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Además de tejido muscular hace falta el deseo sexual y un determinado
desarrollo de la sexualidad de la mujer; por eso no podemos conformarnos con el
útero de los ginecólogos ni con la tecnología médica que consagra la maldición
divina de parir con dolor. Porque ahí está la gran diferencia. El útero de una
mujer que no ha sido sexualmente reprimida desde la infancia, funciona
perfectamente, produciendo placer y no dolor; pero el útero de una mujer cuya
sexualidad se ha paralizado desde niña, funciona de una manera patológica y con
dolor.
Desde
niñas nos dicen que la regla duele y los partos mucho más. La información que
se da es que para dilatar el cuello del útero para que nazca un bebé, hacen
falta unas contracciones muy fuertes, y que eso es inevitable que duela. Sin
embargo, para Frederik Leboyer las llamadas contracciones de dilatación
"inevitables" del parto son algo altamente patológico y no normal: ¿Qué
hace sufrir a la mujer que da a luz? ... la mujer sufre debido a las
contracciones... unas contracciones que no acaban nunca y que hacen un daño
atroz, ¡pero son calambres! todo lo contrario de las "contracciones
adecuadas". ¿Qué es un calambre? Una contracción que no cesa, que se
crispa y se niega a soltar su presa y, por lo tanto, no "afloja su
garra" para transformarse en su contrario: la relajación en la que
normalmente desemboca. En otras palabras, lo que hasta ahora se había tomado
por contracciones "adecuadas" eran contracciones altamente
patológicas y de la peor calidad. ¡Qué sorpresa! ¡Qué revelación! ¡Qué
revolución en ciernes!
El
parto duele porque los músculos uterinos de las mujeres que crecen con el útero
inmovilizado, no desarrollan la capacidad de distensión y la fuerza que
debieran tener. Los músculos que no se usan se atrofian y se agarrotan; y
viceversa, todo el mundo sabe los entrenamientos constantes y los ejercicios
que hace cualquier deportista para desarrollar y mantener a punto su esqueleto
muscular. Y también sabemos lo que duele extender un músculo rígido
contracturado. Es el dolor que vulgarmente conocemos como "calambre",
como dice Leboyer. Y calambres son las "contracciones de dilatación"
que tanto hacen sufrir a las mujeres. Algo patológico, no normal. Porque parir,
gracias a la represión de la sexualidad de la mujer, a la anulación de su
sexualidad desde su infancia es, en efecto, como cavar una zanja con un brazo
que hubiese permanecido inmovilizado durante toda la vida hasta ese momento,
después de haber vivido sin saber que se tenía ese brazo ni para qué servía; o
sea. Fuera de nuestra conciencia; un brazo cuyos músculos, en el momento de
coger la azada para cavar, están rígidos y contracturados.
Imaginemos
lo que sería recuperar la elasticidad de un brazo de una persona adulta que
hubiera permanecido inmovilizado toda su vida; imaginémoslo y desaparecerá la
perplejidad que nos produce hoy el hecho de que se pueda parir sin dolor; es
decir que un útero que no ha permanecido inmovilizado, pueda distender sus
haces de fibras musculares y abrirse suavemente, sin contracciones patológicas.
Lo mismísimo que todos los días estiramos los brazos suavemente y sin dolor.
Sabemos
que la oxitocina que se inyecta en vena para provocar o acelerar un parto, es
la misma hormona que segregamos durante la excitación sexual. Es decir, que la
hormona que segregamos naturalmente cuando aparece el deseo sexual, es la que
la Medicina utiliza como oxitócico para provocar las contracciones del útero;
no han encontrado otra cosa; y la fabrican en laboratorios químicos. No tratan
de impulsar o de desencadenar el deseo sexual: semejante cosa no tiene nada que
ver con el parto, sería cosa de mujeres pecadoras y lascivas. Por eso lo
inyectan a grandes dosis bombardeando al pobre útero y haciéndolo contraerse
con espasmos violentos. Por otra parte, la mujer que pare en el hospital está
en las antípodas del abandono al deseo sexual: muerta de miedo, atada y
desparratada encima de una mesa, rodeada de personal médico cuya proximidad no
es por la vía de la intimidad personal sino del experto en tecnología médica
que trata en el mejor de los casos como una enferma sujeta a su autoridad.
Pero
todavía hay más; la sexóloga y psicoanalista Marise de Choisy afirma que el
orgasmo femenino auténtico no se ubica en el clítoris ni en la vagina. Tiene su
origen en el cuello del útero.
Si el
orgasmo femenino auténtico se origina en el cuello del útero, es porque sus
fibras musculares, firmemente apretadas como decíamos antes, tienen que ir
aflojándose, extendiéndose, relajándose, de oleada en oleada, cuando la mujer
va a dar a luz, para abrir la puerta de salida del feto.
Así
podríamos decir que el dispositivo de cierre y apertura del cervix no es otra
cosa que el proceso de excitación sexual y el orgasmo de la mujer. Puesto que,
efectivamente no es el dolor; sino el placer, lo que hace rodar la rueda de la
vida.
Entonces
el parto duele porque a la rigidez muscular se le suman la ignorancia – de lo
que es un parto y de la propia sexualidad- y el miedo; ignorancia y miedo que
no existirían si las mujeres desde niñas hubieran desarrollado y compartido las
experiencias de su sexualidad; ignorancia y miedo que en las actuales
condiciones bloquean el desarrollo de la excitación sexual de la mujer que va a
dar a luz, y hacen que su cuerpo vaya en contra en lugar de a favor del proceso
del parto.
Pongamos,
por ejemplo, que todas las mujeres creyesen que todo coito es una violación
dolorosa y que ignorasen que podía ser una actividad sexual placentera; también
la ignorancia y el miedo produciría en la mujer una tensión incompatible con la
producción del deseo sexual, y el coito sería efectivamente siempre doloroso.
El resultado de la conjunción de esta ignorancia y de este miedo con la
realidad de la rigidez del útero, deja atada y bien atada la ley de parir con
dolor, la maldición divina.
Al
adquirir la posición erecta, el plano de inclinación del útero de la especie
humana, se hace casi vertical, quedando el orificio de salida hacia abajo,
sometido a la fuerza de la gravedad. Esto requirió un aumento de la cantidad y
de la calidad de las fibras musculares del cuello para cerrarse fuertemente y
sujetar 9 u 11 Kg. De peso contra la fuerza de la gravedad; y al mismo tiempo, tener
la capacidad de relajación hasta la apertura de los famosos 10 cm. de diámetro.
Lo cual a su vez implicó un perfeccionamiento del mecanismo que activa la
apertura; el aumento de las terminaciones nerviosas, de las articulaciones
neuromusculares, y en definitiva de la sensibilidad para aumentar el grado de
excitación sexual y del movimiento de distensión y de relajación muscular.
Por
eso todo orgasmo femenino se ubica, al menos en su origen, en el cuello del
útero. Porque el orgasmo fue un invento evolutivo para accionar el dispositivo
de apertura del útero. Esta es la opinión contrastada con Juan Merelo Barberá.
El
útero es el centro del esqueleto erógeno de la mujer. Filogenéticamente está
preparado para funcionar produciendo placer y no dolor, lo mismo que está
filogenéticamente previsto que el coito sea placentero. Lo que no está
filogenéticamente previsto son las violaciones, es decir, las relaciones de
Poder de nuestra sociedad que obliga a hacer funcionar el aparato reproductor
de la mujer sin deseo y sin proceso de excitación sexual.
Como
tampoco está previsto filogenéticamente, en el continuum de la especie humana,
que una mujer se haga adulta sin desarrollar su sexualidad.
Si
pensamos un poco, nos daremos cuenta de que el orgasmo supone un estado de
relajación total y de abandono de la actividad racional del neocórtex, para que
el hipotálamo o cerebro reptiliano como también se le conoce, del que depende
la regulación hormonal, pueda realizar su contenido. Esto lo explica Michel
Odent, que después de una larga experiencia de atender partos, ha observado que
los partos son tanto más fáciles cuanto menos se perturbe y cuanto más se deje
a la mujer abandonarse a sí misma en ese trance.
Por
otra parte, el parto no es un acto sexual cualquiera: es un gran esfuerzo
físico, un acto en el que se tiene que volcar toda la energía del cuerpo de la
mujer; todos sus órganos tienen que hacer al unísono un esfuerzo especial: el
corazón, los pulmones, etc. Por eso, más que en ninguna otra actividad sexual,
el parto y el nacimiento necesitan un especial apartamiento y un especial entorno
psico-afectivo para la mujer, de un grado de recogimiento, de confianza y de
intimidad tal, que haga posible que el neocórtex deje de inhibir el hipotálamo.
En
zonas remotas de Arabia Saudí, la mujer que está de parto está rodeada de
mujeres que bailan la danza del vientre, hipnotizándola con sus movimientos
rítmicos ondulantes para que también ella se mueva a favor del cuerpo en lugar
de moverse contra él.
Cuando
la mujer se excita sexualmente, el útero empieza a latir, como un corazón, pero
un poco más lentamente; como una ameba que se contrae y se expande.
La
similitud entre el útero y el corazón también la establece Leboyer, pues ambos
órganos están formados por tejido muscular y ambos laten; uno continuamente, el
otro, con la excitación sexual; ambos tienen su ritmo, su pulso, y de él
depende la eficacia de su fisiología; y ambos tienen un enemigo; el
agarrotamiento y la crispación muscular, o sea, el calambre. Cuando las mujeres
recuperamos un poco la conciencia y la sensibilidad del útero, podemos percibir
y sentir su latido. Con cada latido el útero se extiende y desciende, como un
movimiento ameboide, hasta hacerse incluso visible desde el exterior en estado
de excitación fuerte.
Este
palpitar del útero son los movimientos rítmicos de su tejido muscular impulsado
por la emoción erótica; lo que desde nuestra perspectiva patriarcal que ha
eliminado el deseo de la función reproductora, hemos convertido en
"contracciones". La emoción erótica hace palpitar el útero
suavemente, de modo placentero y mucho más eficazmente que la oxitocina química
inyectada en vena.
Dejándonos
llevar por la emoción erótica, las mujeres podemos, al igual que otras hembras
mamíferas, "empujar" los músculos uterinos, en el momento de la
diástole de su latido, ampliando su onda expansiva, moviéndonos a favor del
cuerpo y del nacimiento en lugar de movernos contra él.
Cuando
el latido del útero se convierte en los espasmos violentos de nuestros partos
dolorosos, no solo los sufrimos nosotras, también la criatura los sufre. Por
eso decía Reich que los úteros espásticos –explicitando que son la mayoría
desde hace siglos- son los que producen nacimientos traumáticos.
En
definitiva, el nacimiento es un acto sexual que se realizaría con la máxima
gratificación del placer para las criaturas humanas, si la sexualidad de la
mujer que pare no estuviese destruida.
El
útero es hoy un gran desconocido.
Recuperar
la sensibilidad del útero es posible Cuando una niña llega a la adolescencia
tiene el útero tan rígido y contraído, que hasta la mínima apertura del cérvix
para la menstruación le produce fuerte dolor. Pero sabemos de jóvenes que
tenían reglas muy dolorosas, que han dejado de tenerlas después de adquirir
conciencia de su útero, visualizándolo, sintiéndolo y relajándolo. Tomar
conciencia del útero, visualizarlo, sentirlo y relajarlo puede lograr mejores y
más satisfactorios resultados que las saldevas.
Para
recuperar la sensibilidad uterina la primera cosa que hay que hacer es explicar
a nuestras hijas desde pequeñas que tienen un útero, para qué sirve y cómo
funciona. Explicarles que cuando se llenan de emoción y de amor, su útero
palpita de placer. Tenemos que recuperar con ellas las verdaderas danzas del
vientre, para que cuando lleguen a la adolescencia no tengan reglas dolorosas,
sino que se sientan en ese estado especial de bienestar.
Hay
que recuperar la transmisión por vía oral de la verdadera sabiduría, de una
sabiduría hecha de experiencia, complicidad y empatía visceral; es decir, una
sabiduría gaiática, que se comunica por abajo, al margen de las relaciones de
Autoridad, que fluye con la sinfonía de la vida, que se derrama con el deseo,
que sabe sin saber que sabe prácticamente todo acerca de la condición femenina
escondida en el Hades, y reconoce lo que es bueno y lo que es malo para la vida
humana.
Las
mujeres tenemos que contarnos muchas cosas. De mujer a mujer, de mujer a niña,
de madre a hija, de vientre a vientre.