Por Carl
Safina :: El País, mayo 2016 :: Traducción de Mª Luisa Rodríguez Tapia :: Foto:
Yago Partal (Cordon Press).
El genuino líder de una
manada de lobos es empático y respetuoso, lejos del estereotipo de padre y jefe
controlador y agresivo con el que se identifican muchos hombres.
Los hombres se sienten a
menudo presionados para comportarse como machos alfa. Macho alfa evoca la
imagen del padre que deja claro en todo momento que tiene el control total de
su hogar y que, lejos de su guarida, se convierte en un jefe malhumorado y
agresivo. Pero ese estereotipo es una mala interpretación de cómo se comporta
el genuino macho alfa en una familia de
lobos, que es un modelo de conducta masculina ejemplar. En mis
observaciones de los lobos que viven en manadas en el parque nacional de
Yellowstone, en Estados Unidos, he visto que los machos que mandan no lo hacen
de forma forzada, ni dominante, ni agresiva para con los que le rodean. Los
lobos auténticos no son así.
Sí son, en cambio, de otra
forma: el macho alfa puede intervenir de forma decisiva en una cacería pero,
inmediatamente después de la captura, irse a dormir hasta que todo el mundo
está saciado. “La principal característica de un lobo macho alfa”, dice el
guardabosques y veterano estudioso de esta especie Rick McIntyre mientras los
observamos, “es una discreta confianza y seguridad en sí mismo. Sabe lo que
tiene que hacer; sabe lo que más conviene a su manada. Da ejemplo. Se siente a
gusto. Ejerce un efecto tranquilizador”. En definitiva, el macho alfa no es
agresivo, porque no necesita serlo. “Piense en un hombre seguro de sí, o en un
gran campeón; ya ha demostrado todo lo que tenía que demostrar. Imagíneselo
así: piense en dos manadas de lobos, o dos tribus humanas. ¿Cuál tiene más
probabilidades de sobrevivir y reproducirse, el grupo cuyos miembros cooperan,
comparten y se tratan con menos violencia unos a otros, o el grupo cuyos
miembros están atacándose y compitiendo entre sí?”.
Rick lleva 15 años
observando la vida diaria de los lobos, y asegura que un macho alfa no ejerce
casi nunca ningún comportamiento agresivo respecto a los demás miembros de la
manada, que comprende su familia, es decir, su pareja, sus hijos, tanto
biológicos como adoptados, y tal vez un hermano.
Ahora bien, saben ser duros
cuando es necesario. Hubo un lobo famoso en Yellowstone —el 21, así llamado por
el número de su collar—, a quien la gente que seguía de cerca su trayectoria
consideraba un superlobo. Defendía ferozmente a su familia y, al parecer, nunca
perdió una riña con una manada rival. Pero uno de sus pasatiempos favoritos era
pelear con los cachorros de su manada. “Y lo que de verdad le gustaba hacer”,
dice Rick, “era dejarse ganar. Le encantaba”. Aquel gran lobo macho dejaba que
un lobezno diminuto se le tirara encima y le diera mordiscos. “Entonces él se
dejaba caer patas arriba”, dice Rick. “Y el pequeñajo, con aire triunfador, se
erguía sobre él sin dejar de menear la cola”. En una ocasión, había un cachorro
algo más enclenque de lo normal. Los demás cachorros lo veían con desconfianza
y no querían jugar con él. Un día, después de llevar comida a los lobeznos, el
superlobo se puso a mirar a su alrededor. De pronto, empezó a mover el rabo.
Estaba buscando al cachorro y, al encontrarlo, se acercó a estar un rato con
él. Con todas las historias de victorias que cuenta Rick del superlobo, esta
anécdota es su preferida. La fuerza nos impresiona, pero lo que deja un
recuerdo indeleble es la bondad.
Si uno observa a los lobos,
no sólo con toda su belleza, su flexibilidad y su capacidad de adaptación, sino
también con su violencia a la hora de defenderse y de cazar, es difícil evitar
la conclusión de que no existen dos especies más parecidas que los lobos y los
humanos. Teniendo en cuenta que vivimos en grupos familiares, nos defendemos de
los “lobos” humanos que nos rodean y controlamos a los “lobos” que llevamos en
nuestro interior, es normal que reconozcamos los dilemas sociales y las búsquedas
de estatus de los lobos de verdad. No es extraño que los indios norteamericanos
consideraran a los lobos como almas gemelas.
Pero es que las similitudes
entre los machos lobos y los humanos son asombrosas. Hay muy pocas especies en
las que los machos proporcionen comida y protección a las hembras y las crías
durante todo el año. Las aves llevan comida a sus hembras y sus polluelos sólo
durante la época de cría. Entre algunos peces y algunos monos, los machos
cuidan de sus hijos, pero sólo mientras son pequeños. Los micos nocturnos
transportan y protegen a sus recién nacidos, pero no les dan de comer.
Ayudar a obtener comida
durante todo el año, llevársela a los recién nacidos, ayudar a criar a los
hijos durante varios años hasta que alcanzan la madurez y defender a las
hembras y a los jóvenes todo el tiempo contra los individuos que amenazan su
seguridad, son un conjunto de atributos poco frecuentes en un macho. Los
humanos y los lobos, y poco más. Y el más fiable, el más seguro, no es el
humano. Los lobos macho cumplen mejor sus obligaciones, ayudan a criar a sus
hijos y ayudan a las hembras a sobrevivir con una lealtad y una devoción
modélicas.
Nos
pueden enseñar a gruñir menos, tener más confianza, respetar a las hembras y
compartir la crianza
Y otra cosa más: “En los
viejos tiempos”, dice Doug Smith, “la gente decía que el macho alfa era el
jefe”. Sonríe y añade: “Eran sobre todo biólogos varones los que lo decían”. En
realidad, explica, en la manada existen dos jerarquías, “una de machos y otra de
hembras”. ¿Y quién manda? “Es sutil, pero da la impresión de que las hembras
son las que toman la mayoría de las decisiones”. Es decir, adónde dirigirse,
cuándo descansar, qué ruta seguir, cuándo salir de caza. Smith dice que hembra
alfa es un término obsoleto. “Yo utilizo la palabra matriarca para hablar de
una loba cuya personalidad establece la tónica de toda la manada”.
En conclusión: a nuestro
estereotipo del macho alfa no le vendría mal una corrección. Los verdaderos
lobos nos pueden enseñar varias cosas: a gruñir menos, tener más “discreta
confianza”, dar ejemplo, mostrar una fiel devoción al cuidado y la defensa de
las familias, respetar a las hembras, compartir sin problemas la crianza. En
eso consistiría ser un verdadero macho alfa.
Carl Safina es escritor, ecologista y profesor. Su último libro es Beyond Words; What Animals Think and Feel.