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Por Marianna García Legar
Cuenta la leyenda que en el
año 40 Santiago peregrinaba por España y, al llegar al poblado indígena de
Salduie, se le apareció la mismísima Virgen María en carne y hueso, de pie
sobre un pilar de Jaspe rojo. María le dijo a Santiago que en torno a ese pilar
construyera la primera iglesia mariana del mundo; encargo que él cumplió
construyendo allí mismo una iglesia de adobe.
Hasta la misma iglesia católica
admite que la leyenda carece de base alguna, y nosotras sabemos que ese relato
es sólo uno más de los mitos de reemplazo con los cuales se cristianizaron los
antiguos cultos femeninos indígenas. Que la iglesia decidiera levantar allí un
templo importante y lanzar una leyenda en torno él, ya sería indicio de que el
lugar probablemente tenía un culto femenino anterior. Sin embargo es difícil
encontrarlo cuando rastreamos su historia.
Los restos más antiguos
hallados en Zaragoza son del siglo VI antes de nuestra era, y corresponden a la
ciudad-estado de Salduie perteneciente a la tribu de los sedetanos, pueblo
indoeuropeo de tipo celta hallstático procedente de la zona de la
actual Bélgica. Claramente patriarcales, de lengua protocéltica indoeuropea,
llegaron a la Península y tomaron como destino final el valle medio del Ebro, donde se asentaron al
sur del río. Incineraban a los muertos, acuñaban moneda y
adoraban a dioses masculinos, de los que han sido hallados uno equivalente a
Marte, y otro representado como un dios con arado que presidía la agricultura.
Hay algún rastro de culto a Démeter, pero claramente no era una deidad
principal. El jinete y el caballo eran para ellos sus símbolos básicos como
representación de heroicidad guerrera. Cuando Roma invadió la Península, se
aliaron rápidamente con ella y participaron en sus guerras. Por lo tanto por
aquí no podemos encontrar referentes simbólicos femeninos, aunque no puede
descartarse que, al contar Zaragoza con 3 ríos (Ebro, Huerva y Gállego), pueda
haber habido allí algún culto anterior a una divinidad femenina de las aguas,
tan frecuente en la antigua Península Ibérica.
Sin embargo el dato del
pilar de Jaspe Rojo es muy sugerente simbólicamente dado que la leyenda nos dice que el pilar en
cuestión es, en realidad, más importante que la misma estatua de la Virgen. La
columna (pilar) mide un metro sesenta de alto y tiene un diámetro de 24 cm.
Actualmente está forrada con bronce y plata, y por detrás tiene una apertura
llamada “humilladero” que permite acceder a la piedra, para que la gente se
arrodille para besarla. Normalmente está cubierta por un manto enorme, pero
puede verse entera los días 2, 12 y 20 de cada mes, ignoro el porque de estas
fechas.
Cuando se conocen las
propiedades y tradiciones en torno al Jaspe rojo, se puede deducir claramente
que esta piedra simbolizaba en la antigüedad la sangre femenina y la
fertilidad.
El jaspe rojo o Jaspe
Sanguíneo es una roca ígnea del tipo del sílex con alto contenido en hierro, a
lo que debe su intenso color rojo. A veces, lleva dentro piezas sueltas que
suenan al mover la piedra, como si llevara otro ser en su interior, siendo en
este sentido un símbolo de la mujer embarazada.
En varias culturas mediterráneas de la
antigüedad se creía que el Jaspe era la sangre petrificada de la Tierra
y se le
atribuía la capacidad de regular la pérdida de sangre tras el parto, calmar el
dolor de la menstruación y el parto, y ayudar a las mujeres a tener leche para
dar de mamar. En Egipto era llamado “Sangre de Isis” y se hacía con esta piedra
el amuleto llamado “Nudo de Tit”, que representaba los órganos genitales de Isis y
daba a quien lo llevara las virtudes vivificadoras de la sangre de la diosa. También la diosa
egipcia Sekhmet fue considerada “Señora del Jaspe Rojo”. En Babilonia se
utilizaba para favorecer el embarazo y el parto, como más tarde también en
Roma.
Nudo de Tit de Jaspe rojo. |
Estos saberes parecen
haberse mantenido durante milenios, porque en el siglo XI Marbodio, -obispo de
Ruán, Francia-, aconsejaba a las mujeres que colocaran un jaspe rojo sobre su
vientre para calmar los dolores del parto y, más tarde en el siglo XV, el
alquimista castellano Enrique de Villena lo recomendaba en el mismo sentido.
En cuanto al pilar en sí
mismo, hay una larga tradición de pilares que representaban a las antiguas
diosas o, dicho a la inversa, de diosas cuyos cultos comenzaron bajo la
adoración de un pilar o columna. Las mismas cariátides, columnas con forma de
cuerpo de mujer, serían herederas de ese simbolismo.
Hace 9.000 años, en el sur
de Anatolia, -actual Turquía-, floreció la ciudad de Çatal Hüyük, el mayor
emplazamiento neolítico del Próximo Oriente. Entre
el 7.000 y el 5.000 antes de nuestra era tuvo su período de mayor florecimiento para ser luego abandonada por razones que se desconocen. Esta cultura nos refleja el
culto neolítico a la diosa madre y en las excavaciones allí realizadas se
encontraron pilares rojos que la representaban, simbolismo también hallado más
tarde en las culturas de la Vieja Europa excavadas por Marija Gimbutas, así
como también en la Creta minoica.
En estelas de Cartago, el
pilar representaba a la diosa Tanit, culto que sabemos que los cartagineses
trajeron a la Península Ibérica, ya que esta diosa fue adorada en Ibiza. El
culto al pilar también se manifestó a través del culto al tronco que nos refiere a la diosa Ashera,
consorte de Yahvé antes de que su rastro fuera borrado por el patriarcado
semita, y a cuyo nombre se debe la denominación de ashera o asherim para los troncos que
la representaban.
El culto a los pilares también
refleja la evolución del prehistórico culto a las piedras erguidas, el cual parece haber sido heredado en
los llamados ídolos oculados neolíticos, que
tienen forma de pequeños pilares y representan a la diosa pájaro. Milenios
después, en las actas del martirio de las santas
Rufina y Justina de la Sevilla del siglo III, se menciona que el pueblo llevaba en procesión “un ídolo sin brazos,
ni manos, ni pies” que podría tratarse de uno de estos pilares o troncos que
representaban a la antigua deidad bajo su aspecto andrógino.
Diosa Pájaro Neolítica hallada en Lebrija, Sevilla. |
Refuerza estas hipótesis el
hecho de que la estatua que se encuentra sobre el Pilar es una virgen negra. Realizada
en madera de cedro a partir de un tronco que fue rebajado hasta modelar la
imagen, la escultura se atribuye al escultor Juan de la Huerta y se cree que
fue realizada hacia 1435 para reemplazar la imagen anterior que se quemó en un
incendio. Lo más relevante de esta imagen es que las vírgenes negras siempre señalan
antiguos lugares de culto femenino a la madre Tierra. Nadie puede aducir que
esta virgen es negra por “el humo de los cirios”, como suele decir la iglesia
para justificar el color negro de algunas vírgenes, ya que la elección de la
madera de cedro, que oscurece al envejecer, demuestra la intención simbólica de su
autor.
Sobre la Virgen del Pilar
se han volcado muchos conceptos netamente patriarcales. Se la transformó en la patrona de la
Guardia Civil y de la Armada española, fue un importante símbolo franquista y su celebración fue establecida intencionalmente el mismo día de la llegada de Colón a
América, que marcaría el inicio de la invasión y devastación de las culturas
indígenas americanas.
Mi propuesta es reclamar y
recuperar a la Virgen negra del Pilar, patrona de Zaragoza, como lo que se
esconde tras el velo del olvido: el arquetipo de una representación ancestral del poder fertilizador de la sangre de las mujeres,
reflejada en ese pilar rojo que nos trae la memoria olvidada de los antiguos
cultos indígenas que honraban lo femenino en la península ibérica. Y ese símbolo nunca puede representar a una diosa de la guerra, el ejército o la invasión, porque representa a la madre tierra y su amor infinito. Honrémosla, pues, este 12 de octubre para que su bendición sane las heridas entre los pueblos que habitan nuestra tierra.
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