La Presentación en el Templo. Foto de Fernando Bayona |
Por Octavio
Salazar, Profesor Titular de Derecho Constitucional, Universidad de Córdoba :: www.huffingtonpost.es
El
pasado 10 de marzo se presentaron en la Facultad de Derecho y Ciencias Económicas
y Empresariales de la Universidad de Córdoba los resultados del estudio que con
el título Masculinidades y consumo de prostitución en Andalucía, que ha
realizado un grupo de sociólogos de la Fundación Iniciativa Social por encargo
del Centro de Estudios Andaluces.
En dicho estudio se recogen las opiniones de más de 40 hombres andaluces, de
entre 18 y 70 años, consumidores de prostitución, y que han sido agrupados en
cinco categorías: propietarios rurales, trabajadores manuales, empleados
urbanos, jóvenes metropolitanos y homosexuales urbanos. De entre los resultados
del estudio, cabe destacar que todos los participantes en los grupos de discusión,
con independencia de su origen social, coinciden en señalar la necesidad sexual
como innata a la condición masculina. En consecuencia, estiman que pagar por
sexo es un acto social que no merece rechazo, aunque sí hay coincidencia en el
rechazo tanto de la trata de personas como del abuso de menores. En todos los
casos, el consumo de sexo de pago se vincula frecuentemente con celebraciones
de ocio en grupo. Es decir, con la celebración de fiestas de hombres, en las
que continúa siendo un elemento esencial la demostración y exaltación de la
virilidad.
La
importancia de este estudio, más allá de los argumentos que puede ofrecer al
debate complejo en torno a la regulación o, en su caso, la abolición de la
prostitución, reside en cómo desvela las causas estructurales que continúan
alimentando un determinado entendimiento de la sexualidad marcado por las
relaciones de género o, lo que es lo mismo, por las relaciones de poder que
entre hombres y mujeres sigue estableciendo el patriarcado. De esta manera, hay
una evidente línea de continuidad entre la permanente cosificación y
sexualización del cuerpo de las mujeres tan presente en nuestra cultura y la
consideración del consumo de sexo de pago como una expresión más de una
virilidad que continúa respondiendo a los imperativos categóricos del hombre
considerado sujeto activo e indiscutible titular del poder y la autoridad.
Ahora bien, el salto cualitativo que se ha producido en las últimas décadas,
como bien se puso de manifiesto en la mesa redonda que siguió a la presentación
de estudio, y en la que intervinieron la profesora Rosa Cobo Bedía, el sociólogo
coautor del informe Hilario Sáez y el que firma estas líneas, es la vinculación
de dichas prácticas con una industria del ocio y la diversión, de carácter
global, y que se apoya en los excesos del capitalismo neoliberal.
La
prostitución vendría a ser la prueba más evidente de la estrecha conexión que
existe entre patriarcado y capitalismo, la cual se ha visto reforzada en los últimos
años por las lecturas neomachistas del primero y neoliberales del segundo. Una
suma que, evidentemente, provoca un aumento dramático de la vulnerabilidad de
las mujeres y, como demuestran todas las estadísticas, una más que evidente
feminización de la pobreza. La visión acumulativa del placer, que con tanta
insistencia nos subrayan los medios de comunicación y muy especialmente los
mensajes publicitarios, se alía con una concepción de la masculinidad que
continúa respondiendo a los esquemas del macho dominante y que provoca, entre
otras consecuencias, que los chicos -y las chicas- más jóvenes reproduzcan
esquemas tremendamente machistas en sus relaciones afectivas, y muy
especialmente en su concepción de la sexualidad. Si a eso unimos la deficiente,
por no decir ausente, educación que nuestros hijos e hijas reciben en esta
materia, el resultado no es otro que la conquista de dicho espacio por las lógicas
depredadoras de la pornografía, y la superación de los criterios éticos por la
desregularización propia del mercado salvaje. De esta manera, y como bien señaló
Rosa Cobo, en la prostitución confluyen los efectos perversos de tres sistemas
de dominio: el patriarcal, el capitalista neoliberal y el racial-cultural. La
conjunción de los tres prorroga la heterodesignación de las mujeres en virtud
de las prácticas de dominio y opresión de los hombres, al tiempo que se
naturaliza el ir de putas como se hace con la desigualdad.
El
peso económico de los macroburdeles, de la industria pornográfica o de los
anuncios de contactos que en muchos casos se han convertido en los salvadores
de algunos periódicos en bancarrota, fortalece y reproduce las jerarquías de género.
Es decir, mantiene y subraya el poderío de una masculinidad detentadora del
poder, al tiempo que intensifica la negación de la autonomía de las mujeres y
su devaluación en un orden social y económico en el que continúan siendo las más
vulnerables entre los vulnerables. En consecuencia, no estamos hablando de un
oficio, el más antiguo del mundo en palabras del patriarca, sino de una
consecuencia a la que se ven abocadas muchas mujeres que lógicamente no son
libres porque viven en un contexto de sumisión, al tiempo que continúa tratándose
de una práctica social mediante la cual muchos hombres -uno de cada cuatro, según
el estudio citado -reafirman su virilidad y mantienen la fantasía del eje binario
control/sumisión para la que no necesitan otro pasaporte que el dinero.
Por lo
tanto, y más allá de la complejidad jurídica y política que encierra una
posible regulación de esta práctica, tal y como se apuntaba en la reciente, y
discutible, sentencia de un Juzgado de lo Social de Barcelona, creo que la
prostitución, como otras muchas expresiones de un orden cultural y político
basado en el dominio masculino, no puede abordarse sin tener en cuenta las
causas estructurales que la provocan y la alimentan. Unas causas que, insisto,
tienen mucho que ver con los sistemas de dominación que se retroalimentan entre
sí, el patriarcado y el capitalismo, y en los que los hombres gozamos de una
posición privilegiada. Solo desde esta mirada de género, y teniendo muy
presente la perspectiva liberadora y emancipadora que supone el feminismo, será
posible encontrar salidas a algunos de los callejones en los que tantos
millones de mujeres en el mundo se ven obligadas a renunciar a su autonomía y
dignidad. Por ello, la pregunta que deberíamos empezar a plantearnos, además de
no renunciar a la solidaridad con las mujeres que se ven abocadas a ejercer la
prostitución, sería no solo por qué esas mujeres lo hacen sino también, y sobre
todo, por qué sigue habiendo tantos hombres dispuestos a usar el cuerpo de
ellas como si fuera una mercancía más.