Por Alfred López | Cuaderno de
Historias – 31 de diciembre de 2012
El hecho de que el año se
inicie el 1 de enero no se designó tras un profundo estudio astronómico que
determinase que esa era la mejor fecha, sino que fue propiciada gracias una
rebelión que tuvo lugar en el año 155 a.C en el asentamiento de Segreda y que
acabó en las famosas Guerras Celtibéricas.
Como bien sabemos, los
diferentes calendarios por los que nos hemos regido, y el que actualmente
utilizamos, se diseñaron con el propósito de ajustar, corregir y eliminar los
desfases existentes en la medición del tiempo.
En el antiguo Calendario
Romano el año se iniciaba a principios del mes de marzo (Martius, en honor a Marte,
Dios de la Guerra). Este mes también traía consigo la llegada de las siembras y
al que seguía un periodo de prosperidad, acompañada de la entrada de la
primavera.
Esto propiciaba que, tras
iniciarse el año, el 15 de marzo (conocido como el Idus de marzo) fuese el día
escogido para elegir a los representantes y administradores del Estado (senadores,
cónsules, etc..) pero, sobre todo, para tomar todas aquellas grandes decisiones
referentes a las guerras e intervenciones que la República Romana
estaba desplegando por aquel entonces.
Durante la Primera Guerra
Celtíbera (181-179 a.C.), se firmó un tratado en el que se prohibía fundar
nuevas ciudades fortificadas, pero esto no sirvió de excusa para que los
pobladores de Segeda quisieran levantar una muralla que rodease el oppidum y cuyo perímetro
tenía 7,5 kilómetros.
Dicho asentamiento se encontraba en la zona geográfica en
donde hoy en día está la zaragozana población de Mara, muy próxima
a Calatayud.
El gobierno de Roma tras
conocer la noticia debía intervenir en el asunto y mandar con la mayor premura
posible un importante contingente de hombres que repeliesen y frenasen lo que
consideraban una intolerable insurrección.
Pero se encontraron con un
inconveniente para llevar a cabo dicha represión bélica: estaban en pleno
invierno y faltaban varios meses para el Idus de marzo y con ello la fecha en
la que se decidía todos los asuntos de Estado y guerra.
Si esperaban a marzo, entre
que se aprobaba, se reunía a los soldados que formarían el ejército (30.000
miembros, jinetes y tropas auxiliares) y se enviaban hasta allí, se encontrarían
de nuevo en pleno invierno, el gran enemigo de los ejércitos atacantes en
cualquier guerra (tal y como ha demostrado la Historia posteriormente).
Para llevar a cabo todo el
plan de ataque, éste debería producirse en época estival, por lo que esto llevó
a realizar un estratégico cambio en el calendario por el que hasta entonces se
regían, decidiendo adelantar el inicio del año a enero (Ianuarius, en honor al
Dios Jano).
Y hecha la ley, hecha la
trampa… Roma adelantó tres meses en su calendario el año nuevo, propiciando la
toma de decisiones y el traslado del importante contingente que se envió, iniciándose
de este modo la Segunda Guerra Celtibérica.
Los belos, pobladores de
Segeda, ante el ataque romano huyeron hacia el enclave de los arévacos, en el asentamiento
de Numancia, donde se refugiaron y unieron fuerzas para encararse al enemigo
romano en la famosa y épica Guerra Numantina.
Hoy en día, dos mil años
después de lo acontecido con nuestros antepasados celtíberos, les debemos a
ellos que, a causa de una decisión por pura estrategia militar, celebremos el
inicio del año cada 1 de enero.