Extracto del texto de José
I. Torreblanca – Enero 2014 – Diario El País
…La cruda realidad es que, desde la
noche de los tiempos, el ser humano ha mostrado una increíble capacidad de
matar, y de hacerlo en masa y sostenidamente, y para ello se ha servido de
cualquier cosa a su alcance: un machete, un AK-47, explosivos convencionales o
bombas atómicas.
Un momento: “¿el ser humano?”. No
exactamente. La práctica totalidad de todas estas muertes tienen en común un
hecho tan relevante como invisible en el debate público: que fueron varones los
que los cometieron. La historia militar no deja lugar a ninguna duda: los
ejércitos han estado formados por varones, que han sido los ejecutores casi en
exclusiva de este tipo de violencia, y sus principales víctimas. Cierto que
guerrillas y grupos terroristas han incluido históricamente mujeres, a veces
muy sanguinarias (en España, por desgracia, conocemos el fenómeno), pero la
violencia bélica en manos de las mujeres ha sido una gota en un océano. El
resultado, no por conocido, es menos trágico: solo en el siglo XX, las víctimas
de estos conflictos desencadenados y ejecutados por varones se cobraron la vida
de entre 136 y 148 millones de personas.
Se dirá que las guerras son cosas
del pasado, típicas de sociedades predemocráticas. Pero ¿cómo explicar entonces
el sesgo de género que domina la violencia en nuestras sociedades? No hablamos
de sociedades atávicas, sino de sociedades occidentales, democracias plenas
donde, como en Estados Unidos, las estadísticas nos indican que el 90% de todos
los homicidios cometidos entre 1980 y 2005 lo fueron por varones, mientras que
solo el 10% por mujeres. De todos esos homicidios, algo más de dos tercios
(68%) fueron cometidos por varones contra varones, mientras que en uno de cada
cinco (21%) un varón mató a mujer. Aunque sí que hubo mujeres que mataron a
hombres, solo representaron el 10% de todos los homicidios, mientras que,
significativamente, el porcentaje de mujeres que mataron a mujeres fue ridículo
(2,2%). Así pues, las mujeres no matan mujeres, solo varones y, en gran
proporción, en defensa propia. Claro que EE UU es una sociedad más violenta que
otras, pero los datos de España, Reino Unido u otros países de nuestro entorno
no son muy distintos: reveladoramente, la población penitenciaria española está
compuesta en un 90% por hombres y en un 10% por mujeres. Al igual que la
guerra, el homicidio y, en general, el crimen parecen ser fenómenos casi
puramente masculinos.
Los efectos de una cultura
patriarcal dominada por varones son tan demoledores que pareciera que en el
mundo se libra una guerra (invisible, pero guerra) de varones contra mujeres.
Según Naciones Unidas, el 70% de las mujeres han experimentado alguna forma de
violencia a lo largo de su vida, una de cada cinco de tipo sexual.
Increíblemente, las mujeres entre 15 y 44 años tienen más probabilidad de ser
atacadas por su pareja o asaltadas sexualmente que de sufrir cáncer o tener un
accidente de tráfico. En España y otros países de nuestro entorno, casi la
mitad de las mujeres víctimas de homicidios lo fueron a manos de sus parejas,
frente a un 7% de hombres, lo que significa que la probabilidad que tiene una
mujer de morir a manos de su pareja es seis veces superior a la de un hombre.
La violencia sexual contra las
mujeres es omnipresente y constituye uno de los capítulos más vergonzosos, y
más silenciados, de la historia de los conflictos bélicos. Ello pese a la
evidencia de que esa violencia no solo ha sido consentida sino alentada como
arma de guerra. Según Keith Lowe, autor del libro Continente salvaje, la Segunda Guerra Mundial batió todos los
récords de violencia sexual, especialmente contra las mujeres alemanas a medida
que el ejército soviético se adentraba en Alemania (se calcula que dos millones
fueron violadas como consecuencia de una política de venganza sexual
deliberada). Hoy en día, la ONU estima en 200.000 las violaciones ocurridas en
la República del Congo, una cifra similar a la ofrecida para Ruanda. Lejos de
África, en el corazón de la Europa educada, la violación también fue un arma de
guerra interétnica en el conflicto de la antigua Yugoslavia, donde se estima
que entre 20.000 y 50.000 mujeres fueron violadas. A lo que se añade una larga
lista de crímenes que solo las diferencias de género pueden explicar y que
incluye el aborto selectivo de niñas, los crímenes de honor, el tráfico de
mujeres con fines de explotación sexual o la mutilación sexual, que afecta a
130 millones de mujeres. No hace falta adentrarse en las sutilezas de la
discriminación política, económica y social, en sí un hecho muy revelador de la
subordinación generalizada de la mujer: el nivel de violencia física contra las
mujeres que hay en el mundo lo dice todo. Algunos describen la violencia que se
ejerce contra las mujeres solo por el hecho de serlo como “feminofobia”. ¿Por
qué no nos suena nada este término, o alguno similar?
Reconozcámoslo: los varones son el
mayor arma de destrucción masiva que ha visto la historia de la humanidad, y
hay unos 3.500 millones de ellos por ahí sueltos. Podemos prohibir las armas
largas, las armas cortas, las minas antipersona, las bombas de fósforo o de
fragmentación, las armas bacteriológicas, químicas y nucleares, pero al final
estaremos siempre en el mismo sitio: detrás de cada arma habrá un varón. De ahí
que Naciones Unidas haya adoptado varias iniciativas de alcance mundial,
recurriendo para ello al propio Consejo de Seguridad, que en su Resolución
1.325 de 31 de octubre de 2000 hizo visible por primera vez la necesidad de una
protección explícita y diferenciada para las mujeres y las niñas en escenarios
de conflicto, así como la contribución fundamental que las mujeres hacen y
deben hacer en lo relativo a la resolución de conflictos y la construcción de
la paz.
Existen muchas posibles, y
complejas, explicaciones sobre estos hechos. Tampoco son fáciles las respuestas
que debamos dar, y mucho menos las medidas a adoptar. Pero los hechos están
ahí, y son incontestables: los varones matan y se matan, mucho, y ejercen mucha
violencia contra las mujeres. Sin embargo, el debate público sobre este hecho
es inexistente. Antes que repuestas, este debate requiere preguntas, en realidad
una sola pregunta: ¿son los varones armas de destrucción masiva?