• La inteligencia femenina: Cómo se «corporeizan» los pensamientos


Por Christiane Northrup, del libro “Cuerpo de Mujer, Sabiduría de Mujer”- Ediciones Urano.
Las mujeres tenemos la capacidad de saber lo que sabemos con el cuerpo y el cerebro al mismo tiempo, en parte debido a que tenemos constituido el cerebro de tal manera que, cuando nos comunicamos, tenemos un buen acceso a la información contenida en ambos hemisferios y en el cuerpo.
En el colegio me enseñaron a desconfiar de mi proceso de pensamiento, porque nunca cuadraba con la modalidad dualista en que está establecida la educación. En los tests de opciones múltiples, por ejemplo, siempre encontraba alguna razón por la cual podían ser correctas casi todas las respuestas. Siempre veía el «cuadro global» y comprendía cómo todo estaba relacionado con todo lo demás. Cuando veían mis respuestas equivocadas, mis profesores solían decirme: «Le atribuyes demasiado significado a todo. La respuesta correcta es evidente». A mí no siempre me parecía evidente. Ahora que he aprendido a valorar lo íntimamente li-gados que están mis pensamientos, mis emociones y mi cuerpo físico, he comenzado a recuperar toda mi inteligencia. Es pasmoso comprobar cuántas mujeres inteligentísimas se creen tontas debido a que gran parte de su inteligencia ha sido subvalorada. La doctora Linda Metcalf dice: «Las mujeres creen que su intelecto es una estructura mental masculina metida en su cabeza».
Me he dado cuenta de que, como muchas mujeres, hablo y pienso de una forma multimodal en espiral, usando al mismo tiempo mis dos hemisferios cerebrales y la inteligencia de mi cuerpo. Jean Houston describe así la evolución de la forma de pensar multimodal: Durante siglos las mujeres estuvieron en sus cuevas, removiendo la sopa con una mano, meciendo al bebé en una cadera y echando fuera al lanudo mamut con un pie. Hemos evolucionado teniendo que concentrarnos en más de una tarea al mismo tiempo, comprendiendo de modo innato las consecuencias de nuestros actos, no sólo para nosotras mismas, sino también para toda nuestra unidad familiar o nuestra tribu. Al tener que concentrarnos en varias cosas a la vez a lo largo de los siglos, las mujeres hemos desarrollado una estructura cerebral y un estilo de pensar que son característicamente diferentes de los de la mayor parte de los hombres.
En la mayoría de las mujeres, el cuerpo calloso, esa parte del cerebro que conecta los hemisferios derecho e izquierdo, es más grueso que en la mayoría de los hombres. Es decir, los dos hemisferios cerebrales están «conectados» de distinta manera en los hombres y en las mujeres. Los hombres usan principalmente el hemisferio izquierdo para pensar y comunicar sus pensamientos; su razonamiento suele ser lineal y orientado hacia la solución: va «al grano». Las mujeres, por el contrario, empleamos más zonas del cerebro que los hombres para comunicarnos; utilizamos los hemisferios cerebrales derecho e izquierdo. Dado que el hemisferio derecho tiene conexiones más abundantes con el cuerpo que el hemisferio izquierdo, cuando hablamos y pensamos, las mujeres tenemos más acceso a la sabiduría de nuestro cuerpo que la mayoría de los hombres.
Esto no quiere decir que el cerebro masculino carezca en absoluto de esta capacidad. Sólo se trata de que durante siglos no se ha animado a los hombres a desarrollar estas capacidades. Durante los cinco mil últimos años, la sociedad occidental ha creído que el enfoque lineal del hemisferio izquierdo es la forma superior de comunicación, y que la forma más «corporeizada» de hablar y pensar de la mujer es inferior y «menos evolucionada». Los autores del libro “Brain Sex” observan: «Al parecer los hombres son el sexo que dice lo primero que le viene a la cabeza, mientras que las mujeres se comunican haciendo uso de un repertorio mucho más amplio. Tomándolo todo en cuenta, los hechos pintan un cuadro completo de un intercambio de información más animado y más amplio en el cerebro femenino». Lamentablemente, en lugar de desarrollar esta forma de pensar «corporeizada», hemos aprendido a rechazar y denigrar esta capacidad.
En un reciente diálogo con la sociolingüista Deborah Tannen, Robert Bly dijo: «Las palabras están en un lóbulo del cerebro y los sentimientos en el otro». Esta afirmación, debo subrayar, sólo vale para la mayoría de cerebros masculinos. No toma en cuenta en absoluto la complejidad del cerebro femenino. «Eso significa entonces —continuó Bly— que las mujeres tienen la capacidad de mezclar esos lóbulos con mucha más rapidez que los hombres. Las mujeres tienen una superautopista para ir allí. Y como hiciera notar Michael Meade, los hombres nos quedamos con un tortuoso caminito rural, y tenemos suerte si pasa por ahí una palabra».
Cuando estoy explicando algo con detalles, mi marido suele decirme: «¿No puedes decirlo con menos palabras? ¿No puedes ir al grano?». Esto manifiesta un estilo de comunicación típicamente masculino. Cuando yo pienso y hablo, uso el lenguaje para expresar la riqueza de lo que pasa por mi mente y mi cuerpo al comunicar mis pensamientos. Me gusta entretenerme con el lenguaje, vagar en él. Muchas veces he llegado a entender lo que siento hablando de ello un rato, dejando surgir los pensamientos de todo mi cuerpo y todo mi cerebro antes de decirlos. Procesar las ideas verbalmente o escribir mis pensamientos me sirve para conocerme más.
Mi marido, por el contrario, usa las menos palabras posibles. Él y la mayoría de los hombres quieren llegar al grano, al producto o la solución, y todo tiene que tener una; si no, no vale la pena hablar de ello. La mayoría de los hombres consideran y sienten tedioso e inútil el «proceso» de llegar al grano. (Suelen usar un puntero cuando dan una conferencia, y lo pasan muy mal si no tienen uno. Las mujeres rara vez usan un puntero, a no ser que hayan superdesarrollado selectivamente el hemisferio izquierdo.) El doctor George Keeler, un colega en medicina holista, dice: «Cuando hablan los hombres, se saltan los verbos. Cuando hablan las mujeres, se saltan los sustantivos». Refiriéndose a la física cuántica, que enseña que las partículas y las ondas son simplemente aspectos distintos de la materia, el doctor Keeler observa: «Los hombres hablan un lenguaje partícula. Las mujeres hablan un lenguaje onda».
La forma de pensar multimodal, «corporeizada», hace posible a la mayoría de las mujeres ir a la compra sin lista y recordar todo lo que iban a comprar, además de otros artículos que de pronto recuerdan que necesitan. Cuando estoy en medio de una operación quirúrgica, también soy consciente de lo que están haciendo mis hijas, de que hijas, de que necesitamos servilletas de papel y de que tengo que comprar pan de camino a casa. Todo eso pasa por mi cerebro al mismo tiempo. Esto se llama «pensamiento relacio-nal». Mi marido, por su parte, tiene en la mente uno o dos pensamientos y trabaja en una o dos tareas a la vez. Generalmente tiene que volver a la tienda tres veces para comprar lo que yo compro en un solo viaje.
Las diferencias entre los estilos de comunicación masculino y femenino se hacen notar repetida-mente en mi consulta. Cuando le estoy explicando la enfermedad de una paciente a su marido o compa-ñero, suelo decirle: «Escuche, cuando le explico lo que tiene su esposa [o su compañera], da la impresión de que hablo en círculos». Describo un círculo con el dedo. «Voy por allí, por aquí y por allí. Tal vez esto le parezca una digresión, y tal vez no vea la pertinencia de lo que le estoy diciendo. Pero todo está rela-cionado. Sígame, que ya llegaré al punto principal y se lo armaré todo».
Mis opiniones y las de otros científicos sobre las diferencias entre la forma de pensar masculina y femenina son controvertidas. Sin embargo, al margen de lo que creemos, he llegado a comprender que para estar totalmente sanas, las mujeres debemos valorar la totalidad de la inteligencia que tenemos a nuestra disposición, ya que nos viene de todo nuestro ser: cuerpo, mente y espíritu.