• Nuestras salvajes antecesoras


Extracto de un texto de Mines de www.proyecto-kahlo.com

¿Cómo eran las mujeres de la Prehistoria? ¿Realmente ejercían ese papel subordinado y pasivo que solemos pensar?
Pensando en todo esto, me surgió la necesidad de saber algo más sobre el origen de nuestra especie. ¿Realmente es cierto que las mujeres de la Prehistoria se dedicaban en exclusiva a recolectar y a la crianza de la prole? ¿Es cierto que sólo los hombres iban a cazar y que esa es la explicación de que supuestamente tengan más desarrollada la inteligencia espacial o psicomotriz? Si éste era el argumento que justificaba que las mujeres estemos donde estamos, quería saber si era cierto. 

Pues bien, resulta que ese cuento de mujeres alborozadas recibiendo a hombres que vuelven a la cueva con un bisonte a rastras no tiene por qué ser cierto.

Existen varias manifestaciones plásticas en lugares distintos que confirman que las mujeres cazaban en la Prehistoria; algunos ejemplos son las pinturas de escenas de caza prehistóricas: cazadoras capsienses de África del sur de Damaraland y de Bramberg pintadas hace más de 6.000 años, o las de la costa levantina española, datadas alrededor del año 5000 a.C.

Por otra parte, las evidencias muestran que el pueblo Neanderthal solo contaba con armas muy primitivas, lo que sugiere que tenían que unificar fuerzas para matar animales grandes. Y las numerosas fracturas encontradas en esqueletos de mujeres neanderthales indican que ambos sexos podrían haber participado en labores peligrosas (Steve Kuhn, antropólogo).

Para aclararnos: en la Prehistoria, las cosas ya estaban lo suficientemente difíciles como para relegar a la mitad de la población a quedarse “en casa”. De cualquier modo, Lichardus (1987) afirma que se alimentaban de forma muy variada, y que la carne no pudo desempeñar el papel que a veces se le atribuye. Según Nathan (1987), no constituía más que una tercera parte del total del consumo de calorías.

Pero lo que más me ha gustado encontrar es la teoría de Francisca Martin-Cano Abreu (2001), según la cual tanto en las familias paleolíticas como en las neolíticas la mujer gozaba de un gran poder social y económico, dado que era la que aportaba los dos tercios de las calorías necesarias para la supervivencia del grupo. Tenía autonomía para moverse e ir a cazar o recolectar, y su doble aportación económica y reproductiva le permitía tener poder político y religioso.

Según la arqueóloga española Margarita Sánchez Romero, “los estudios etnográficos sobre sociedades actuales demuestran que lo extraño es encontrar una actividad que sólo acometan hombres o mujeres. El reparto de trabajo es una construcción social y, por tanto, cada sociedad la gestiona como mejor entiende. En las sociedades de la prehistoria no tenemos datos que nos lleven a pensar que las mujeres no cazaban o que no intervinieron en determinadas producciones, como la de piedra tallada o la metalurgia. Además, muchas imágenes del pasado las muestran plenamente integradas en cuestiones rituales y religiosas. Por otra parte, los ajuares funerarios que encontramos en las sepulturas enfatizan más las diferencias en estatus social y en la realización de determinados trabajos, que en la existencia de desigualdades entre mujeres y hombres.”

Parece que las mujeres no eran simples objetos sumisos propiedad de los hombres, ni tampoco eran esclavas inútiles que dependían de la comida que los hombres proveían. Los hombres dependían de las mujeres tanto como las mujeres dependían de ellos.

Dicho todo esto, hay que recordar que todos estos estudios nunca son concluyentes. La esencia misma de la Prehistoria (sin documentos escritos y tan, tan lejana en el tiempo) provoca que el método científico sólo obtenga conjeturas y supuestos en términos de probabilidad.
Pero para mí ha sido muy importante descubrir que hay otras versiones de la historia. Que esos pueblos que nos precedieron quizás no fueran tan “salvajes” como solemos pensar.