por Marion
Woodman :: Extractos de su libro "Los frutos
de la Virginidad", Luciérnaga, 2002.
ISBN 9788487232077
...Tenía
tres años cuando hice el descubrimiento psicológico más importante de mi vida.
A esa edad descubrí que, obedeciendo a sus leyes internas, un ser vivo pasa por
ciclos de crecimiento, muere y vuelve a nacer como un nuevo ser.
Un día,
estaba jugando con mi pipa de mazorca de maíz con la que hacía burbujas
mientras ayudaba a mi padre en el jardín. Me gustaba ayudarle porque él
comprendía a los insectos y a las flores, y sabía de dónde venía el viento.
Cuando encontré un bulto pegado en una rama, papá me explicó que la Oruga
Catalina se había hecho crisálida, y me propuso que la lleváramos a casa y la
claváramos en la cortina de la cocina. Algún día, de ese bulto iba a surgir una
mariposa.
Ya había
visto cosas misteriosas en el jardín de papá, pero esto superaba incluso mi
imaginación. De todos modos, con mucho cuidado, atravesamos los dos alfileres
de la crisálida en la cortina y todas las mañanas bajaba corriendo las
escaleras con mi muñeca y mi pipa para mostrarles la mariposa. ¡Pero la
mariposa no aparecía! Papá me decía que tenía que tener paciencia. Las crisálidas
parecen muertas, pero dentro de ellas se van produciendo cambios
extraordinarios. La vida de una oruga es muy distinta de la vida de una
mariposa y necesitan cuerpos diferentes. Una oruga sólo mastica hojas; la
mariposa bebe néctar.
La
oruga es asexuada, casi ciega y tiene que arrastrarse por la tierra; la
mariposa pone huevos, y puede ver y volar. La mayoría de los órganos de la
oruga se disuelven y el líquido que queda ayuda a que crezcan las alas, los
ojos, el cerebro y los diminutos músculos de la mariposa que se va
desarrollando. Pero todo el proceso es muy difícil, tan difícil que la criatura
no puede hacer nada más en esa etapa. Tiene que quedarse dentro de su capullo
protector. Yo seguía esperando que esa oruga perezosa y glotona se transformara
en una delicada mariposa, pero para mis adentros había llegado a la conclusión
de que papá se había equivocado.
Sin
embargo, una mañana, cuando estábamos comiendo nuestro cereal mi muñeca y yo,
me di cuenta que no estaba sola en la cocina. Y ahí estaba, con las alas abriéndose
todavía, brillando apenas con la luz transparente; era un ángel capaz de volar.
Su capullo estaba vacío. Ese hecho misterioso que se produjo en la cocina fue
mi primer contacto con la muerte y el renacer. Años más
tarde descubrí que la mariposa es un símbolo del alma del ser humano.
También
descubrí que, apenas sale del capullo, la mariposa deja caer una gota de
excremento que se ha ido acumulando. Generalmente es una gota roja y, a veces,
la mariposa la deja caer en su vuelo. Es así que un conjunto de mariposas pude
producir una verdadera lluvia de sangre, fenómeno que despertaba terror y
recelo en las antiguas culturas y que en algunos casos daba lugar a verdaderas
masacres. Simbólicamente,
para liberar a nuestra mariposa también tenemos que sacrificar una gota de
sangre, dejar el pasado atrás y mirar hacia el futuro.
La delicada
transformación que se produce en la crisálida es una transformación crepuscular
entre el pasado y el futuro. Una parte de nosotros sigue mirando hacia atrás, añorando
la magia de lo perdido; otra se alegra de despedirse de nuestro pasado caótico;
otra observa hacia delante con todo el valor que logra reunir; otra se
entusiasma ante las posibilidades de cambio; otra se queda inmóvil, sin
atreverse a mirar en ninguna dirección.
Quienes
aceptan conscientemente a la crisálida, ya sea en el psicoanálisis o en su vida
diaria, aceptan la paradoja de la vida y la muerte, una paradoja que adopta
distintas formas en cada nueva espiral de crecimiento.
En El
viaje de los magos de T.S. Elliot, uno de los Reyes Magos describe lo vivido en
Belén de regreso en su país: "... así
que seguimos y llegamos al anochecer, ni un momento antes de tiempo para
encontrar el sitio: fue (podría decirse) satisfactorio. Todo eso pasó hace
mucho, lo recuerdo. Y lo volvería a hacer; pero escribid. Esto escribid. Esto: ¿se
nos llevó tan lejos a buscar Nacimiento o Muerte? Había un Nacimiento, es
cierto, tuvimos prueba sin duda. He visto nacimiento y muerte, pero había creído
que eran diferentes; este nacimiento fue dura y amarga angustia para nosotros,
como Muerte, Nuestra muerte. Volvimos a nuestros sitios, a estos Reinos, pero
ya no más a gusto aquí, en el viejo estado de cosas, con una gente extraña
aferrándose a sus dioses. Me alegraría de otra muerte. Si aceptamos esta
paradoja, lo que parece ser una contradicción intolerable no nos aplasta. El
nacimiento es la muerte de la vida que conocíamos; la muerte es el nacimiento
de la vida que aún no hemos vivido. Tenemos que aceptar esta contradicción y
dejar que nuestro círculo se amplíe. Los que nunca salen del capullo; los que
encuentran que la vida es “fastidiosa, rancia, vana e inútil” o, como se dice
actualmente, “aburrida”, tiene un grave problema."
Sin
poder escapar de su inmovilidad, se aferran a sus juguetes de la infancia, se
alejan de la realidad actual y se quedan sentados, esperando liberarse del
dolor por arte de magia y poder vivir entonces en un mundo “justo y bueno”, un
mundo de fantasía que tenga la inocencia de la niñez. Temerosos de abandonar
las relaciones que les impiden crecer; temerosos de enfrentarse a los padres,
los compañeros o los hijos que siguen teniendo actitudes infantiles, se hunden
en la enfermedad crónica o la muerte psíquica. La vida se convierte en una red
de ilusiones y mentiras. En lugar de hacerse responsables de lo que sucede y de
aceptar el desafío del crecimiento, se aferran a la estructura rígida que han
ido construyendo o que recibieron al nacer.
Tratan
de permanecer “estáticos”, en una actitud que atenta contra la vida, porque la
ley de la vida es el cambio. El quedarse “estático” equivale a la descomposición,
sobre todo en el Jardín del Edén.
¿Por
qué sentimos tanto temor ante el cambio? ¿Por qué, cuando estamos tan ansiosos
por cambiar, nos desesperamos aún más cuando empieza a producirse una
transformación?
¿Por
qué perdemos nuestra fe infantil en el crecimiento? ¿Por qué nos aferramos a
nuestros antiguos lazos en lugar de abrirnos a nuevas posibilidades, al mundo
desconocido de nuestro cuerpo, nuestra mente y nuestra alma?
Plantamos
grandes bulbos de amarilis. Los regamos, dejamos que les dé la luz del sol,
vemos como aparece el primer brote verde, el tallo que se apresura a crecer,
las yemas, y luego admiramos las hermosas flores acampanadas que ofrecen un
aleluya a la nieve del jardín. ¿Por qué tenemos que tener más fe en un bulbo de
amarilis que en nosotros mismos? ¿Será porque sabemos que la amarilis va
creciendo guiada por una ley interior, una ley con la que ya hemos perdido
contacto?
Si nos
damos tiempo para escuchar a la amarilis, podemos vibrar con su silencio.
Podemos sentir su eterna quietud. Podemos llegar al fondo del misterio. Y en
ese lugar, el lugar de la Diosa, podemos aceptar el nacimiento y la muerte. La
bellísima flor va a morir algún día, pero si permitimos que el bulbo repose y
lo dejamos en la oscuridad, el próximo año surgirá otra flor.
La
inseguridad es la esencia misma del temor ante el cambio. Quienes reconocen su
propio valor entre sus seres queridos pueden marcharse y volver sin temor al
alejamiento. Saben que los quieren por ser como son. Nuestra sociedad dominada
por la informática es fascinante y eficiente, pero está destruyendo cada vez más
los auténticos valores humanos.
Por
muy compleja que sea una máquina, no tiene alma ni se guía por sus instintos.
Una computadora pude vomitar todos mis datos personales, pero no puede recorrer
los pasadizos subterráneos de mi soledad, ni escuchar mi silencio, ni responder
a la sombra que pasa frente a mis ojos. No puede calcular la profundidad y la
extensión del alma humana.
Cuando
una sociedad se programa deliberadamente de acuerdo con una serie de normas que
apenas se relaciona con los instintos, el amor o la intimidad, quienes se
deciden a convertirse en individuos confiando en la dignidad de su alma y en la
creatividad de su imaginación tienen razón de sentir miedo. Son parias alejados
de la sociedad y, en mayor o menor medida, de sus propios instintos.
Mientras
trabajan en el silencio de su capullo suelen pensar que están locos. También
piensan que enloquecerían aún más si renunciaran a la fe en su búsqueda personal.
Así como la crisálida estaba prendida a la cortina de la cocina, en la pared de
sus habitaciones han clavado un proverbio de Blake: “si el necio persistiera en
su estupidez se convertiría en sabio”.