Una
investigación de la Universidad de Barcelona con documentos inéditos da fe de
la intensidad de la ejecución de hechiceras. Los tribunales de Reus, Alcover o
Montblanc fueron prolíficos en sentencias
A
Ángela Cebriana, de Reus, la salvó el Tribunal del Sant Ofici de Barcelona. Fue
acusada de brujería, pero en 1597 se desestimó su causa. Lo mismo le pasó a
Tecla Prats, de Montblanc, que en 1549 fue absuelta y redimida de la horca –o
la hoguera– en el último momento. Menos suerte tuvieron las nueve mujeres
ejecutadas en 1548 por el Consell Municipal de Tarragona. Estos y otros muchos
juicios han sido recogidos por la tesis doctoral Orígens i evolució de la
cacera de bruixes a Catalunya (segles XV-XVI), a cargo del historiador Pau
Castell, profesor de Historia Medieval en la Universidad de Barcelona (UB).
Su
trabajo recopila 200 juicios y documentación inédita que corrobora que el
ensañamiento y la precocidad de la caza de brujas fue mucho más acusado en
Catalunya que en cualquier otro lugar de España y Europa. Por primera vez se ha
realizado una aproximación monográfica a la cuestión en Catalunya, descendiendo
incluso a los detalles: se incluye una lista de personas juzgadas por brujería
en la que aparecen nombres, lugares de origen, los tribunales que las
procesaron y las penas que se les impusieron.
Margarida Rugall, de Paüls
«En concreto, el Camp de Tarragona
fue escenario de intensas cacerías, especialmente a mediados del siglo XVI», indica Pau Castell. «Catalunya fue uno de los focos más importantes del sur de Europa»,
añade el investigador. Otros casos analizados y desglosados con detenimiento
fueron el de la Pentinada de Tarragona, en 1453, o el de Margarida Rugall de
Paüls, en el Baix Ebre, en 1458. Ese fue un año de especial actividad judicial
contra las féminas acusadas de brujería. Poblaciones como Arnes, Alcover,
Valls, Reus y Tarragona celebraron decenas de procesos que acabaron en la
mayoría de casos con ejecuciones. También hubo azotes, confiscación de bienes
y, en último término, alguna absolución.
En esa
virulencia contra la hechicería no tuvo que ver una mayor credulidad respecto a
estos fenómenos. La causa principal fue la propia descentralización de la
justicia. «Tiene que ver con el propio
sistema. La caza de brujas es poco resaltable o casi inexistente en aquellos
lugares con el poder judicial muy centralizado. En cambio, está mucho más
presente en territorios autónomos, en las cortes de justicia local que no
dependían de un poder central. Es un fenómeno que arranca siempre a nivel
local, a partir de denuncias en un contexto de muertes de niños, de
enfermedades, de epidemias, y se exige a la autoridad buscar culpables».
Enfrentamientos vecinales
En ese
sentido, los consejos locales de los municipios de Tarragona eran mucho más
duros que lo que podía dictaminar la Inquisición, desde Barcelona, si había
algún tipo de reclamación o recurso. «La
persecución no parte de poderes superiores ni de los magistrados. En algunos
casos el origen son denuncias interesadas a nivel vecinal o por conflicto
económico. En aquella época abundaba el miedo y la creencia de que había
determinadas personas que eran capaces de provocar el mal y hasta la muerte, en
algo tan sensible como podían ser los animales, las cosechas o los niños».
A veces la recriminación argumentaba que se había provocado esterilidad,
abortos, impotencia masculina o disminución del deseo sexual. A la tarraconense
Antònia Pentinada se la acusó “de crimine
heresis, máxime de bruxa, et que occidit infantes”, esto es, de matar a
niños.
Las
acusaciones, en su totalidad, eran infundadas: «Muchas mujeres confesaban bajo tormento que habían causado esas
enfermedades. A los tribunales locales les interesaba demostrar culpables y
hacían un uso abusivo del tormento». ¿Y cuál era el perfil de esas mujeres?
Sigue Castell: «Es muy variado. Había
mujeres jóvenes, mayores, viudas, casadas… Muchas estaban vinculadas al mundo de
la salud y las prácticas medicomedicinales. Por eso despertaban el recelo de
los vecinos. Ninguna de ellas se dedicaba a prácticas diabólicas u ocultas. Por
eso a mí no me gusta hablar de brujas, sino de mujeres acusadas de brujería».
Si
bien el tribunal local de turno acaba condenando, cuando intervenía el Tribunal
Inquisitorial de Barcelona el destino para la mujer acababa siendo más
esperanzador. «La Inquisición solía
detectar que a nivel judicial no había suficiente base, lo consideraba
superstición y el proceso podía acabar con la absolución», cuenta el
profesor Castell.
La
investigación también relata el padecimiento que sufrían muchas de las
acusadas, que intentaban huir de la fama que las envolvía trasladándose de un
lugar a otro. Un ejemplo es la ebrense Margarida Rugall, de Paüls, sentenciada
en 1549 tras un periplo que la llevó por lugares como Gerri de la Sal, Mont-rós
o Lleida.
Epidemias en el Camp
Otro
de los entornos de fiel militancia en la cacería de brujas es el Pirineo. «En las zonas de montaña, cada pequeño valle
o señorío es autónomo. Ahí el fenómeno es endémico. En las zonas más llanas,
como el Camp de Tarragona, la cacería va ligada a los momentos de epidemias.
Hay puntas de gran persecución y periodos en los que no se registran casos»,
cuenta Pau Castell, que en su exhaustivo estudio desgrana parte de la
casuística de un fenómeno que se prolongó 150 años, entre 1450 y 1600: «En Catalunya la acción de las brujas iría
ligada a la capacidad de causar daño por medios maléficos, más que a la
supuesta participación en reuniones nocturnas y orgías rituales».
Durante
su investigación, Castell ha constatado que la idea de bruja permaneció viva
hasta los años 40 del siglo XX. «Cuando
hablas con la gente mayor del Pallars, mantienen vivo el concepto de qué es una
bruja y qué familias o casas de los alrededores tenían fama de practicar la
brujería», concluye Castell.