por Marianna García Legar
Dedico este texto a todas las mujeres de mi linaje
que murieron a consecuencia de un aborto.
Yo tenía 17 años cuando aborté en Argentina. Me quedé embarazada porque, al estar en el segundo día de la menstruación, no me puse el diafragma. No imaginaba que era posible quedarse embarazada durante la regla, pero luego supe que era muy frecuente y les pasaba a muchas chicas.
Yo no quería tener una criatura a esa edad. Mi novio de 19 años tampoco, aunque hubiera respetado y apoyado mi decisión si yo hubiera querido tenerlo. Pero yo no quería, bajo ningún concepto. En la ingenuidad de mi juventud no me daba miedo abortar, estaba tan convencida de lo que quería hacer que nada me lo hubiera impedido, a pesar de que en esa época el aborto era ilegal no sólo en Argentina, sino en casi todo el planeta.
Busqué alguien que hiciera abortos. Alguien que conociera a alguien que conociera a alguien que hubiera abortado y sobrevivido…Así funcionan estas cosas y, en general, acabas en manos de gente de la que, en realidad, no sabes casi nada. Pero como el tiempo corre y cuanto más avance el embarazo peor es la cosa, eliges sin saber muy bien a quien estás eligiendo. Por lo menos me dijeron que no hacían el aborto insertando una aguja de tejer en el orificio del cuello del útero, algo muy frecuente que causa perforaciones de útero, infecciones y muertes. No hubo más explicaciones.
No realizaron ninguna cita previa, nadie me revisó antes de operarme, ni me encargó análisis de ningún tipo. Concerté la hora por teléfono, y esos fueron todos los preliminares; me vieron por primera vez para realizarme el aborto.
El día del aborto me acompañaron mi novio y mi madre. El lugar quedaba por Floresta, una típica casa porteña de barrio, de esas que tienen un patio al que dan todas las habitaciones. La habitación era un cuarto con dos mesas, una de las cuales hacía las veces de camilla. Entré, me tumbaron sobre la mesa y me durmieron con una inyección, nunca supimos qué me pusieron para hacerlo. Según me contaron mi madre y mi novio –que me esperaban fuera–en cuanto me durmieron yo comencé a gritar que no quería que me operaran. El tipo que me intervenía y la mujer que lo ayudaba me ataron a la mesa, cerraron la puerta con llave para que mi familia no pudiera entrar y me hicieron el aborto. Me dijeron que yo grité todo el tiempo como una loca que me dolía, aunque luego no recordaba nada.
Al acabar, me desperté llorando entre vómitos que duraron mucho rato. Lo primero que vi al despertar fue un bote de insecticida para cucarachas, que estaba en la misma mesa sobre la que me habían intervenido. Luego nos mandaron a casa sin concertar ninguna cita posterior para revisarme y ver cómo estaba. Tampoco me recetaron antibióticos. Afortunadamente no hubo complicaciones y sobreviví sin secuelas.
Mucha gente cree que las únicas que reclamamos el derecho al aborto en Argentina somos las mujeres feministas, pero, aunque sean ellas las que están dando la cara en primera fila, en realidad están allí representando a todas las mujeres. El aborto no es algo “nuevo”, ni un invento feminista producto de esta época. Se calcula que a mediados del siglo XIX aproximadamente la mitad de los embarazos eran abortados, ya que el aborto siempre ha existido, a pesar de que cuanto más nos remontamos al pasado, más peligroso era.
En todas las familias ha habido muchas muertes por abortos. Todos los linajes tienen una larga y silenciada lista de mujeres muertas a consecuencia de un aborto que fueron y son consideradas una deshonra, cuando en realidad lo que son es una vergüenza para la sociedad en la que han ocurrido. En mi familia materna, una tía abuela mía murió a consecuencia de un aborto mal realizado. La pobre tenía ya 5 hijos y no quería más, pero su marido no paraba de embarazarla. Aunque en mi familia siempre se dijo que había muerto de peritonitis, mi madre me contó la verdad. Por todas ellas, por todas nuestras parientas muertas en abortos y nunca reivindicadas, estamos luchando para lograr en Argentina un aborto libre, legal, gratuito y digno. Parte de nuestra batalla debería pasar por conocer y honrar en nuestras familias sus nombres, y quizá deberíamos salir la calle con esos nombres escritos en nuestras pancartas. Ya es hora de reivindicar a las mujeres de nuestras familias que murieron abortando y sacarlas del silencio con el que fueron enterradas.
Además, muchas de nuestras madres, abuelas y tías también son supervivientes del aborto, pero lo ocultan considerándolo una mancha horrible. Estos abortos, al estar escondidos y considerarse una infamia, afectan inconscientemente a nuestros linajes e influyen sobre nuestras vidas de un modo profundo e ignorado. Yo sé que mi madre y mis abuelas abortaron, ya que mi madre me lo contó. Quizá ya también sea hora de comenzar a preguntar a las mujeres de nuestras familias si ellas también han abortado, devolviendo esa realidad a la luz y ayudándolas a sanar estas supuestas deshonras que, en realidad, sólo son dolorosas heridas femeninas.
Si las mujeres que hemos abortado estuviéramos dispuestas a relatar nuestras experiencias, si pudiéramos dejar de lado la vergüenza y fuéramos conscientes de lo sanador que puede resultar hablar de esto, comenzaríamos a cambiar el paisaje del mundo interno femenino. La idea de que la principal función de la mujer es tener hijos está profundamente arraigada en nuestro inconsciente, ya que es la base sobre la cual se construyó el patriarcado. Cuando decidimos abortar, cuando nos elegimos a nosotras mismas antes que a la criatura que llevamos en nuestras entrañas, 4000 años de ideología patriarcal religiosa e institucional se levantan contra nosotras en nuestro interior, por no mencionar lo que ocurre a nivel social.
Sin embargo, también es importante recalcar que estas experiencias sólo deben ser compartidas en espacios seguros, donde sepamos que no seremos juzgadas. No se trata de exponernos inútilmente ni de hacer de heroínas, ya que no tenemos por qué demostrar nada. Por ello sólo debemos compartir estas vivencias donde sepamos que podremos hablar con tranquilidad, ya que seremos escuchadas con empatía y cariño, sin que nadie nos“envíe a la hoguera”, nos llame asesinas, o divulgue esta información donde no corresponde, sólo para hacernos daño. Este es un tema que levanta muchísimas ampollas y no debemos correr riesgos innecesarios.
Otro estigma que se arrastra es el de los abortos repetidos. Muchísimas mujeres han abortado varias veces. Esto se vive como una de las mayores vergüenzas que podemos experimentar y de la que nunca se habla, ni siquiera en confianza. Ya es hora de abrir también esas puertas y sacar a la luz esos hechos.
A veces la mujer queda embarazada porque está con un hombre maltratador, que no acepta usar métodos anticonceptivos (y ya es hora de que seamos conscientes de que cuando un hombre se niega a usar métodos anticonceptivos nos está maltratando). Pero también esto puede suceder porque la mujer ha hecho de su relación con los hombres una forma de abuso contra su propio cuerpo y su propia fecundidad, lo cual suele generar un inmenso odio hacia una misma. Quizá deberíamos comenzar a preguntarnos porque algunas mujeres imitamos la deplorable costumbre, tan extendida entre muchos hombres, de tener relaciones sexuales sin tomar medidas anticonceptivas. Quizá deberíamos preguntarnos porque no nos negamos a tener relaciones sexuales con esos hombres, o porque aceptamos ser penetradas en esas circunstancias, exponiéndonos una y otra vez a la hiper fecundidad masculina. Quizá deberíamos investigar qué se esconde bajo ese comportamiento autodestructivo, ya que somos nosotras las que, luego, pagaremos las consecuencias teniendo que someternos a una intervención invasora e ilegal y al trauma emocional que comporta.
Ni yo ni nadie se enorgullece ni se siente feliz de haber abortado, aunque una siga adelante con su vida con un cierto alivio por no haber tenido ese bebé. Pero cuando pasan los años ves con más claridad cuánto y cómo te ha herido abortar, así como la culpa que guardas encapsulada en tu interior por no haberle permitido vivir a tu criatura. Pero, en la mayoría de los casos, ni aun así te arrepientes de haberlo hecho.
Sin embargo, todo en nuestra vida cambia a partir de un aborto, porque la maternidad no puede ser deshecha y deja huellas en el alma, marcas que es necesario reconocer y honrar. Por ello cada criatura no nacida debe ser acogida en nuestro linaje, ya que todas ellas forman parte del mismo. Asimismo, el trauma tiene que emerger a la consciencia para ser sanado, de modo que la mujer pueda continuar su camino sin hacerse daño a sí misma por la culpa inconsciente.
Mientras en un país el aborto no esté legalizado, las clínicas donde abortan las mujeres adineradas seguirán en manos de mafias organizadas que sobornan con dinero a la policía y al estado para poder hacer ese trabajo. Y las mujeres pobres seguirán abortando de la única manera que pueden, con personas que actúan como carniceros que no respetan su salud ni sus vidas.
En Argentina, sobre una tasa de 750.000 nacimientos al año, se realizan unos 500.000 abortos, lo que significa que por cada dos nacimientos, hay más de un aborto. El 17% de las muertes de mujeres gestantes se producen por abortos inseguros que, además, son la primera causa de muerte de mujeres embarazadas en Argentina, país en el cual cada 3 horas nace un bebé no deseado de una madre que tiene entre 10 y 14 años.
En Uruguay la legalización del aborto logró hacer descender las muertes de mujeres gestantes del 37% al 8%. ¿NO HA LLEGADO YA LA HORA DE QUE EL ABORTO SEA LEGAL EN ARGENTINA?
PARA ARGENTINA Y PARA TODO EL PLANETA:
EDUCACIÓN SEXUAL PARA DECIDIR.
ANTICONCEPTIVOS GRATUITOS PARA NO ABORTAR.
ABORTO LIBRE, LEGAL Y GRATUITO PARA NO MORIR.
EDUCACIÓN SEXUAL PARA DECIDIR.
ANTICONCEPTIVOS GRATUITOS PARA NO ABORTAR.
ABORTO LIBRE, LEGAL Y GRATUITO PARA NO MORIR.