A la
vera del Moncayo crepitó su llama. Llegaron de los cuatro confines del mundo.
Sus arrugas las acarician diferentes vientos, sus comunidades distan miles de
kilómetros, pero traían una visión común para lograr una alianza nueva. “Somos la voz de la fuerza, del valor, del
amor y de la lucha por la paz” anunciaron y con su presencia poderosa, con
su alma volcada, con su verbo entrecortado por la emoción, lo demostraron.
El Consejo Internacional de las Trece Abuelas
Indígenas iluminaba por primera vez
con su fuego sagrado el viejo continente. Dicen que son leyendas vivas en sus
tribus, pero tuvimos la suerte de que acamparon entre nosotros y encendieron su
llama en nuestra geografía. Durante seis días disfrutamos del privilegio de ese
contacto directo con la sabiduría ancestral de sus linajes. Sin apenas viajar
desde nuestros hogares, tuvimos la oportunidad de escuchar la palabra sagrada
de las ancianas indígenas, reunidas en un Consejo único. La cita fue en la
finca de Torrenanita, a las afueras de Borja (Zaragoza), entre los días 18 y 23
de Julio de 2008.
Esta reunión histórica fructificó en una unión entre
comunidades y movimientos de Europa y las Américas, cuyo alcance aún no nos es
posible evaluar. El encuentro nutrió memorias perdidas, dio oportunidad a un
desbordamiento de fina energía femenina y manifestó testimonio incontestable de
que las diferentes tradiciones pueden vivir en paz y fraternidad, en comunión
con la Madre Tierra.
En
compañía de las abuelas, fuimos todos tocados por el Espíritu. Ellas nos han
permitido ver encarnado el más elevado ideal humano de unión en la diversidad
de las creencias, naciones y razas. Ellas han puesto a caminar con sus pasitos
cortos y silentes el más ardiente sueño humano de fraternidad universal. Ellas
representan uno de los más contundentes testimonios de paz en el mundo. No
hacen ruido, no permiten fotos, ni flash, ni cámaras.., pero nadie es el mismo
después de haber orado y cantado junto a ellas.
Profecía encarnada
Entre
el 11 y el 17 de octubre del 2004 las trece abuelas se reunieron en Phoenicia,
Nueva York, atendiendo a una profecía antigua común a diferentes tradiciones
que expresaba que “cuando las abuelas de
los cuatro continentes hablen, comenzaría una nueva era”. Esta profecía que
les instaba a unirse, venía acompañada de visiones particulares que
individualmente habían tenido.
Según
relata Carol Schaeffer en el libro que ha escrito sobre el tema, “La Voz de las
Trece Abuelas” (Barcelona. Luciérnaga 2008), las ancianas han decidido “dar a conocer sus secretos más sagrados a las
mismas culturas que las han oprimido en el pasado, ya que la supervivencia de
la humanidad e incluso del planeta está en juego”. Persuadidas de que las
enseñanzas de sus ancestros iluminarán el camino de la humanidad en el futuro,
en aquella primera cita las abuelas compartieron sus oraciones, sus cantos y
ceremonias. Establecieron una alianza que se ha venido consolidando en los
siguientes consejos celebrados desde entonces, una unidad ejemplar que se
expresa como una sola voz.
Desembarcan en España
Provenientes
de Roma, las abuelas aterrizaron en Barcelona y desde allí fueron trasladadas
en autobús a su hotel en Añón del Moncayo (Zaragoza), donde llegaron en la
noche del 18 de Julio de 2008. En la mañana del día 19 se presentaron, ya en la
finca Liuramae donde se celebró el evento, ante todos los participantes del
encuentro entre nubes de copal, cantos agradecidos y emociones difícilmente
contenidas.
Culminaba
así el trabajo de dos años del grupo Arboleda de las Hijas de Gaia. Allí
estaban las abuelas de sabiduría, las sanadoras, las chamanas, las narradoras y
poetas, las sensitivas…, con su mejor sonrisa encendida, con sus mejores galas,
después de haber superado infinidad de dificultades, después de los mil y un
quebraderos de cabeza que hubo de padecer el grupo de tenaces y comprometidas
mujeres de la Arboleda, organizador del evento. Las donaciones económicas
personales se habían sumado al servicio voluntario para hacer realidad esa
jornadas entrañables.
Allí estaban las ancianas indígenas dispuestas a
testificar que no todo está perdido, que la Tierra puede ser aún una estancia
dichosa y en paz para los hombres y mujeres, para todas las criaturas. Allí
estaban burlando el cansancio y los achaques de la edad para afirmar con su
presencia y palabra que el amor allí ya encarnado, puede también triunfar en la
tierra. Allí estaban delante del centenar y medio de entregados participantes,
dispuestas a inmolarse bajo el fuego del ardiente sol que presidió todo el
evento, dispuestas a abrasarse también en el útero del “inipi” o cabaña de
sudación. Allí estaban dispuestas a olvidar sus propios dolores y enseñar a
mirar con esperanza el futuro. Sólo faltaba la abuela Tsering de Tíbet, en
estos momentos absolutamente comprometida con su pueblo, dada la proximidad de
las Olimpiadas.
Poder invocativo
Fueron
dos encuentros de dos días largos cada uno. Cada uno de ellos concitó,
incluyendo el séquito de las propias abuelas, alrededor de dos centenares de
personas, en su inmensa mayoría gentes de la península, pero también de
Francia, Inglaterra, Alemania y Suiza. La finca no podía acoger a más personas.
Hubo
ceremonia, sanación, palabra, oración, canto, inipis…., sudor y mucho gozo,
conscientes todos los asistentes de la suerte de participar en una reunión
única. Durante esos días afortunados se fueron sucediendo las ceremonias
sagradas, ya en torno al fuego encendido ritualmente en medio de una ancha
campa, ya en medio de un patio sombrío con estanque y fuente decorados con
esmero.
Las
ceremonias nos cautivaron al observar el gran poder invocativo de las abuelas.
En medio de un amplio círculo de participantes entregados y concentrados por
entero, pudimos constatar como esas mujeres eran capaces con sus sonidos y
gestos de abrir las puertas de los mundos superiores. En medio de la plaza
sombría, con la dama de Elche presidiendo el acto, entonaban las ancianas sus
melodías nativas, cantaba también el agua entre las flores, cantaba y se
solazaba en realidad la creación entera.
Las
abuelas en semicírculo, presidiendo los actos, pusieron el alma para contribuir
a sanar la humanidad. Pidieron con conmovedor énfasis en sus ruegos por el cese
de la guerra y la opresión, por la paz entre las naciones. Evidentemente no
alcanzábamos a comprender lo que recitaban en su idiomas nativos, pero lo que
sí podemos afirmar es que sus labios, sus almas entregadas en el instante, sus
manos moviendo con maestría, unas una sola pluma, otras una abanico de ellas,
obraron magia con mayúsculas.
Compartiendo sabiduría
Hubo
también círculos de palabra en los que las abuelas se prodigaron en tanto que
guardianas de las enseñanzas de sus comunidades desde tiempos inmemoriables. Se
abordaron temas como el cuidado de la Madre Tierra, las plantas sagradas,
espiritualidad y energía femenina, bulas papales… A tal fin, el grupo grande se
dividió en grupos más pequeños. En esos consejos más reducidos pudimos abrevar
más de cerca de esa sabiduría, de ese conocimiento ancestral, que a la postre
es garantía de forma de vida sostenible y de continuidad de relaciones
armoniosas con toda la creación.
Bajo
las escasas sombras de los árboles de la finca, esas mujeres sabias
compartieron visiones, experiencias y métodos. Nos mostraron cómo vivir de
acuerdo al orden divino. Se reafirmaron en el principio de que el único futuro,
que la única posibilidad colectiva de sobrevivir es la fraternidad. Con sus
charlas cercanas, sencillas y amables, tan a menudo rebosantes de humor, nos
inspiraron para servir y entregarnos conscientemente a la creación. Bien es
verdad que las mayores enseñanzas, las que nos mostraron que toda la vida que
nos rodea es sagrada y por lo tanto digna de supremo respeto, las que nos
enseñaron que no podemos vivir separados de la naturaleza y el cosmos,
volvieron a viajar en los silencios, en los gestos, en las miradas profundas,
en los saludos sin palabras...
Las
sesiones de sanación lograron un arrobamiento colectivo inenarrable. Decenas de
almas tocadas, de ojos mojados se concitaban en un clima de inmenso silencio y
paz en torno al estanque. Es difícil transmitir en palabras aquellas estampas
vibrantes: las abuelas captando energía sanadora y distribuyéndola con sus
abanicos de plumas, el agua juguetona manando junto al altar universal, los
párpados cerrados para apurar al máximo el instante único, los corazones mudos
agradeciendo tanta dicha…
En
realidad todo lo vivido aquellos días escapa a las posibilidades comunicativas
del cronista. La mirada torpe de la carne apenas podía percibir lo que en
realidad allí ocurría. La otra retina de las cámaras de fotos estuvo además
apagada durante los tres primeros días, por falta de permiso. ¿Cómo haríamos
para transmitir tanta belleza, tanta armonía concitada en tan poco terreno? El
mundo debía saber que sublimes cuadros como aquel se dibujan ya en la tierra,
que esa excelsa fraternidad alentada por trece abuelas de trece tradiciones
espirituales diferentes puede brillar permanentemente entre nosotros. ¿Si esa
red entre mujeres culturalmente tan diferenciadas se había tejido y
consolidado, qué otras infinitas redes no se podrían tejer sobre la tierra?
Enseñar a rezar
Tantas
cosas nos enseñaron las abuelas universales a los largo de esos seis días. Sin
embargo aquello no fue tribuna académica, ni siquiera esotérica. Las lecciones
no iban precisamente para la mente. Nos enseñaron su pasión por ayudar al
mundo, para que sea por fin la casa de todos, para que el planeta se convierta
en un hogar sagrado para la humanidad y para toda la creación. Nos enseñaron a
rezar con el corazón en los labios. Los generales no harían la guerra, si por
uno minutos participaran en el círculo de fogosa oración por la paz de las
abuelas.
Pudimos
observar como la abuela Agnes, la más anciana entre todas y presidenta del
Consejo, llamaba con una sorprendente familiaridad al Espíritu Creador con el
apelativo de Abuelo. Le invocaba y le decía ante el asombro de todos los
presentes: “Encárgate de este problema,
encárgate de aquel otro…”, o bien “Dame
las palabras precisas…” Por cada una de las curtidas mejillas de las
ancianas descendieron las lágrimas de su inmensa compasión por la humanidad, de
imploración profunda, serena y al tiempo encendida.
A cada
una de ellas la contemplamos en supremo éxtasis de entrega a la humanidad y al
Cielo. Delante del fuego sagrado, delante del altar del agua nos enseñaron a
comunicarnos pura, sencilla y a la vez poderosamente con lo Alto. Nos enseñaron
a rezar juntos y nos mostraron que si nos mantenemos unidos en espíritu
comunitario, con la oración compartida podemos cambiar el mundo.
Una
popular política catalana de renombre, compartió el panel presidencial junto a
las abuelas y no paraba de interrogar a la organización por lo que hacía ella
allí. Afirmaba no merecerlo. Tal era el honor.
Arboleda de las Hijas de Gaia
El
terreno estaba abonado. Lo habían preparado con cuidado, entrega y entusiasmo la
hermandad femenina Arboleda de las hijas de Gaia que lidera Mariana García Legar.
No sólo era el ingente trabajo organizativo que aquello implicaba, con todo el
tratamiento esmerado y particularizado con cada una de las abuelas. No sólo
eran los mil y un detalles para que ellas se sintieran cómodas y confortables…
Era también el posibilitar una atmósfera sublime de espiritualidad y
creatividad, de ternura y de belleza.
No era
sólo traerlas, arreglar con máximo esmero la finca, no sólo era afinar toda una
complicada logística de transporte, alojamiento y comidas, preparar la cuidada
coreografía de recibimiento, no eran sólo los sahumadores al sol regalando su
humo de otras esferas, los tambores acercando el latido alegre de la Tierra…
era también concitar un quantum suficiente de amor para que todo aquello
saltara de dimensión. A fe que se logró.
Uno se
atreve a confesar que las abuelas en realidad fueron el detonante para esa
explosión sin par de cálida y creadora energía femenina, que llevaba miles de
años aguardando desbordarse en nuestra tierra. Podremos decir que estuvimos
allí, allí cuando lo femenino incontenido irradió con una fuerza sin
precedentes. Doy constancia de que los pocos hombres presentes aprendimos la
lección, pues era tanto el color, tanta la delicadeza, tanto el gusto, tanto el
mimo en cada uno de los detalles…
Ver
cantar y danzar a todas aquellas mujeres venidas desde los mas diferentes
puntos de la península y Europa atendiendo al llamado de la Arboleda, era
contagiarse de lo que ha de llegar, era convencerse de que un nuevo tiempo
definitivamente diferente, de armonización entre lo femenino y lo masculino
está alcanzando a la humanidad. “Hemos
esperado mucho tiempo, nos venían a decir con sus gargantas con sus
tambores, con sus faldas de los mil y un colores, con sus ojos de los mil y un
brillos…, pero estamos ya aquí y lo más
importante es que estamos sin rencor, y estamos con vosotros deseosas de
construir juntos un nuevo mundo de amor y fraternidad.”
Ante
esa lección, los hombres no podíamos sino rendirnos y acarrear piedras para el
“inipi”, azuzar y guardar el fuego y cargar con los bultos o remover las
grandes ollas, y poner toda nuestra fuerza física a la orden de todas aquellas
mujeres de corazón grande y sonrisa mayor. No podíamos sino agradecer el
inmenso trabajo realizado para que las trece entrañables abuelas hubieran
estado con nosotros. Hay un antes y un después de aquel encuentro en que tantos
participantes se adhirieron a las ancianas venerables en su empeño en favor de
una nueva Tierra y un nuevo Cielo.