• Sororidad: la hermandad de las mujeres


Texto de Marianna de Arboleda de Gaia
(Ilustración tomada de Internet, no conocemos su procedencia)

Las mujeres que llevamos ya años participando y promoviendo círculos de mujeres vamos redescubriendo paso a paso la profunda dimensión de la hermandad existente entre nosotras. Hay una palabra fuera de uso que define estos vínculos de hermandad específicamente femeninos: es la palabra sororidad.

Sororidad viene de sor, que quiere decir hermana o seora (señora). Sororidad significa por tanto hermandad femenina, a diferencia del término fraternidad, que al venir de frater, hermano, da nombre a la hermandad entre hombres.

¿Qué es la sororidad y cómo podemos describirla? El término nos suena extraño porque hace ya tanto tiempo que dejó de usarse que desapareció del imaginario humano actual. Podemos decir que la hermandad femenina fue minada a partir del patriarcado, donde se estableció la idea de que las mujeres somos enemigas las unas de las otras, y que la envidia y los celos dominan nuestras relaciones.

Así, uno de los primeros pasos de la transformación de la cultura humana en una cultura patriarcal, fue la separación de las mujeres entre sí. Con la invención del matrimonio se inauguró un nuevo tipo de estructura familiar que dinamitó el ginecogrupo prehistórico y cada mujer fue quedando aislada de las otras. Así se quebró la unión de las humanas que juntas parían, alimentaban y criaban a sus bebés, en épocas en que la humanidad sólo tenía madres y los niños eran polipatores, es decir hijos con muchos padres, ninguno de los cuales reclamaba vínculos de sangre.

Sabemos que el proceso de bipedestación cambió el canal de parto haciéndolo más complejo que el de nuestras ancestras primates. A esto se sumó el crecimiento craneal propio de nuestra especie. Donde todas las primates siempre han parido solas retirándose de sus grupos, las hembras humanas nos vimos obligadas a parir acompañadas de otras mujeres, lo cual transformó el parto humano en un acto social. Nuestra biología nos llevó a aprender a auxiliarnos las unas a las otras para no perder nuestra vida o la de nuestras crías en el parto.

Sabemos que en algún momento de la prehistoria nuestras remotísimas tatara ancestras humanas se desligaron juntas del influjo solar del estro, para alinearse con la energía lunar de la menstruación. Y sabemos también que sus cuerpos generaron una sinergía capaz de crear la menopausia, fenómeno que posibilitó que nuestras crías prosperaran mejor al disponer de más de una mujer para el cuidado de cada cría.

Sea como fuere que ocurrieran esas proezas biológicas, esta sinergía femenina benefició a la familia humana posibilitando que nuestra especie prosperara a pesar de la extrema fragilidad de nuestras crías, que completan su desarrollo neurológico fuera del útero en la llamada exterogestación.

Hoy la ciencia nos ha demostrado que cuando las mujeres estamos juntas segregamos oxitocina y otros fluidos hormonales de placer, relajación y bienestar. Algunos llaman a la oxitocina “la molécula del amor” porque favorece la empatía y las relaciones sociales, potenciando la confianza y la generosidad entre las personas y reforzando los vínculos. Además la oxitocina es la hormona maternal por excelencia, que favorece las contracciones del útero durante el orgasmo y el parto, si la mujer es dejada en paz y puede abandonarse a su propia naturaleza instintiva. Cuando las mujeres unidas segregamos oxitocina eso nos ayuda a parir con facilidad y placer, al tiempo que asegura que la leche fluya a nuestros pechos.

En los albores de la humanidad los estrechos vínculos que las mujeres generamos entre nosotras contribuyeron a sustentar la vida. Fue entonces cuando se gestó nuestra sororidad. Una hermandad que imagino forjada en un crisol de intimidad donde vida, muerte y sangre forman un todo indisoluble y cotidiano, que dieron lugar a los misterios de la menstruación, el parto y la menopausia.

En esta historia ancestral femenina brilla un hilo conductor que guía nuestros vínculos sororales. Ese hilo es un norte, un propósito, un empeño común: lograr que la vida pudiera perpetuarse, que nuestros hijos e hijas pudieran vivir, y nuestros nietos continuar viviendo... Ya desde el principio de nuestra especie las mujeres velábamos por las generaciones futuras, empeñadas hasta en nuestra propia biología para garantizar su continuidad.

En el presente los espacios en que las mujeres nos reunimos, sean círculos, sororidades o asociaciones, nos ofrecen una oportunidad para sanar nuestras heridas y segregar hormonas de bienestar que activan en nosotras la empatía, esa gran virtud que consiste en la capacidad de ponerse en el lugar de la otra persona.

Las relaciones entre las mujeres debe ser cultivadas con paciencia, como un jardín que necesita de cuidados. Sabemos que el hecho de ser mujer no nos libra de actitudes erróneas, ya que todas somos hijas de la jerarquía patriarcal. Cada una debe acechar en sí misma los momentos en que esas tendencias culturales que hemos internalizado aparecen y nos desvían de nuestros objetivos.

También es importante recordar que construir sororidad no significa alejarse del pueblo de los hombres. Hombres y mujeres constituimos la familia humana y, como dice la Abuela Agnes Baker-Pilgrim, “Estamos todos juntos en esta canoa agujereada, o nos salvamos juntos o juntos nos hundimos”

Crear sororidad es sustentar un espacio que nos pertenezca exclusivamente a nosotras para poder allí  aprender a ser mujer entre mujeres. En paralelo con nuestro cometido algunos hombres participan en círculos masculinos donde intentan construir una masculinidad no patriarcal. Y también hay círculos mixtos donde hombres y mujeres podemos compartir y crecer juntos.

Los círculos de mujeres ofrecen un espacio de trabajo sin fines de lucro para recuperar esa sororidad olvidada. Una sororidad que contribuya a cambiar la manera de relacionarnos y se expanda como modelo para construir un mundo solidario y armónico. Una sororidad que restaure, entre nosotras y para todo el planeta, valores relacionados con el cuidado, el amor incondicional, la aceptación de la diversidad, y el beneficio de todos los seres sintientes y de la Madre Tierra. 

Por todas nuestras relaciones
Por las siete próximas generaciones
Marianna Doña Loba
www.mujergaiatica.blogspot.com