Enheduanna, en el disco de alabastro encontrado en el Templo de Nanna en Ur. |
por Pepe Cervera – www.blog.rtve.es
Antes
de Acadia y de Ur hubo imperios y ciudades; antes del sumerio hubo lenguaje, y
antes del cuneiforme hubo alguna forma de escritura. Antes de que en las
llanuras de Mesopotamia crecieran los templos de barro y piedra hubo arte,
entendido como formas de comunicación que movían sentimientos. Lo que no
conocemos antes de Enheduanna, “Gran
Sacerdotisa adorno de An” y su obra es la existencia de ningún autor
literario. Sabemos que buena parte de los bisontes de Altamira fueron trazados
por la misma mano; una mano genial (y probablemente femenina) capaz de dibujar
el perfil de un animal de un solo trazo provocando emociones más de 150 siglos
después de su pintura. Pero nunca sabremos su nombre. Conocemos eximias
pinturas, esculturas y obras arquitectónicas del remoto pasado mesopotámico o
egipcio, pero no sabemos quién las hizo. El primer autor conocido de una obra
de arte era poeta, y era mujer, y era aristócrata y alto cargo de su gobierno.
Antes de ella hubo creadores, pero ella es la Primera Autora (mujer o hombre)
de que tenemos noticia: la más remota asociación que conocemos entre una obra y
una persona concreta, de existencia probada, con una vida y una historia
propias: Enheduanna, la
Primera Autora.
Era
hija de Sargón I de
Acadia, conocido por “el grande”, el primer rey que unificó las
ciudades estado de la Alta y la Baja Mesopotamia en un único imperio. En la
batalla de Uruk, hacia el año 2.271 adC, venció la última resistencia y
controló desde entonces una vasta región desde el Mediterráneo hasta el Mar
Rojo hasta su muerte, hacia el 2.215 adC. Sargon se casó con Tashlultum, de la que tuvo
varios hijos; entre ellos a Enheduanna, a la que instaló como Gran Sacerdotisa
del Dios-Luna Nanna (también
conocido como Sin) en la ciudad de Ur. Era una inteligente decisión
estratégica puesto que Ur era una de las ciudades más importantes de la recién
conquistada región de Sumeria, al sur de Mesopotamia, y uno de los más
importantes santuarios de Nanna-Sin, el dios principal del panteón de la época.
Sus funciones eran por tanto religiosas y políticas, y debió ser hábil en
cumplirlas, porque su puesto se institucionalizó y perduró tras su muerte. Su
existencia histórica está demostrada por un disco de alabastro hallado en la
zona más secreta del templo de Nanna en Ur (mostrado arriba), y por otras
piezas de joyería.
Pero
aunque su advocación oficial era “Nanna, la pasión de Enheduanna” claramente
era su hija en el panteón mesopotámico: Inanna, diosa de la guerra y del amor, reina
de la primavera/verano, resucitada de entre los muertos tras bajar al
Inframundo a enfrentarse con su némesis y casada con Dumuzi, rey del
otoño/invierno. Asociada con el planeta Venus, es la posterior Ishtar, y se la
identifica con la Afrodita griega y la Astarté fenicia, y a través de ellas con
la Venus romana la Diosa Madre por excelencia, cuya mitología es clave en
la creación de la virgen María cristiana. Inanna no sólo reinaba sobre la
guerra y el amor (que no el matrimonio), sino que mediante un subterfugio
(emborrachándolo) había conseguido robar al poderoso dios Enki los “Me“,
las invariables reglas de conducta necesarias para la civilización humana; los
algoritmos del comportamiento más avanzado, como los oficios del pastor, el
herrero o el escriba, las dignidades de los sacerdotes, las historias del
descenso y ascenso del Inframundo o la narración del diluvio. Adoptaba así las
características de Prometeo, robando aspectos vitales de la civilización a los
mismos dioses para dárselos a los humanos. Simbólicamente la igualdad o incluso
preeminencia de Inanna frente a su padre Nanna-Sin representaba el derecho de
los Acadios a gobernar a los Sumerios en pie de igualdad.
Enheduanna
compuso numerosos poemas o cantos de temática religiosa, algunos en forma de
himnos, otros directamente dirigidos a Inanna. De los himnos se conservan 42
que exaltan diversos templos en ciudades de Sumeria y Acadia como Eridu, Sipar
y Esnunna, y que se han recuperado de 37 tabletas procedentes de Ur y Nippur,
lo que demuestra que se usaron durante siglos en las devociones. Constituyen
uno de los primeros intentos conocidos de sistematizar una teología;
explícitamente Enheduanna escribe que “algo se ha creado que nadie creó antes”.
Además escribió la “Exaltación
de Inanna” o “Nin-Me-Sar-Ra”, 153 líneas dedicadas a la diosa en las
que Enheduanna narra también su propia expulsión de Ur (¿quizá durante una
revuelta nacionalista?) y su posterior retorno a la ciudad. También se conserva
un “Himno a Nanna” y fragmentos de otros trabajos, así como un himno dedicado a
ella por un autor posterior que narra su apoteosis (su deificación tras su
muerte). Especialistas en la literatura mesopotámica creen que otros textos
podrían ser obra suya.
De modo
que el primer autor conocido de la historia, con nombre, circunstancias
personales y su propia entidad como persona, era una mujer. Antes de ella no
nos consta que las personas que creaban o inventaban algo quedaran asociadas a
sus creaciones; de hecho sabemos que en la cultura mesopotámica la actividad de
la construcción de templos y edificios era casi sagrada, y sin embargo no había
un personaje equivalente a nuestro arquitecto, en el sentido de un creador.
Mucho menos lo había en las representaciones de las pinturas rupestres, o entre
las narraciones y poemas de la literatura oral anterior a la escritura.
Enheduanna no es sólo la más antigua autora literaria que conocemos, sino la
prueba de un cambio en la relación entre la gente y la cultura; el nacimiento
de una idea antes desconocida, la de que una obra tiene un autor, que una
creación cultural deriva de una persona particular. Que la primera obra
literaria con autor conocido provenga de una mujer también nos hace reflexionar
sobre el papel que en la cultura y en la historia ha tenido este sexo. Tal vez
las sociedades del remoto pasado, de hace casi 4500 años, no fueran tan
primitivas como tendemos a imaginarnos.
PD:
Gracias a la información de Chascu he retocado algunos aspectos erróneos sobre
la teología Sumeria que estaban equivocados. Gracias, Chascu.