Las
mujeres que llevamos ya años participando y promoviendo círculos de mujeres
vamos redescubriendo paso a paso la profunda dimensión de la hermandad
existente entre nosotras. Hay una palabra fuera de uso que define estos
vínculos de hermandad específicamente femeninos: es la palabra sororidad.
Sororidad
viene de sor, que quiere decir hermana o seora (señora). Sororidad significa por tanto hermandad femenina, a
diferencia del término fraternidad, que al venir de frater, hermano, da nombre a la hermandad entre hombres.
¿Qué es
la sororidad y cómo podemos describirla? El término nos suena extraño porque
hace ya tanto tiempo que dejó de usarse que desapareció del imaginario humano
actual. Podemos decir que la hermandad femenina fue minada a partir del patriarcado, donde
se estableció la idea de que las mujeres somos enemigas las unas de las otras,
y que la envidia y los celos dominan nuestras relaciones.
Así, uno de
los primeros pasos de la transformación de la cultura humana en una cultura
patriarcal, fue la separación de las mujeres entre sí. Con la invención del matrimonio se inauguró un nuevo tipo de estructura familiar que
dinamitó el ginecogrupo prehistórico y cada mujer fue quedando aislada de las otras. Así se
quebró la unión de las humanas que juntas parían, alimentaban y criaban a sus
bebés, en épocas en que la humanidad sólo tenía madres y los niños eran
polipatores, es decir hijos con muchos padres, ninguno de los cuales reclamaba
vínculos de sangre.
Sabemos
que el proceso de bipedestación cambió el canal de parto haciéndolo más
complejo que el de nuestras ancestras primates. A esto se sumó el crecimiento
craneal propio de nuestra especie. Donde todas las primates siempre han parido
solas retirándose de sus grupos, las hembras humanas nos vimos obligadas a
parir acompañadas de otras mujeres, lo cual transformó el parto humano en un acto
social. Nuestra biología nos llevó a aprender a auxiliarnos las unas a las
otras para no perder nuestra vida o la de nuestras crías en el parto.
Sabemos
que en algún momento de la prehistoria nuestras remotísimas tatara ancestras humanas se
desligaron juntas del influjo solar del estro, para alinearse con la energía
lunar de la menstruación. Y sabemos también que sus cuerpos generaron una
sinergía capaz de crear la menopausia, fenómeno que posibilitó que nuestras
crías prosperaran mejor al disponer de más de una mujer para el cuidado de cada
cría.
Sea
como fuere que ocurrieran esas proezas biológicas, esta sinergía femenina
benefició a la familia humana posibilitando que nuestra especie prosperara a
pesar de la extrema fragilidad de nuestras crías, que completan su desarrollo
neurológico fuera del útero en la llamada exterogestación.
Hoy la
ciencia nos ha demostrado que cuando las mujeres estamos juntas segregamos
oxitocina y otros fluidos hormonales de placer, relajación y bienestar. Algunos
llaman a la oxitocina “la molécula del amor” porque favorece la empatía y las
relaciones sociales, potenciando la confianza y la generosidad entre las
personas y reforzando los vínculos. Además la oxitocina es la hormona maternal
por excelencia, que favorece las contracciones del útero durante el orgasmo y
el parto, si la mujer es dejada en paz y puede abandonarse a su propia
naturaleza instintiva. Cuando las mujeres unidas segregamos oxitocina eso nos
ayuda a parir con facilidad y placer, al tiempo que asegura que la leche fluya
a nuestros pechos.
En los
albores de la humanidad los estrechos vínculos que las mujeres generamos entre
nosotras contribuyeron a sustentar la vida. Fue entonces cuando se gestó nuestra
sororidad. Una hermandad que imagino forjada en un crisol de intimidad donde
vida, muerte y sangre forman un todo indisoluble y cotidiano, que dieron lugar
a los misterios de la menstruación, el parto y la menopausia.
En
esta historia ancestral femenina brilla un hilo conductor que guía nuestros
vínculos sororales. Ese hilo es un norte, un propósito, un empeño común: lograr
que la vida pudiera perpetuarse, que nuestros hijos e hijas pudieran vivir, y
nuestros nietos continuar viviendo... Ya desde el principio de nuestra especie
las mujeres velábamos por las generaciones futuras, empeñadas hasta en nuestra propia
biología para garantizar su continuidad.
En el
presente los espacios en que las mujeres nos reunimos, sean círculos,
sororidades o asociaciones, nos ofrecen una oportunidad para sanar nuestras
heridas y segregar hormonas de bienestar que activan en nosotras la empatía,
esa gran virtud que consiste en la capacidad de ponerse en el lugar de la otra
persona.
Las
relaciones entre las mujeres debe ser cultivadas con paciencia, como un jardín
que necesita de cuidados. Sabemos que el hecho de ser mujer no nos libra de
actitudes erróneas, ya que todas somos hijas de la jerarquía patriarcal. Cada
una debe acechar en sí misma los momentos en que esas tendencias culturales que hemos internalizado aparecen y nos desvían de nuestros objetivos.
También
es importante recordar que construir sororidad no significa alejarse del pueblo
de los hombres. Hombres y mujeres constituimos la familia humana y, como dice
la Abuela Agnes Baker-Pilgrim, “Estamos
todos juntos en esta canoa agujereada, o nos salvamos juntos o juntos nos
hundimos”.
Crear
sororidad es sustentar un espacio que nos pertenezca exclusivamente a nosotras para poder allí aprender a ser mujer entre
mujeres. En paralelo con nuestro cometido algunos hombres participan en
círculos masculinos donde intentan construir una masculinidad no patriarcal. Y
también hay círculos mixtos donde hombres y mujeres podemos compartir y crecer
juntos.
Los
círculos de mujeres ofrecen un espacio de trabajo sin fines de lucro para recuperar
esa sororidad olvidada. Una sororidad que contribuya a cambiar la manera de
relacionarnos y se expanda como modelo para construir un mundo solidario y
armónico. Una sororidad que restaure, entre nosotras y para todo el planeta,
valores relacionados con el cuidado, el amor incondicional, la aceptación de la
diversidad, y el beneficio de todos los seres sintientes y de la Madre Tierra.
Por
todas nuestras relaciones
Por
las siete próximas generaciones