TEXTO DE PILAR RODRIGUEZ MENDEZ DE ARBOLEDA DE GAIA
Cuenta la leyenda de la tradición no escrita de la Diosa de la vieja Europa que había para las mujeres sabias, brujas, hechiceras, transmisoras de la sabiduría ancestral, unos momentos al año que nunca se olvidaban de celebrar.
Cuando llegaban los primeros días de febrero se apartaban de sus quehaceres diarios, se ponían ropas blancas y azules que ellas mismas cosían durante el año y dedicaban todo el día a prepararse para una gran celebración.
Después del crudo invierno y con la nariz todavía fría por sus idas y venidas a buscar agua a la fuente, atender el ganado y preparar la tierra para la siembra; en ese momento el tiempo se paraba para renovarse y su cuidado en los preparativos las conectaba con algo que iba más allá de lo comprensible.
Iniciaban el día reuniéndose en la casa de una de ellas y se dedicaban a preparar la estancia limpiándola primero. Luego elegían un lugar para preparar el altar donde depositarían alguna imagen que las conectara con su intención profunda de renovación.
Buscaban la imagen de Brigantia, de Brigit, Oimele, de la triple Diosa o de la Candelaria y elaboraban entre todas la disposición del altar.
Después elegían velas que a veces ellas mismas elaboraban con formas sinuosas que les recordaban sus propios cuerpos. Algo que les recordara que los días empezaban a alargarse y que el sol se disponía a ofrendar más su luz a sus campos fértiles.
Se preparaban con sus ropajes bellos y sencillos invocando a la Diosa para que les proporcionara fertilidad en sus cuerpos, prosperidad en sus nuevos proyectos y renovados amores para poder verter sus gotas de amor esencial en algún corazón que las correspondiera. Así crearon hechizos y sortilegios para afianzar más sus palabras y cargarlas de veneración a la vida.
Ellas, que se sentían sabedoras y trasmisoras del poder de las hierbas curativas y de la inspiración de los poetas, se cargaban de luz para ofrecerla a su comunidad en las noches oscuras del alma. Se sentían jóvenes doncellas renovadoras del fuego sagrado de su comunidad que les permitiría reinventarse un año más.
En los preparativos los hornos de leña de las casas empezaban a soltar humo con fuerza por sus chimeneas por los preparativos de la cena de Imbolic. Guardaban para ese momento la leche, la nata, la mantequilla de sus vacas y cabras y elaboraban pasteles deliciosos. Cocinaban platos bien condimentados con ajo, cebolla y pimienta y no faltaban los panecillos con formas de soles.
Toda esta inspiración de creatividad en la elaboración de las cosas cotidianas les preparaba para adentrarse en la con la salida de la luna, prender juntas sus velas de un mismo fuego sagrado y celebrar la noche con bailes, tambores y canciones populares.
Al día siguiente en sus caras cansadas se dibujaba una sonrisa de complicidad que las uniría en una alianza renovada hasta el próximo Sabbat.
Y colorín, colorado, color plateado esta historia ha empezado…
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