Jóhanna Sigurdardóttir |
Por John Carlin.
El País, España.
La testosterona de sus banqueros y sus
bravuconadas económicas hicieron caer a Islandia. Las mujeres se han hecho
cargo de la isla y han puesto en valor un concepto: sostenibilidad.
En Reikiavik hay un espléndido edificio de
cristal negro, grande y hermoso frente al mar, en un lugar en el que hace tres
años no existía más que un solar vacío. Lo sé porque estuve allí hace tres años,
en un momento terrible para Islandia, un país arruinado por la excesiva
testosterona de sus banqueros, el primero en sucumbir a la recesión,
el que sufrió la caída más dura. En aquellos primeros meses de la crisis, la pequeña, rota
y desesperada Islandia (población: 320.000) constituyó un anuncio
del Apocalipsis para las grandes naciones de Europa occidental. Sin embargo,
hoy, ahí está ese edificio nuevo y reluciente, una imagen de opulencia y
modernidad tan extraordinaria como el Museo Guggenheim
de Bilbao, estrambóticamente fuera de lugar en esta Lilliput nórdica
de casitas de Lego pintadas de rojo, amarillo y azul. No podía apartar la vista
del edificio, ni de día ni —sobre todo— de noche, cuando su multitud de
ventanas asimétricas y marcos irregulares cambiaba continuamente de colores,
como en una imitación líquida de la aurora boreal.
¿Qué ocurrió en Islandia? ¿Qué ha ocurrido en
estos tres años para que surja, de las cenizas del desastre económico, una
construcción tan extravagante? Lo que ha ocurrido es que las mujeres se
han hecho cargo del país y lo han arreglado. Y ese edificio, el
primer auditorio nacional de conciertos en la historia de Islandia, donde la
compañía nacional de ópera representa en estos días, con el aforo completo, La
Bohème de Puccini, es la encarnación del cambio que se ha vivido. Porque nos
dice que Islandia no se hundió, que el país ha vuelto a levantarse; y porque la
persona que decidió construirlo o, más bien (y con algo más de polémica), no
interrumpir su construcción después del crash financiero, fue una mujer.
El presupuesto estatal está casi equilibrado, las
exportaciones superan a las importaciones y la moneda es estable.
Quería conocer a esa mujer. No por los motivos
habituales que empujan a los periodistas a escribir sobre mujeres poderosas
—porque hubiera triunfado en un mundo de hombres—, sino precisamente por todo
lo contrario. Porque esa mujer simboliza una tendencia en Islandia, o, más que
una tendencia, una revolución, un golpe de Estado. Desde que se produjo la
crisis, y como reacción directa y deliberada ante ella, las mujeres se han
adueñado de las palancas del poder, y lo han hecho en los ámbitos que más importan,
en los que más influencia se ejerce sobre el destino nacional: el Gobierno, la
banca y, en creciente medida, la empresa.
Los tres bancos principales de Islandia quebraron
en octubre de 2008 y dejaron deudas que ascendían a más de 10 veces el PIB del
país. Islandia, que hasta entonces ocupaba el primer puesto en el Índice de
Desarrollo Humano de Naciones Unidas (es decir, el mejor sitio para un ser
humano en el planeta Tierra), se encontró mucho más allá de la bancarrota. Y se
echó la culpa a los hombres. Los hombres le echaron la culpa a los hombres. En
el partido del Gobierno dominaban los hombres, los banqueros casi sin excepción
eran hombres y los temerarios, absurdamente ambiciosos, impulsos que condujeron
a una pequeña nación de pescadores a creer que todos se estarían bañando en
champán francés por el resto de sus días eran categóricamente, exclusivamente,
decididamente masculinos. Así que entonces, como comentó el Financial Times en
aquel momento, aparecieron las mujeres para arreglar el lío. El primer ministro
fue sustituido por la primera mujer en la historia de Islandia en ocupar el
cargo, Jóhanna Sigurdardóttir (gay y casada,
con dos hijos de un fallido matrimonio anterior con un hombre), que continúa
ejerciéndolo hoy. Las mujeres constituyen la mayoría del Gobierno, cinco
carteras ministeriales, frente a cuatro hombres. Se despidió a los consejeros
delegados (todos varones) de los bancos que habían quebrado, se cambió de
nombre a las entidades y se colocó en sus cargos a mujeres. Cada vez más
mujeres se hacen empresarias o empiezan a aparecer en los consejos de
administración de empresas privadas. Por escoger entre numerosos ejemplos, la
consejera delegada de la mayor compañía de seguros de Islandia en la actualidad
es una mujer, igual que la responsable para el país de Rio Tinto Alcan, que
encabeza el poderoso sector nacional del aluminio.
Somos un país con mucha
determinación y mucha ambición
El tópico, desde Margaret Thatcher, es que las
mujeres en puestos de poder son, por necesidad, damas de hierro, que triunfan a
base de pensar como hombres. La proposición que me planteé explorar en Islandia
fue si el cambio había sido lo suficientemente profundo como para que a los
hombres no les haya quedado más remedio ahora que pensar como mujeres.
En Islandia, todo el mundo conoce a todo el
mundo. Todos son primos, de una forma u otra. De modo que, cuando pregunté a
varias personas si me podían poner en contacto con la mujer de la sala de
conciertos, cuyo título exacto es, desde febrero de 2009, ministra de
Educación, Ciencia y Cultura, todo el mundo sonrió de inmediato: “¡Ah,
Katrin!”.
“Se quedará asombrado cuando la vea”, me dijeron.
“Tiene tres hijos, pero nadie lo diría”. “Es muy brillante”. “Sí, tremendamente
inteligente”. “¡Pero parece que tiene 12 años!”.
Esto último era una exageración. La persona que
se me acercó, con la mano extendida, cuando estaba sentado en una pequeña sala
de espera del ministerio tenía aspecto de tener 16 años, por lo menos. Menos
mal que me lo habían advertido, pensé; si no, nunca habría creído que era quien
decía ser, la ministra Katrin Jakobsdottir, por si fuera poco vicepresidenta
del partido socialdemócrata —oficialmente denominado Verdes de Izquierda—, que
ocupa el poder. Botas Dr. Martens, vaqueros marrones, pelo lacio, esbelta,
menuda: parecía una becaria en su primer día en la oficina, o la hermana menor,
más dulce y menos seca, de la chica del dragón tatuado de Stieg Larsson. En realidad
tenía 36 años y acababa de volver de disfrutar de su permiso de maternidad tras
el nacimiento de su tercer hijo. Totalmente segura de sí misma (si sentía
alguna incomodidad al tener como despacho un imponente salón ministerial, no lo
delató) y tan lista como me habían dicho que era, no necesitó que le hiciera ni
una pregunta para saber cuál era el primer tema que quería abordar con ella.
La sociedad islandesa está estructurada de tal
forma que las mujeres no tienen que escoger entre el trabajo y la familia.
“Una de las primeras decisiones que tuve que
tomar en este puesto fue si seguir adelante con el auditorio nacional o no”,
dijo. Cuando asumió el cargo, hace tres años, me explicó, los cimientos estaban
construidos, pero no había nada visible sobre tierra. El problema no era solo
que la economía nacional estuviera destruida; el multimillonario que había
concebido el proyecto, un hombre
llamado Bjorgolfur Gudmundsson, que, entre otros excesos, había
comprado el equipo de fútbol West Ham United, de Londres, se había quedado sin
un céntimo. “Así que me reuní con la gente del Ayuntamiento de Reikiavik para
decidir si debíamos seguir adelante con fondos públicos, suspender la
construcción hasta que llegaran tiempos mejores o dar por terminado el
proyecto. Decidimos seguir adelante”.
¿Por qué? “En parte, porque había 600 personas
involucradas en la obra, en parte, porque llevábamos 40 años hablando de
construir una sala de conciertos para nuestra orquesta sinfónica y pensamos
que, si no lo hacíamos ahora, nunca lo haríamos, pero también porque pensamos
que no seguir con el proyecto daría a la gente la sensación de que se prolongaba
la crisis”. ¿Habría sido malo para la moral nacional que se interrumpiera,
entonces? ¿Seguir adelante tenía un valor añadido que era superior al coste?
“Sí. Exacto. Nos vimos obligados a hacer grandes recortes presupuestarios en
todo el sector público, pero decidimos seguir. En su momento hubo mucha
controversia, pero creo que ahora está desapareciendo. El auditorio se inauguró
en la primavera de 2011 y, desde entonces, han acudido más de 800.000
visitantes. A la gente le encanta. Islandia es un país con una gran vida
musical, y también somos un país con mucha determinación y mucha ambición. El
edificio ha sido un símbolo y una inspiración para los islandeses”.
Las cosas podrían estar mucho peor
Un símbolo, entre otras cosas, del regreso a la
salud económica. Jakobsdottir reconoció que las cosas podrían estar
mejor, que la deuda hipotecaria de la gente corriente sigue siendo elevada, que
las inversiones son bajas y que en Islandia, hoy, hay desempleo (justo por
debajo del 7%), mientras que antes, no. El nivel de vida, en otro tiempo el más
alto del mundo, ha caído, y la gente trabaja más por menos dinero. Pero, como
observó el premio Nobel de economía Paul Krugman tras una visita reciente a
Islandia, “las cosas podrían estar mucho peor” y aunque ese “no es el eslogan
más estimulante del mundo..., cuando todo el mundo preveía un desastre total,
equivale a un triunfo político”.
Las cifras apuntan a un grado de solidez casi
inimaginable hace tres años. El presupuesto estatal está casi equilibrado, las
exportaciones superan a las importaciones, la moneda es estable y, el año
pasado, el FMI publicó un informe halagüeño. Por hablar de cosas que se
entienden sin que haga falta saber nada de economía, la nueva sala de
conciertos no es más que la señal más visible de una larga lista de éxitos. En
mi reciente visita, asistí al festival gastronómico anual de Islandia, Food and
Fun, que se celebra desde 2002 pero estuvo a punto de ser suspendido, por falta
de dinero, en 2009, 2010 y 2011. Este año ha vuelto a florecer, con la
participación de 30 cocineros de tres continentes y 25.000 islandeses que pagan
40 euros por cabeza en los restaurantes locales (hay un 50% más de locales de
comida en Reikiavik que hace tres años) para saborear sus platos. Icelandair ha
duplicado sus rutas desde 2009 y ha aumentado el número de pasajeros en un 20%
anual. Se ha creado una línea aérea nueva, WOW, y el turismo también está en
auge; las plazas hoteleras para julio y agosto de este año están ya
prácticamente todas vendidas. Los precios de las viviendas acaban de subir un
10% y las ventas de Mercedes Benz, según me dijeron fuentes fiables, han
aumentado de repente. En cuanto a la sanidad y la educación públicas, tan
buenas que ni siquiera los fugaces multimillonarios de la época del boom
sintieron la necesidad de pasarse a las privadas, no han sufrido en calidad
pese a los recortes presupuestarios que ha tenido que hacer el Gobierno. Como
prueba de la normalidad que se ha instalado donde antes acechaba el
Apocalipsis, el debate fundamental entre los partidos de izquierda y derecha en
el Parlamento es hoy la eterna y rutinaria cuestión de si hay que subir o bajar
los impuestos. O si, después de haber recurrido con éxito a la devaluación de
la moneda como mecanismo para recobrar la salud, ahora convendría incorporarse
al euro.
Pero en lo que todos los parlamentarios están de
acuerdo es en que la época del capitalismo de enriquecimiento rápido se ha
terminado. La palabra clave, hoy, es sostenibilidad, y todos los partidos la
repiten en sus declaraciones públicas. Y la sostenibilidad, en opinión de la
ministra Jakobsdottir, es un concepto más femenino que masculino. Ella lo
explica así: “Mucha gente achacó los excesos de los banqueros que nos causaron
tantos problemas a una cultura masculina”. “En 2009, todo el mundo decía: ‘Lo
que necesitamos es menos pensamiento de chulería masculina y más mujeres con
ideas pragmáticas y estratégicas’. Lo que hemos aprendido desde entonces es que
si queremos permanecer alejados de la crisis y construir, todos sabemos que hay
que pensar no en el futuro inmediato, sino en los próximos 10 o 20 años. Esa no
es la forma de pensar de un Gobierno dominado por hombres; esa es una manera de
pensar femenina”.
Nosotras hablamos de los sectores
creativos
Le pedí que me dijera en qué terrenos concretos
se podían detectar estos cambios. “Hay muchos ejemplos. En general la
influencia femenina se ve en este énfasis que le damos al desarrollo
sostenible, en construir la economía pensando a largo plazo, de manera fiable y
segura. Las mujeres piensan en esos términos porque está en su naturaleza. Un
ejemplo más específico: cómo estamos encarando los temas de los impuestos y los
presupuestos. La idea es analizar los diferentes impactos que el sistema tiene
sobre los hombres y las mujeres, y ver cómo podemos ajustarlo para generar más
igualdad entre los géneros. También se ve la influencia femenina en la
discusión sobre el empleo. Los hombres se centran en cosas como la industria
del aluminio. Nosotras hablamos de los sectores creativos. Hemos llegado a la
conclusión de que las artes —en especial la música y la literatura— aportan
tanto dinero al país como la extracción de aluminio. No creo que a los hombres
se les hubiera ocurrido ni pensarlo”.
El centro de atención político
cambia cuando hay más mujeres en el Gobierno
Un dato que asombra en Islandia es que un país de
320.000 habitantes posea tal abundancia de talento artístico, sobre todo en la
música, donde, aparte de una ópera nacional y una orquesta sinfónica nacional,
existen numerosos grupos contemporáneos que producen todo tipo de cosas, desde la globalmente
aclamada Björk hasta el trabajo experimental y esotérico de Kria
Brekkan, que ha triunfado en Nueva York y con quien me encontré por casualidad
delante del auditorio nacional. Aproveché la oportunidad para preguntarle si
ella estaba de acuerdo en que las mujeres habían cambiado Islandia. Ojalá
hubiera grabado su respuesta, porque fue de una lucidez cristalina, pero, en
resumen, vino a decir que sí, “la fuerza masculina” que había definido el
periodo en el que los islandeses habían intentado jugar a los bancos y
convertirse en el pueblo más rico del mundo había sido reemplazada por una
“fuerza femenina que está en la tierra, que no apunta a las estrellas, y que
busca plantar raíces y trabajar para un futuro seguro”.
Hablé con muchas otras mujeres, y todas expresaron
variaciones de la misma idea. Audur Bjork Gudmundsdottir, directora ejecutiva
en una compañía de seguros, dijo que los problemas de Islandia partían de que
la gente había estado corriendo demasiado de prisa, lanzándose a grandes
aventuras sin pararse a examinar los detalles de lo que estaba haciendo. “Hoy,
en los consejos de administración de las empresas, en los que se ve cada vez a
más mujeres, se hace hincapié en la responsabilidad, no en correr riesgos ni en
intentar hacer mucho dinero muy rápido”.
Birna Einarsdottir, una de las consejeras
delegadas de bancos nombradas para desplazar a los hombres inmediatamente
después de la crisis de 2008, dice que la gran lección que han
aprendido los islandeses mientras salían de la recesión y entraban en el
crecimiento ha sido: “Atenernos a lo que sabemos; no pasarnos de listos”.
“¿Quién dijo que los islandeses eran los mejores banqueros del mundo? ¿De dónde
salió esa idea? De modo que, ahora, la regla es ser humildes, conocer nuestras
limitaciones y aprovechar nuestras ventajas. Y, en vez de pensar que sabemos
todo, hacer preguntas; pedir ayuda”. Que es lo que hacen las mujeres; no los
hombres.
De lo que de verdad entienden los islandeses,
dijo Einarsdottir, es de pesca, que hoy tiene muchos más beneficios que antes
de la crisis. Un ejemplo es una mujer de nombre impronunciable, Sjöfn
Sigurgisladottir, que dejó en 2009 su puesto de directora ejecutiva de un
organismo estatal dedicado a la seguridad alimentaria para crear una empresa de
pesquería y piscifactoría con otras dos socias. Calculan que, para 2014, habrán
creado 100 puestos de trabajo y estarán vendiendo más de 2.000 toneladas
anuales de tilapia nórdica (un pescado de origen africano).
“Estamos entrando en una industria que antes era
exclusivamente masculina”, me dijo una sonriente Sigurgisladottir, “y eso es
sintomático de lo que está ocurriendo en Islandia desde la crisis. Las mujeres
están asumiendo un papel mucho más activo en la economía, asumiendo más
responsabilidad, y también nos apoyamos mucho más unas a otras, creando clubes
de mujeres, aprovechando oportunidades más que nunca”.
Ayuda, continuó Sigurgisladottir, el hecho de que
la sociedad esté estructurada de tal forma que, en Islandia, las mujeres no
tienen que escoger entre el trabajo y la familia. Tanto desde el punto de vista
cultural (al parecer, los vikingos se tomaban con bastante relajo que sus
mujeres concibieran y se reprodujeran mientras ellos estaban lejos, dedicados a
violar y saquear) como desde el de las leyes del Estado sobre custodia de los
hijos y permiso de maternidad o paternidad, las mujeres islandesas han avanzado
más que nadie. Según el último informe del Fondo Económico Mundial sobre igualdad
de género, Islandia ocupa el primer lugar del mundo. (“Yo vivo parte del tiempo
en Suiza”, me dijo Sigurgisladottir, “y la diferencia con el lugar que ocupan
allí las mujeres en la sociedad es escandalosa”).
Las mujeres de Islandia habían alcanzado estos
logros incluso antes de que la crisis financiera golpeara. Lo que ha ocurrido
desde entonces es que han complementado la igualdad en el hogar y en el trabajo
con un nuevo grado de influencia y autoridad en el corazón del poder político y
económico. Siendo madre de tres niños de menos de ocho años, siendo la ministra
responsable de educación, ciencia y cultura y la número dos en el partido de
Gobierno (lo cual hace pensar que es una probable futura primera ministra),
Katrin Jakobsdottir es la Amazona diminutiva que encarna estos grandes cambios.
Fue ella la que me dio la respuesta a la pregunta
que me había planteado al llegar a Islandia esta vez. El cambio más grande de
los últimos años era que, efectivamente, los hombres sí estaban pensando más
como mujeres. “Tener un Gabinete con la mitad hombres y la mitad mujeres, y
ahora con más mujeres, ha marcado la diferencia”, me explicó. “El centro de
atención político cambia cuando hay más mujeres en el Gobierno; quiero decir
que hay una diferencia en lo que se debate. Por eso en estos últimos tres años
ha ocurrido algo grande e importante, y en lo que no creo que haya posibilidad
de dar marcha atrás. Hemos cambiado la naturaleza de la discusión”.