Foto de Regina Carnicer® |
Texto
de Marianna de Arboleda de Gaia®
Para mi madre, mis abuelas y mis tías abuelas,
para todas nuestras bisabuelas y tatarabuelas la menopausia era una
fiesta. Yo recuerdo a mi madre y a mis tías, a mis abuelas y tías abuelas
felicitarse unas a otras cuando llegaban a la menopausia. Y si aún no eran muy
mayores cuando eso ocurría ¡Mejor aún! ¡Que suerte liberarse cuanto antes de
los embarazos y poder disfrutar relajadamente del sexo!
Durante
miles y miles de años, a lo largo de sus vidas fértiles las mujeres, -si no morían
por el camino- podían llegar a tener entre 18 y 25 embarazos, con sus
consecuentes partos y o abortos. Y si por el camino morían, muy frecuentemente era a consecuencia de ellos. No hay linaje femenino que no posea una larga lista silenciada de mujeres muertas en partos y en abortos.
Estas
cosas ocurrían en un contexto de la vida femenina casi inimaginable para las
mujeres occidentales de hoy, que podemos controlar nuestra natalidad. Hoy,
cuando ya muy pocas de nosotras desea tener dos o tres hijos, y muchas no
tenemos ninguno.
Durante
miles y miles de años las mujeres pasaron toda su vida fértil embarazadas,
pariendo y abortando. Sufriendo un embarazo tras otro sin poder elegir. En
ese contexto la menopausia era una fiesta, porque traía consigo la liberación
de tanto parto y embarazo sin control que ponían en riesgo sus vidas,
desgastaban sus energías vitales y obstaculizaban el placer sexual.
Por eso
era común que las mujeres florecieran después de la menopausia cuando, junto
con el riesgo de embarazo, se sacaban de encima el engorro de cuidar hijo tras
hijo y, por primera vez, podían poner un poco de atención sobre sí mismas. ¡Desde luego
que era una fiesta! ¡No cabía duda alguna, aunque algunas tuvieran sofocos! Y las mujeres se sentían felices porque por fin había llegado el tiempo de acostarse con sus
hombres despreocupadamente. Muchas de esas mujeres, finalmente liberadas de la
carga de la fertilidad, florecían como “diosas del sexo” y disfrutaban a partir de entonces intensamente del placer como nunca lo habían hecho antes. Y sus hombres también gozaban
de la menopausia, alegres por la parte que les tocaba.
No hablo
de la prehistoria. Hablo de mi madre y de mis abuelas, de mis tías abuelas y de
mis bisabuelas. Hablo de lo que aprendí sobre la menopausia en mi familia, una
familia normal de la clase media argentina de los años cincuenta y sesenta del
siglo XX, donde las mujeres hablaban con naturalidad y entre guiños cómplices
sobre la menopausia, tanto en la familia de mi madre, como en la de mi padre.
¿Cómo es
posible que hoy, habiendo pasado tan sólo dos generaciones -50 años-, la
menopausia se haya convertido en Occidente en un estigma para la mujer? ¿Qué
película de terror nos vendieron… y acabamos comprando? ¿Y cómo puede ser que
mujeres despiertas y conscientes sufran ese hechizo patriarcal que les hace
creer que la menopausia es una pérdida, en vez de una ventaja?
La
menopausia no es una enfermedad, ni tampoco un error de la naturaleza. La
menopausia es un milagro evolutivo privilegio del pueblo de las mujeres,
que nos libera de la impronta que obliga a todas las mamíferas a desgastarse
embarazo tras embarazo hasta que llegue la muerte. Aunque sería largo explicar
aquí su función en la familia humana, sí podemos decir que la menopausia tiene
una importancia esencial en la génesis de la humanidad, ya que sin ella nuestra
especie no podría existir como tal. Por eso la naturaleza creó la menopausia,
porque significa un progreso evolutivo real y tangible.
Entre
otras ventajas la menopausia nos libera del influjo hormonal que nos orienta a
lo materno, esas hormonas que hacen que nos guste nutrir y cuidar a los demás.
A partir de ese cambio hormonal, la mujer recupera -por primera vez en su vida
de adulta- la autonomía emocional y la capacidad de centrarse en sí misma de la
que gozaba cuando era una niña, antes de la primera sangre. Con la diferencia
de que ahora ya no es una niñita obediente, sino una mujer autónoma, hecha y
derecha, que lleva consigo la experiencia de los años y ya se ha librado de
muchos remilgos.
Por estas
y otras razones es importante que las mujeres recuperemos los antiguos saberes
acerca de la menopausia para abrirnos a las bendiciones del camino de la mujer que ya no sangra. Nosotras ya no nos reunimos en las
cocinas con nuestras madres, tías, abuelas, tías abuelas y bisabuelas. Hemos
perdido esos espacios y por ello necesitamos ritos de paso que reactiven la transmisión del poder menopáusico de unas a otras, ese poder que no se usa para dominar a nadie, sino para que germine en cada una la certeza del "yo puedo". Ritos que espabilen y empoderen a las que hoy han caído en el hechizo patriarcal que denosta la menopausia y la estigmatiza como un drama, sólo para poder seguir teniendo a la mujer "atada y bien atada" en su momento de mayor poder comunal.
En el año
1.999 comencé a celebrar el rito de paso para la menopausia que llamo “Mujer
que ya no Sangra”. Allí resignificamos el final de la sangre y lo
celebramos entre iguales en contacto con la naturaleza.
Es una fiesta ceremonial que marca un tiempo cuidadosamente preparado -como la
ocasión merece- para ser un recuerdo inolvidable que atesorar en nuestras
vidas. Durante esos días despedimos ceremonialmente la cuarentena de los años
de la sangre, y abrimos el camino que vamos a recorrer durante la cuarentena de
los años en ya no necesitamos sangrar.
Ofrendamos
nuestro cambio de etapa al Agua, a la Tierra, al Aire y al Fuego en un entorno
privilegiado donde tenemos acceso a un manantial sagrado de aguas subterráneas
y podemos reunirnos en torno al fuego que las 13 Abuelas Indígenas iluminaron
para Europa. Allí también se trasmiten los conocimientos tradicionales del
poder menopáusico en forma de herramientas para vivir mejor una de las mejores épocas de nuestra vida.
La
menopausia marca el inicio de la tercera de las cuatro etapas que conforman la
vida de la mujer. Es un proceso natural de metamorfosis en que, a lo largo
de un ciclo de aproximadamente 13 años -en medio de los cuales se sitúa la última
menstruación- la naturaleza nos invita a ingresar en “La Posada del Placer de
ser Tú Misma”. Allí nos prepararemos para transformarnos -bastantes años después-
en ORO MOLIDO, como dice la Abuela Margarita, cuando ya estemos listas
para ser iniciadas como ancianas sabias.
Si la
doncella simboliza la flor y la madre el fruto, la mujer que deja de menstruar
es análoga a la semilla que contiene en su interior la experiencia y el
potencial de las etapas anteriores y de sus arquetipos. Una semilla que
puede germinar con alegría para ofrendar su sabiduría en beneficio de sí misma,
de la Tierra y de todos los seres sintientes.
“Mujer que
ya no sangra” es un rito de
paso en el cual, trabajando con la creación de
belleza y el arte ceremonia en fusión con la naturaleza, construímos un portal que al atravesarlo, nos ayuda a soltar los lastres que nos atan al pasado y nos enseña a celebrar las oportunidades de la nueva etapa vital que se abre ante nosotras. Un camino que, transitado con conciencia, puede conducirnos a la etapa de la vida en la que -finalmente- podremos gozar del mayor tesoro: la libertad de ser auténticamente, ni más ni menos que aquella que cada una de nosotras es.
Te esperamos en el próximo encuentro. Si sientes
la llamada de tu alma al leer estás líneas, estás siendo íntimamente convocada.
No dejes de acudir porque allí encontrarás… la fuerza que mantiene los
pezones erectos, el semblante irrigado y los músculos dispuestos para el mayor
de los saltos. Te esperamos con los brazos abiertos.
Para
más información sobre el rito de paso de menopausia HACER CLIC AQUÍ