Por José
Ignacio Torreblanca :: Diario El País www.elpais.com
República Centroafricana, foto de Jerome Delay (AP). |
La
violencia y las guerras han estado dominadas siempre por un sesgo de género. El
70% de las mujeres sufre algún tipo de agresión durante su vida
Una de
las noticias más esperanzadoras del año 2014 es la apertura de negociaciones
con el régimen iraní en torno a su programa nuclear. Con razón,
a la comunidad internacional le preocupa la proliferación de estas armas, de ahí
que, de forma excepcional, al otro lado de la mesa nos encontremos actuando
unidos a EE UU, Rusia, China y la Unión Europea. Pero pese a la increíble
capacidad de destrucción de estas armas, hay quienes sostienen que no tienen
tanto de excepcional; son, dicen, nada más que muchas toneladas de explosivos
juntas. Algo de razón no les falta: el genocidio más importante de la historia,
el cometido contra el pueblo judío, no requirió de armas nucleares, como
tampoco fueron necesarios más que unas decenas de miles de machetes de
fabricación china para terminar con los 800.000 tutsis que fallecieron en el
genocidio ruandés. Las aproximadamente 135.000 víctimas de Hiroshima
desafían nuestra comprensión, pero también lo hacen los casi 300.000 muertos en
la batalla por Verdún.
La cruda realidad es que, desde la noche de los tiempos, el ser humano ha
mostrado una increíble capacidad de matar, y de hacerlo en masa y
sostenidamente, y para ello se ha servido de cualquier cosa a su alcance: un
machete, un AK-47, explosivos convencionales o bombas atómicas.
Un
momento: “¿el ser humano?”. No exactamente. La práctica totalidad de todas
estas muertes tienen en común un hecho tan relevante como invisible en el
debate público: que fueron varones los que los cometieron. La historia militar
no deja lugar a ninguna duda: los ejércitos han estado formados por varones,
que han sido los ejecutores casi en exclusiva de este tipo de violencia, y sus
principales víctimas. Cierto que guerrillas y grupos terroristas han incluido
históricamente mujeres, a veces muy sanguinarias (en España, por desgracia,
conocemos el fenómeno), pero la violencia bélica en manos de las mujeres ha
sido una gota en un océano. El resultado, no por conocido, es menos trágico:
solo en el siglo XX, las víctimas de estos conflictos desencadenados y
ejecutados por varones se cobraron la vida de entre 136 y 148 millones de
personas.
pero detrás siempre hay
un hombre
Se dirá
que las guerras son cosas del pasado, típicas de sociedades predemocráticas.
Pero ¿cómo explicar entonces el sesgo de género que domina la violencia en
nuestras sociedades? No hablamos de sociedades atávicas, sino de sociedades
occidentales, democracias plenas donde, como en Estados Unidos, las estadísticas
nos indican que el 90% de todos los homicidios cometidos entre 1980 y 2005 lo
fueron por varones, mientras que solo el 10% por mujeres. De todos esos
homicidios, algo más de dos tercios (68%) fueron cometidos por varones contra
varones, mientras que en uno de cada cinco (21%) un varón mató a mujer. Aunque
sí que hubo mujeres que mataron a hombres, solo representaron el 10% de todos
los homicidios, mientras que, significativamente, el porcentaje de mujeres que
mataron a mujeres fue ridículo (2,2%). Así pues, las mujeres no matan mujeres,
solo varones y, en gran proporción, en defensa propia. Claro que EE UU es una
sociedad más violenta que otras, pero los datos de España, Reino Unido u otros
países de nuestro entorno no son muy distintos: reveladoramente, la población
penitenciaria española está compuesta en un 90% por hombres y en un 10% por
mujeres. Al igual que la guerra, el homicidio y, en general, el crimen parecen
ser fenómenos casi puramente masculinos.
más vergonzoso de
los conflictos bélicos
Los
efectos de una cultura patriarcal dominada por varones son tan demoledores que
pareciera que en el mundo se libra una guerra (invisible, pero guerra) de
varones contra mujeres. Según Naciones Unidas, el 70% de las mujeres han
experimentado alguna forma de violencia a lo largo de su vida, una de cada
cinco de tipo sexual. Increíblemente, las mujeres entre 15 y 44 años tienen más
probabilidad de ser atacadas por su pareja o asaltadas sexualmente que de
sufrir cáncer o tener un accidente de tráfico. En España y otros países de
nuestro entorno, casi la mitad de las mujeres víctimas de homicidios lo fueron
a manos de sus parejas, frente a un 7% de hombres, lo que significa que la
probabilidad que tiene una mujer de morir a manos de su pareja es seis veces
superior a la de un hombre.
La
violencia sexual contra las mujeres es omnipresente y constituye uno de los capítulos
más vergonzosos, y más silenciados, de la historia de los conflictos bélicos.
Ello pese a la evidencia de que esa violencia no solo ha sido consentida sino
alentada como arma de guerra. Según Keith Lowe, autor del libro Continente
salvaje, la Segunda Guerra Mundial batió todos los récords de violencia sexual,
especialmente contra las mujeres alemanas a medida que el ejército soviético se
adentraba en Alemania (se calcula que dos millones fueron violadas como consecuencia
de una política de venganza sexual deliberada). Hoy en día, la ONU estima en
200.000 las violaciones ocurridas en la República del Congo, una cifra similar
a la ofrecida para Ruanda. Lejos de África, en el corazón de la Europa educada,
la violación también fue un arma de guerra interétnica en el conflicto de la
antigua Yugoslavia, donde se estima que entre 20.000 y 50.000 mujeres fueron
violadas. A lo que se añade una larga lista de crímenes que solo las
diferencias de género pueden explicar y que incluye el aborto selectivo de niñas,
los crímenes de honor, el tráfico de mujeres con fines de explotación sexual o
la mutilación sexual, que afecta a 130 millones de mujeres. No hace falta
adentrarse en las sutilezas de la discriminación política, económica y social,
en sí un hecho muy revelador de la subordinación generalizada de la mujer: el
nivel de violencia física contra las mujeres que hay en el mundo lo dice todo.
Algunos describen la violencia que se ejerce contra las mujeres solo por el
hecho de serlo como “feminofobia”. ¿Por qué no nos suena nada este término, o
alguno similar?
penitenciaria es
masculina
Reconozcámoslo:
los varones son el mayor arma de destrucción masiva que ha visto la historia de
la humanidad, y hay unos 3.500 millones de ellos por ahí sueltos. Podemos
prohibir las armas largas, las armas cortas, las minas antipersona, las bombas
de fósforo o de fragmentación, las armas bacteriológicas, químicas y nucleares,
pero al final estaremos siempre en el mismo sitio: detrás de cada arma habrá un
varón. De ahí que Naciones Unidas haya adoptado varias iniciativas de alcance
mundial, recurriendo para ello al propio Consejo de Seguridad, que en su
Resolución 1.325 de 31 de octubre de 2000 hizo visible por primera vez la
necesidad de una protección explícita y diferenciada para las mujeres y las niñas
en escenarios de conflicto, así como la contribución fundamental que las
mujeres hacen y deben hacer en lo relativo a la resolución de conflictos y la
construcción de la paz.
Existen
muchas posibles, y complejas, explicaciones sobre estos hechos. Tampoco son fáciles
las respuestas que debamos dar, y mucho menos las medidas a adoptar. Pero los
hechos están ahí, y son incontestables: los varones matan y se matan, mucho, y
ejercen mucha violencia contra las mujeres. Sin embargo, el debate público
sobre este hecho es inexistente. Antes que repuestas, este debate requiere
preguntas, en realidad una sola pregunta: ¿son los varones armas de destrucción
masiva?