Las
mujeres prefieren el olor de los hombres genéticamente parecidos (pero no
idénticos) a su padre.
No
es probable que Lauren Bacall se enamorara de Humphrey Bogart por su belleza y
su complexión atlética. Pero lo mismo fue por el olor. Un experimento dirigido
por dos investigadoras de la Universidad de Chicago, y presentado ayer por la
solvente publicación científica Nature Genetics, ha demostrado que las mujeres
tienen una impresionante finura de olfato que les permite distinguir entre
ínfimas variantes genéticas de los hombres, sin más que oler su camiseta. Y no
hay un olor masculino que les guste a todas, sino que cada una prefiere el olor
del hombre que, desde un punto de vista genético, más se parezca a su padre (de
ella), siempre que ese parecido no sea tan alto que llegue a facilitar un
incesto.
Los
datos de Martha McClintock y Carole Ober son de tal calidad que les han
permitido descartar la interpretación más obvia del resultado: que las mujeres
recuerden cómo olía su padre cuando eran niñas y tiendan a buscar un aroma
parecido entre los pretendientes disponibles. Se trata de algo mucho más
extraño e inquietante que todo eso.
Lo
que importa no es cómo huela el padre, sino qué genes (de un paquete genético
llamado MHC, responsable de que el cuerpo reconozca como propia a cada de sus
partes) ha transmitido el padre a la hija.
Cada
progenitor transmite a la hija sólo la mitad de sus genes, en cualquier
combinación. Pues bien, lo que define las preferencias olfativas de la hija es
exclusivamente la combinación de genes que el padre le ha transmitido. La otra
mitad que el padre tiene pero la hija no, es irrelevante. Y los genes de la
madre también.
Los
genes MHC (las siglas vienen de Complejo Mayor de Histocompatibilidad) son los
más variables del genoma humano, y hay millones de combinaciones posibles. Para
simplificar el experimento, McClintock y Ober han utilizado a 49 mujeres de una
comunidad anabaptista estadounidense que desciende de sólo 200 fundadores que
vivieron en 1528. En esta comunidad sólo se dan 67 combinaciones posibles de
genes MHC. Los hombres, que sudaron la camiseta durante dos noches
consecutivas, pertenecen a una variedad de etnias.
Las
mujeres no fueron informadas de la naturaleza del experimento (ni siquiera
vieron las camisetas), ni se les hizo ninguna pregunta relacionada con el sexo.
Sólo se les preguntó qué olor les resultaba más agradable. Bacall, por cierto,
se enamoró de Bogart viendo sus primeras películas. Es obvio que se precisan
más experimentos.