Por Alba Tobella - El País
- 24 de abril de 2013
La hermana Marcella Pattyn |
Murió mientras dormía sin saber que cerraba la última puerta de la
existencia de las beguinas. La hermana Marcella Pattyn,
fallecida el 14 de abril a los 92 años, era la última representante
de la una de las experiencias de vida femeninas más libres de la historia, según
los expertos. En la Edad Media, entre la rigidez de los estamentos religiosos,
empezaron a aparecer comunas de estas mujeres que iban por libre, eran democráticas
y trabajaban para obtener su propio alimento y hacer labores caritativas. Eran
comunidades de mujeres espirituales y laicas, entregadas a Dios, pero
independientes de la jerarquía eclesiástica y de los hombres.
Surgieron en un momento de sobrepoblación femenina, cuando dos siglos
de guerras habían acabado con una gran proporción de los hombres y los conventos
estaban colmados como la alternativa al matrimonio o a la clausura. Corría el
siglo XII y las comunidades de beguinas, mujeres de todas las clases sociales,
empezaron a extenderse en Flandes,
Brabante y Renania. Gracias a las labores que hacían para la comunidad, eran
enfermeras para los enfermos y desvalidos y maestras para niñas sin recursos, e
incluso fueron responsables de numerosas ceremonias litúrgicas, muchas familias
adineradas les dejaban herencia y mujeres ricas se instalaban en beguinajes.
La mayoría de hermanas practicaban algún arte, especialmente la música
–Pattyn tocaba el banjo, el órgano y el acordeón-, pero también la pintura y la
literatura. Los expertos consideran a poetas como Beatriz de Nazaret, Matilde
de Madgeburgo y Margarita Porete precursoras de la poesía mística del siglo X
VI, además de las primeras en utilizar las lenguas vulgares para sus versos en
lugar del latín.
Vivían en celdas, casas o grupos de viviendas, declaradas patrimonio
de la Humanidad por la Unesco en 1998, y podían abandonarlas en cualquier
momento para casarse y formar una familia, pero a nivel espiritual no se
casaban con nadie más que con Dios y los más desfavorecidos. También formaban
partes de estos grupos mujeres casadas que se identificaban con el deseo de
llevar una vida de espiritualidad intensa en los beguinajes de sus ciudades.
Elena Botinas y Julia Cabaleiro definen el movimiento en Las beguinas:
libertad en relación como lugar espiritual y pragmático a la vez,
que rompe con la diferenciación que la Iglesia imponía entre la oración y la
acción: “Un espacio que no es doméstico, ni claustral, ni heterosexual. Es una
espacio que las mujeres comparten al margen del sistema de parentesco
patriarcal, en el que se ha superado la fragmentación espacial y comunicativa y
que se mantiene abierto a la realidad social que las rodea, en la cual y sobre
la cual actúan, diluyendo la división secular y jerarquizada entre público y
privado y que, por tanto, se convierte en abierto y cerrado a la vez”,
explican.
Según la versión más extendida, un grupo de mujeres construyeron el
primer beguinaje en 1180 en Lieja (Bélgica), cerca de la parroquia de San Cristóbal
y adoptaron el nombre del padre Lambert Le Bège. Otras versiones apuntan a
que “beguina” significa, simplemente, rezadora o pedidora (de beggen, en alemán
antiguo, rezar o pedir) e incluso, en la versión menos compartida entre los
historiadores, a que su existencia se remonta al año 692, cuando santa Begge
habría fundado la comunidad.
Tuvieron dos siglos de expansión rápida pero las denuncias de herejía
las frenaron cuando la Iglesia empezó a ver que atraían donaciones “que les
pertenecían”. Se instalaron en todas las grandes ciudades francesas y alemanas,
pero la persecución las hizo volver a recogerse en Bélgica, de donde venían.
Pagaron por las libertades que habían adquirido, económica, social y religiosa
incluso con la muerte. Marguerite Porete fue quemada viva en 1310. Las acusaban
de aturdir a los monjes y de encandilarlos cuando acudían a confesarse a los
monasterios vecinos y las trataron como a las únicas mujeres libres de la época:
las brujas. “El movimiento de las beguinas seduce porque propone a las mujeres
existir sin ser ni esposa, ni monja, libre de toda dominación masculina”,
explica Régine Pernoud en el libro La Virgen y sus santos en la Edad Media. Y
así como sedujo a las mujeres, inquietó a los hombres.
Con sus conquistas volvieron a casa. Regresaron a los Países Bajos y Bélgica,
aunque resistieron algunos beguinajes alrededor de Europa. La mayor comunidad
se recluyó en un gran beguinaje en Cortrique la población del sur belga donde
murió Marcella Pattyn la semana pasada. Después de que su modo de vida sin
reglas y sin amos hubiera enfurecido a los garantes del orden, renunciaron a
cierto radicalismo y optaron por convivir con la Iglesia para asegurarse la
subsistencia, durante siglos, hasta morir hoy en silencio.