormemente perplejos, volvieron donde Abu Huraira: "¿Ah, sí? ¿Han dicho eso?", respondió. "Sí, lo han dicho", replicaron los discípulos, cada vez más ansiosos, pues el Ramadán es uno de los cinco pilares del Islam. Abu Huraira, presionado, confesó entonces que no lo había escuchado directamente del Profeta, sino de otro: "Se desdijo, y más adelante se supo que, antes de morir, se había retractado completamente de ello" (...) 
La Arabia preislámica consideraba la sexualidad, y especialmente a la mujer menstruante, como fuente de polución, de mancilla, como un polo de fuerzas negativas. La teoría sobre la mancilla manifestaba una visión de lo femenino que se expresaba por medio de un sistema de supersticiones y creencias que Muhammad quería condenar como consustancial a la esencia de la Yahilía (la época de la ignorancia) y de las creencias de la comunidad judía de Medina.
El debate sobre la suciedad era un problema de fondo. Por otro lado, los alfaquíes, que tomaron parte en un debate largamente tratado en la literatura religiosa y que se pronunciaron a favor de Aixa, daban como argumento el hecho de que su versión de los hadices parecía concordar mejor con la actitud del profeta, que trataba por todos los medios de "luchar contra todas las formas de superstición". 
Era un asunto que no sólo interesaba a los imames: los califas se sentían concernidos en buena medida. "Muawiya ibn Sufian había preguntado a Umm Habiba, la esposa del Profeta, si éste solía hacer salat con la ropa con la que había hecho el amor (yuyami'u fihi), ella dijo que sí, pues él no veía nada malo en ello". Imam an-Nisa'i nos explica por qué insistía tanto sobre el tema de la menstruación en su capítulo sobre el ritual de la purificación: el Profeta quería reaccionar contra el comportamiento fóbico de la población judía de Medina, que declaraba tabú a la mujer que tenía la regla: "Les ordenó (a los creyentes de sexo masculino que preguntaban por ese tema) que comieran con sus mujeres, que compartieran el lecho, que hicieran con ellas lo que quisieran, salvo copular".
Los libros de fiqhdedican uno o más capítulos a los rituales de purificación que todo musulmán debe seguir cinco veces al día antes de hacer salat. Es innegable que el Islam tiene una actitud más bien exagerada con relación al aseo corporal, que en muchos provoca una rigidez casi neurótica. Los prolegómenos de nuestra educación religiosa se inician por esa atención dirigida al cuerpo sus secreciones, los líquidos, los orificios que el niño debe aprender a vigilar y a controlar incesantemente; el acto sexual impone un ritual más elaborado a hombres y mujeres y, tras la menstruación, la mujer debe lavarse enteramente según un preciso ritual. El Islam insiste sobre el hecho de que el sexo y la menstruación son dos acontecimientos bastante extra-ordinarios, pero no hacen de la mujer un polo negativo que, en cierto modo, "anula" la presencia de lo divino y altera su orden. Pero, por lo que se ve, el mensaje del Profeta, quince siglos después, no ha calado todavía en las costumbres de mundo musulmán si hay que juzgar por la negativa reiterada en Penang, en Malasia, en Bagdag o Kairuán, cuando me encontraba en el umbral de una mezquita y deseaba entrar en ese santuario. 
Umm Maimuma, una de las esposas del Profeta (tenía nueve en el período que nos interesa, los últimos años de su vida en Medina), nos repite el meticuloso Nisa-i, dijo: "Podía suceder que el Profeta recitara el Corán con la cabeza reposada en las rodillas de una de nosotras que estuviera menstruando. Podía suceder también que una de nosotras levara la alfombrilla de la oración a la mezquita y la extendiera cuando tenía la regla". Ya en los tiempos en los que escribía el Imam Nisa-i (nació en el año 214-215 de la hégira, siglo IX), los eruditos sospechaban que en ello había un mensaje que alteraba la misoginia anclada, incrustada en el Mediterráneo árabe, antes y después del Profeta, y trataron de estar lo más atentos posible para no traicionar esa dimensión tan perturbadora del Mensajero de Allah. Esos alfaquíes, que percibían el peligro de la misoginia como una posibilidad de traicionar al Profeta, multiplicarán las precauciones, explorarán e investigarán sobre la vida sexual del Profeta, dando la palabra a sus mujeres, única fuente con credibilidad en ese tema. Acumularán detalles sobre su vida, tanto en la mezquita como en su casa. Ibn Saad dedicará un capítulo al plano de la casa del Profeta, capítulo que es importantísimo para aclarar esa dimensión clave en el Islam: una revolución total en comparación con la tradición judeocristiana y la Yahilía en su relación con lo femenino. Pero la tendencia misógina se va a imponer rápidamente entre los alfaquíes, y veremos resurgir en muchos hadices el miedo supersticioso a lo femenino que el Profeta quería vencer.