Cristina de Pizán y su defensa del honor de las mujeres


Por Carlos García Gual

Comentario del libro de Cristina de Pizán, “La ciudad de las damas”, Ed. De Marie-Jose Lemarchand. Siruela. Madrid. 1995

Entre el ocaso de la Edad Media y el alba del Renacimiento, Cristina de Pizán (1364-1430) aparece como una figura de enorme personalidad y claro atractivo. Poeta, dama docta, escritora profesional, merece ser considerada la primera feminista europea por su clara conciencia de la condición de la mujer y su apología de los valores femeninos. En ese aspecto, la importancia de su libro La ciudad de las damas se ha puesto a menudo de relieve en estudios recientes.

Christiane Klapisch-Zuber comienza su Introducción al tomo de la Edad Media en “La historia de las mujeres” (Taurus,1992) con una cita muy expresiva del mismo. Margaret Wade Labarge glosa bien su valor en “La mujer en la Edad Media” (Nerea, 1986), y Margaret L. King destaca su empuje intelectual en el capítulo final de su “Mujeres renacentistas. La búsqueda de un espacio” (Alianza Universidad, 1991). En su bien informada, precisa y sugerente introducción Marie-José Lemarchand indica los principales estudios recientes y las varias versiones de la obra, que dan una clara idea de su interés.

SABIAS Y GUERRERAS
La ciudad de las mujeres es una bien programada apología de la mujer frente a los vituperios y escarnios amontonados por una tradición machista y misógina, que está bien representada por Jean de Meung en la segunda parte del Roman de la rose, por ejemplo. Frente al largo y tópico repertorio de acusaciones masculinas, se alza mediante un plan de defensa muy bien trazado. Razón, Derechura y Justicia son las tres damas que vienen a dialogar con la escritora para la edificación de esa alegórica ciudad, brillantemente alzada frente a las de los hombres mezquinos y malintencionados. En tres libros, de extensión desigual, se nos habla de las mujeres del pasado que fueron baluartes de valor guerrero y sabiduría política, de virtudes domésticas y familiares, y modelos de santidad en el martirio y la difusión de la fe. Sobre sus recuerdos y ejemplos se crea la espléndida ciudad donde reinará María y serán albergadas todas esas maravillosas figuras femeninas.

El texto docto de donde Cristina saca la mayoría de las figuras, las más clásicas de la antigüedad pagana y bíblica, de su vasto repertorio ejemplar es el “De claris mulieribus”, de Bocaccio, a quien cita en varios pasajes, aunque sin decir todo lo que de él ha tomado. De él proceden nada menos que 75 de sus ejemplares damas; pero, como han hecho notar sus editoras, nuestra autora sabe reorganizar de nuevo el catálogo erudito y darle un estilo personal, en su lúcido esquema de fondo. Muy interesante, y sintomático, es su imagen de las amazonas, como también las figuras de Dido, Medea, Semíramis y Zenobia de Palmira, por ejemplo. El tercer libro, que habla de las santas martirizadas cruelmente -siluetas femeninas tomadas de la famosa Leyenda áurea- que acompañan a la Virgen María más de cerca, cierra el tratamiento, dejando un regusto más medieval, frente a las evocaciones de las figuras del mundo antiguo o las alusiones a damas francesas de su tiempo.

Esta espléndida y bien organizada apología de la mujer, continuada luego por su libro posterior, “El tesoro de la ciudad de las damas”, no desemboca en ninguna propuesta revolucionara. Reclama estima y comprensión, respeto y amor para las mujeres, y disuelve las calumnias tópicas de la querelle des femmes. Pero aconseja a las mujeres la sumisión a sus papeles tradicionales, si bien recomendando el estudio a las dotadas para ello, como fue el caso de la misma Cristina, hija de un médico italiano en la corte francesa. Tras el texto está la persona de la escritora, como muy bien recuerda M. J. Lemarchais. Resulta inolvidable el comienzo del libro en que se ha retratado Cristina en su estudio: “Sentada un día en mi cuarto de estudio, rodeada de los libros más dispares, según tengo costumbre, ya que el estudio de las artes liberales es un hábito que rige mi vida, me encontraba con la mente algo cansada, después de haber reflexionado sobre las ideas de varios autores....”

Ella ya tenía su propio cuarto de escritorio, de retiro intelectual, como el que pedirá Virginia Woolf mucho más tarde. En alguna ilustración se nos pinta a Cristina como una intelectual enfrascada en sus lecturas. Y bien crítica frente a los autores, con audaz talante; precursora de tantas futuras escritoras. Que la mujer no es por naturaleza inferior a los  hombres en ningún respecto lo muestra su catálogo de guerreras, virtuosas, pacientes y santas mujeres, pero también su propia biografía. Joven esposa, a los quince años, viuda a los veinticinco, supo defender su fortuna, educar a sus hijos, educarse a sí misma y exponer con valor, elegancia y claridad sus ideas en un mundo difícil.

“La ciudad de las damas” no sólo es un libro de interés histórico y atractivo por sus tesis feministas, bien construido con ejemplos de famosas damas en una galería de notable interés, sino también una obra de elegante estilo. Aquí tenemos una excelente traducción al castellano, con muy buen prólogo y unas breves y doctas notas. Los aficionados a la Selección de Lecturas Medievales llevábamos algún tiempo esperando, después de Barlaam y Josafat y del “Elogio de la nueva milicia templaria”, de Bernardo de Claraval, un nuevo título de tan sugestiva serie. Este aparece en la misma como tras un punto y aparte. Creo que bien ha merecido el tiempo de la espera. De propina, las ilustraciones y grabados antiguos reproducidos son, como en otros tomos de la serie, muy sugerentes y atractivos.