Por Bárbara Ehrenreich y Deirdre English – Extracto del libro “Brujas, parteras y enfermeras, una historia de sanadoras” publicado en 1973 en Estados Unidos en The Feminist Press – www.feministpress.org
Las brujas vivieron y murieron en la hoguera mucho antes de que apareciera la moderna ciencia médica. La mayor parte de esas mujeres condenadas como brujas eran simplemente sanadoras no profesionales al servicio de la población campesina y su represión marca una de las primeras etapas en la lucha que los hombres emprendieron para eliminar a las mujeres de la práctica de la medicina.
La eliminación de las brujas como curanderas tuvo como contrapartida la creación de una nueva profesión médica masculina, bajo la protección y patrocinio de las clases dominantes. El nacimiento de esta nueva profesión médica en Europa tuvo como influencia decisiva sobre la caza de brujas, pues ofreció argumentos “médicos” a los inquisidores:
…dado que la iglesia medieval, con el apoyo de los soberanos, de los príncipes y de las autoridades seculares, controlaba la educación y la práctica de la medicina, la Inquisición (caza de brujas) constituye, entre otras cosas, uno de los primeros ejemplos de cómo se produjo el desplazamiento de las practicas artesanales por los “profesionales” y de la intervención de estos últimos contra el derecho de los “no profesionales” a ocuparse del cuidado de los pobres…
Tomas Szasz, The Manufacture of Madness (La Fábrica de la Locura).
La caza de brujas tuvo consecuencias duraderas. En efecto, desde entonces un aspecto del ser mujer ha quedado siempre asociado a la brujería, y las mujeres que han continuado actuando como sanadoras han seguido rodeadas de un halo de superstición y temor. Esa destructiva y temprana exclusión de las mujeres del ejercicio autónomo de la sanación fue un precedente violento y una advertencia para el futuro, que llegaría a convertirse en un tema de nuestra historia. La presente lucha del movimiento feminista en el terreno de la salud de hoy tiene sus raíces en los aquelarres medievales y los responsables del despiadado exterminio de las brujas son los antecesores de nuestros actuales adversarios.
La caza de brujas
El periodo de la caza de brujas abarcó más de cuatro siglos (del siglo XIV al XVII), desde sus inicios en Alemania hasta su introducción en Inglaterra. La persecución de las brujas empezó en tiempos feudales y prosiguió, con creciente virulencia, hasta bien entrada la “Edad de la Razón”. Adoptó diversas formas según el momento y lugar, pero sin perder en ningún momento su característica esencial de campana de terror desencadenada por la clase dominante y dirigida contra la población campesina de sexo femenino. En efecto, las brujas representaban una amenaza política, religiosa y sexual para la Iglesia, tanto católica como protestante, y también para el Estado.
Las dimensiones de este sangriento fenómeno histórico son impresionantes. Entre finales del siglo XV y principios del XVI se registraron varios millares de ejecuciones –en su mayoría condenas a ser quemadas vivas en la hoguera– en Alemania, Italia, España y otros países. Hacia mediado del siglo XVI, el terror se había propagado a Francia y, en algunas ciudades alemanas, las ejecuciones alcanzaron un promedio anual de 600, aproximadamente dos diarias “sin contar los domingos”. En la región de Wertzberg, 900 brujas murieron en la hoguera en un solo año y otras 1.000 fueron quemadas en Como y sus alrededores. En Toulouse llegaron a ejecutarse 400 personas en un solo día. En 1585, de toda la población femenina de dos aldeas del obispado de Traer solo se salvó una mujer en cada una de ellas. Numerosos autores cifran en varios millones el número total de víctimas. El 85% de todos los condenados a muerte fueron mujeres: viejas, jóvenes y niñas.
El mero alcance de la caza de brujas ya sugiere que nos hallamos ante un fenómeno social profundamente arraigado y que trasciende los límites de la historia de la medicina. Tanto geográfica como cronológicamente la persecución más encarnizada de las brujas coincide con periodos de gran agitación social, que conmovieron los cimientos del feudalismo: insurrecciones campesinas de masas, conspiraciones populares, el nacimiento del capitalismo y la aparición del protestantismo. Indicios fragmentarios –que el feminismo debería investigar– sugieren que, en algunas regiones, la brujería fue la expresión de una rebelión campesina encabezada por las mujeres. No podemos detenernos aquí a investigar a fondo el contexto histórico en que se desarrolló la caza de brujas. Sin embargo, es preciso superar algunos tópicos sobre la persecución de las brujas, falsas concepciones que las despojan de toda su dignidad y que descargan toda la responsabilidad de lo ocurrido sobre las propias brujas y las masas campesinas a las que éstas servían.
Por desgracia, las brujas, mujeres pobres y analfabetas, no nos han dejado testimonios escritos de su propia historia y ésta, como ocurre con el resto de la historia, nos ha llegado a través de los relatos de la élite instruida, de modo que, actualmente solo conocemos a las brujas a través de los ojos de sus perseguidores.
Dos de las teorías más conocidas sobre la caza de brujas son esencialmente interpretaciones médicas que atribuyen esta locura histórica a una inexplicable explosión de histeria colectiva. Una versión sostiene que los campesinos enloquecieron y nos presenta la caza de brujas como una epidemia de odio y pánico colectivos, materializada en imágenes de turbas de campesinos sedientos de sangre blandiendo antorchas encendidas. La otra interpretación psiquiatrica, en cambio, afirma que las locas eran las brujas. Un acreditado historiador y psiquiatra, Gregory Zilboorg, escribe:
…los millones de hechiceras, brujas, endemoniadas y poseídas constituían una enorme masa de neuróticas y psicóticas graves… durante muchos años el mundo entero pareció haberse convertido en un verdadero manicomio…
Pero, de hecho, la caza de brujas no fue ni una orgía de linchamientos ni un suicidio colectivo de mujeres histéricas, sino que siguió procedimientos bien regulados y respaldados por la ley. Fueron campañas organizadas, iniciadas, financiadas y ejecutadas por la Iglesia y el Estado. Por los inquisidores, tanto católicos como protestantes, el libro guía Maleficarum Malleus, o “Martillo de Brujas”, escrito en 1484 por los reverendos Kramer y Sprenger (“hijos dilectos” del Papa Inocencio VIII). Durante tres siglos, todos los jueces, todos los inquisidores, mantuvieron este sádico libro siempre al alcance de la mano. En una larga sección dedicada a los procedimientos judiciales, las instrucciones explican claramente cómo se desencadenaba la “histeria”.
El encargado de poner en marcha un proceso de brujería era el vicario o el juez del distrito, quien debía hacer pública una proclama por la cual se:
…ordena, manda, requiere y advierte que en el plazo de doce días… todo aquel que este enterado, haya visto u oído decir que cualquier persona tiene reputación de hereje o de bruja, o es particularmente sospechosa de causar daño a las personas, animales o frutos del campo con perjuicio para el Estado, deberá ponerlo en nuestro conocimiento.
Quienquiera que dejara por denunciar a alguna bruja se exponía a la excomunión y a sufrir una larga lista de castigos corporales.
Si esta amenazadora proclama permitía localizar al menos una bruja, su proceso podía ayudar luego a descubrir muchas más. Kramer y Sprenger ofrecían detalladas instrucciones sobre el uso de la tortura para arrancar confesiones y nuevas acusaciones. Por regla general, se desnudaba a la acusada y se le afeitaba todo el vello corporal. Luego la machacaban los dedos, la ponían en el potro, la torturaban con clavos ardientes y le ponían “botas quebrantahuesos”, la dejaban sin alimento y la azotaban con el látigo. La conclusión es evidente: la furia de la caza de brujas no surgió espontáneamente entre la población campesina, sino que fue el resultado de una calculada campaña de terror desencadenada por la clase dominante.
Los delitos de las brujas
¿Quiénes fueron, pues, las brujas y que horribles “delitos” cometieron para provocar una reacción tan violenta de las clases dominantes? Sin duda, durante los varios siglos que duró la caza de brujas, la acusación de “brujería” abarcó un sinfín de delitos, desde la subversión política y la herejía religiosa hasta la inmoralidad y la blasfemia. Pero existen tres acusaciones principales que se repiten a lo largo de la historia de la persecución de las brujas en todo el Norte de Europa. Ante todo, se las acusaba de todos los crímenes sexuales concebibles en contra de los hombres. Lisa y llanamente, sobre ellas pesaba la acusación de poseer una poderosa sexualidad femenina. En segundo lugar, se las acusaba de estar organizadas. La tercera acusación, finalmente, decía que tenían poderes mágicos sobre la salud, que podían provocar el mal, pero también, que tenían la capacidad de curar. A menudo se las acusaba específicamente de poseer conocimientos médicos y ginecológicos.
Comencemos examinando la acusación de crímenes sexuales. La Iglesia católica medieval elevaba a principio la misoginia. El Maleficarum Malleus declara, “Cuando la mujer piensa sola, tendrá diabólicos pensamientos”. La misoginia de la Iglesia –en caso de que la caza de brujas por sí sola no fuera ya una prueba suficiente– queda demostrada por la doctrina que afirmaba que, en el coito, el varón depositaba en el cuerpo de la mujer un homúnculo, es decir un “pequeño hombre” completo, con el alma incluida, hombrecillo que simplemente pasaba nueve meses cobijado en el útero, sin recibir ningún atributo de la madre. Aunque el homúnculo no estaría realmente a salvo hasta pasar otra vez a manos de un hombre (el cura que debía bautizarlo) asegurando de este modo la salvación de su alma inmortal.
Otra deprimente fantasía de ciertos pensadores religiosos medievales era que en el momento de la resurrección todos los seres humanos renacerían ¡bajo la forma de varones!
La Iglesia asociaba la mujer al sexo y condenaba todo placer sexual, considerando que éste solo podía proceder del demonio. Se suponía que las brujas habían experimentado por primera vez el placer sexual copulando con el demonio (a pesar del miembro sexual frío como el hielo que se le atribuía) y que luego contagiaban a su vez el pecado a los hombres. Es decir que se culpaba a la mujer de la lujuria, ya fuera masculina o femenina. Por otra parte, también se acusaba a las brujas de causar impotencia en los hombres y de hacer desaparecer sus genitales. En lo tocante a las mujeres, de hecho, se las acusaba de ofrecer consejos anticonceptivos y de efectuar abortos:
Ahora bien, como dice la Bula Pontifica, existen siete métodos de los que se valen para embrujar el acto venéreo y la concepción en el vientre. Primero, inclinando los pensamientos de los hombres hacia la pasión desenfrenada. Segundo, obstruyendo su fuerza procreadora. Tercero, haciendo desaparecer los órganos adecuados para tal acto. Cuarto, transformando a los hombres en bestias con su magia. Quinto, destruyendo la facultad de procrear en las mujeres. Sexto, practicando abortos. Séptimo, ofreciendo niños al demonio, así como también otros animales y frutos de la tierra, con lo cual causan grandes males…
Malleus Maleficarum
A los ojos de la Iglesia, todo el poder de las brujas procedía en última instancia de la sexualidad. Su carrera se iniciaba con un contacto sexual con el diablo. Cada bruja recibía luego la iniciación oficial en una reunión colectiva (el sabat) presidida por el demonio, a menudo bajo forma de macho cabrío, el cual copulaba con las neófitas. La bruja prometía fidelidad al diablo a cambio de los poderes que recibía. En la imaginación de la Iglesia incluso el mal solo podía concebirse en última instancia en términos exclusivamente masculinos. Como explica el Maleficarum Malleus, el demonio actúa casi siempre a través de la hembra, como hizo ya en el Edén:
Toda magia tiene su origen en la lujuria de la carne, que es insaciable en la mujer… Para satisfacer su lujuria, copulan con demonios… Queda suficientemente claro que no es de extrañar que la herejía de la brujería contamine a mayor número de mujeres que de hombres… Y alabado sea el Altísimo por haber preservado hasta el momento al sexo masculino de tan espantoso delito…
Las brujas no sólo eran mujeres, sino que además eran mujeres que parecían estar organizadas en una amplia secta secreta. Una bruja cuya pertenencia al “partido del diablo” quedaba probada, era considerada mucho más terrible que otra que hubiese obrado sola y la obsesión de la literatura sobre la caza de brujas es averiguar qué ocurría en los sabats de las brujas o aquelarres (¿devoraban niños no bautizados? ¿Practicaban el bestialismo y la orgía colectiva? Y otras extravagantes especulaciones…).
De hecho, existen testimonios de que las mujeres acusadas de ser brujas efectivamente se reunían en pequeños grupos a nivel local y que estos grupos llegaban a convocar multitudes de cientos, o incluso miles de personas, cuando celebraban alguna festividad. Algunos autores han adelantado la hipótesis de que estas reuniones tal vez eran actos de culto pagano. Y sin duda alguna, esos encuentros también ofrecían la oportunidad de intercambiar conocimientos sobre hierbas medicinales y transmitirse las últimas noticias. Tenemos pocos datos sobre la importancia política de las organizaciones de las llamadas brujas, pero resulta difícil imaginar que no tuvieran alguna relación con las rebeliones campesinas de la época. Cualquier organización campesina, por el mero hecho de ser una organización, atraía a los descontentos, mejoraba los contactos entre aldeas y establecía un espíritu de solidaridad y autonomía entre los campesinos.