Extractos del
texto publicado en la página www.ginealmeria.es
“Educación Sexual para DECIDIR,
anticonceptivos para no ABORTAR,
Aborto libre y seguro para no MORIR”.
La
historia del aborto ha acompañado a la mujer desde hace milenios y forma parte
de la historia de la mujer y la sociedad en su conjunto.
Así
como NINGUNA mujer aborta por placer, ni busca un embarazo para abortar; tampoco
a ninguna mujer se le puede obligar a tener un hijo NO deseado, tanto si ella
no lo desea como si está malformado, carece de medios para una vida digna, o es
resultado de una violación. Es injusto, indigno e inhumano imponer una maternidad
NO deseada por mandatos culturales o religiosos, o legales.
El
aborto o INTERRUPCIÓN VOLUNTARIA DEL EMBARAZO NO DESEADO, nació con la
humanidad misma, estuvo presente en todas las sociedades a la luz o en la
oscuridad, y sigue siendo una deuda histórica pendiente aún en muchas
sociedades hacia los Derechos Humanos de la Mujer, derechos que abarcan su
sexualidad y su reproducción, y que aún no son reconocidos, respetados y mucho
menos protegidos.
Técnicas
para abortar ya eran nombradas en documentos como el Papiro de Ebers (Egipto,
1.500 a.C.) y otros textos antiguos encontrados. En excavaciones arqueológicas
se han hallado instrumentos para practicar abortos en China, Persia, India, y
Latino América.
En
Egipto se penalizaba el infanticidio, no el aborto, pero la tendencia era tener
muchos hijos por la alta mortandad infantil.
También
desde la antigüedad existió el control de la natalidad por métodos anticonceptivos,
como el preservativo fabricado con intestino o vejiga de cerdo o sustancias
acidas que se introducían en vagina como espermicidas.
El Código
de Hammurabi (Babilonia, 1750 a.C.), hacía referencia a la reparación que le
correspondía a una mujer si el aborto era resultado de violencia de género.
Aristóteles,
en su libro “La Política”, hizo referencia a aceptar el aborto cuando era excesivo
el número de ciudadanos.
Plinio consideró que el embrión de un hombre recibía
el alma sólo 40 días después de la concepción, y el de la mujer ¡recién a los
90 días!. De eso dedujo que cuando se abortaba un ser antes de recibir el alma
era un aborto “inanimado” y se castigaba con el destierro. En cambio si era “animado”,
se equiparaba a un homicidio y su castigo era la PENA DE MUERTE.
En el
Antiguo Testamento existe una sola referencia en Éxodo 21,22.
En el Imperio
Romano el aborto era algo habitual hasta la irrupción del cristianismo como religión
oficial en el siglo IV que adjudicó al embrión la teoría de Aristóteles de la
Antigua Grecia.
En el
siglo VI surgió la primera corriente feminista de la mano de Teodora que fue la
primera Emperatriz cristiana, esposa del Emperador Justiniano “El Grande” del
Imperio Bizantino. Teodora era una ex-prostituta muerta en 548 y santificada
por la iglesia ortodoxa que celebra su día el 14 de noviembre. Teodora logró que
Justiniano legislara leyes como el derecho al aborto, la pena de muerte para
los violadores, la entrega de la dirección de los prostíbulos a manos de
mujeres y no de hombres, la prohibición de la prostitución forzosa, la despenalización
del adulterio y el matrimonio libre entre clases, razas y religiones.
El
derecho al aborto fue una constante en diversas culturas. En la sociedad
precolombina era parte de la vida normal de las mujeres que recurrían al aborto
ante embarazos no deseados. Las hijas sabían y tenían conocimiento de que su
madre o hermanas se habían sometido a un aborto, ya que esto formaba parte de
la forma de vida corriente y las mujeres eran parte y testigo de esos momentos
vitales de sus vidas, sin necesidad de ocultación.
Existían
mujeres llamadas curanderas, parteras, abortadoras o brujas que conocían
los secretos de las prácticas abortivas. Estos conocimientos se vieron afectados
y tergiversados por influencia de las religiones monoteístas y así la mujer
perdió su autonomía y sus “Derecho
de usos y costumbres no escritas” en las cuales figuraba el aborto como parte
de su cultura de género.
Así
quedó la mujer sometida al androcentrismo, machismo y fundamentalismos varios,
aunque no por eso hayan dejado de trasgredir esas normas y leyes. Donde no es
legal las mujeres continúan llevando a cabo a escondidas la interrupción de los
embarazos NO deseados, corriendo el riesgo de ser denunciadas, denigradas,
encarceladas e incluso de morir en esas prácticas ilegales de alto riesgo. Según
la Organización Mundial de la Salud existen al año 20.000.000 de abortos
clandestinos considerados de riesgo en el mundo que dan como resultado 70.000
muertes anuales.
En el siglo
XVI, en algunos países abortar tenía como castigo la pena de muerte. En el siglo
XVIII se cambió por pena de prisión con atenuantes como ser motivos demográficos.
El
papa Pio IX en 1.869 sentenció el aborto con la excomunión. Paulo VI,
que sólo admitía el sexo reproductivo y dentro del matrimonio, aceptó el método
llamado “Oggino Knaus” (que tiene un gran
porcentaje de fallos), y condenó todos los otros métodos anticonceptivos y el
aborto. En su lugar se comenzó a recomendar la castidad como método natural para
evitar un embarazo NO deseado.
La
iglesia no debería perseguir lo que llama “pecado de abortar” con leyes
punitivas; por el contrario debería acercarse a la realidad y ayudar a evitarlo
pero contribuir a que sea legal para evitar los miles de mujeres que mueren por
esa causa. Oponerse al aborto “para salvar la vida del embrión”, no tiene
sentido ya que la realidad social es otra y, además, de esa manera no evitan una
muerte, sino que muchas veces la amplían a dos personas: mujer y embrión. Dentro
de ese esquema encontramos también casos extremos como el de Nicaragua, donde
está penado abortar los “embarazos ectópicos”, método que hace peligrar no sólo
la vida de la madre, sino también la del mismo embrión.
Desde
el siglo XX muchos políticos, religiosos y grupos autodenominados pro-vida se
empeñan en prohibir el aborto, pero no fomentan la educación en salud sexual
para evitar embarazos NO deseados.
Aún así existen grupos anglicanos, luteranos,
u otros como “Católicas por el Derecho a Decidir” que consideran que el derecho
a decidir de las mujeres debe ser respetado en toda su extensión, la cual
abarca desde la decisión de controlar su reproductividad hasta la de abortar.
Es
necesario entender y aceptar que los derechos a la vida, a la igualdad, a la
libertad y a la dignidad de la mujer pasan primero que nada, por su derecho a
decidir. Asímismo entre los derechos de la criatura, el PRIMERO es el de
ser “deseado”, y después viene su derecho a recibir protección, amor, afecto, y
a ser respetado y recibir alimento y casa, atención médica y educación.
Algunos
países consideran el aborto un atentado al HONOR del HOMBRE (“Honoris Causa”). Pinochet, en Chile,
lo consideró un delito contra el orden de la familia y la moralidad pública.
El
aborto es un derecho históricamente anhelado por las mujeres, muestra de lo
cual es que hace más de 1.500 años Teodora consiguió que Constantinopla fuera
el primer lugar del mundo donde el aborto y el divorcio se establecieron como
Derechos de la Mujer.
Todo
esto nos demuestra que el aborto no es un invento tardío, fruto de una sociedad
decadente y moralmente relajada (como dicen las gentes patriarcales), sino la
realidad cotidiana de todas las sociedades históricamente conocidas. Es más,
una realidad inevitable en nuestro tiempo, ya que ningún medio
anticonceptivo es absolutamente infalible y siempre habrá mujeres que se vean
en la necesidad de tener que interrumpir un embarazo no deseado (Cifrián y
cols. 1986).