Todo
lo que sé y lo que soy lo aprendí en los libros. Y en los libros encontré la
historia de un hombre que salvó a más de diez mil personas escribiendo un libro.
Los salvó de morir en la hoguera acusados de brujería. Y con sus
palabras convirtió a España en el país más avanzado de su época.
El
hombre que salvó a las mujeres escribiendo se llamaba Alonso de Salazar y
Frías. No hay calles en su nombre, ni monumentos de piedra en las plazas que
recuerden como detuvo en solitario la barbarie armado tan sólo con su
inteligencia. Un hombre así debería ser el patrón laico de los escritores. De
momento tan sólo es el mío.
El
camino del diablo comienza antes de que Salazar naciera cuando lo que
nace es la persecución de mujeres inocentes llamándolas brujas. En 1486 se
publica el Malleus Malleficarum o
Martillo de las brujas y se convierte en el libro más leído de su época después
de la Biblia. Comienza el viaje de las mujeres hacia el fuego que como todo
viaje fue un viaje de palabras.
La
gente cree que los libros son inofensivos. No sabe que pueden matar, que pueden
violar, sodomizar o torturar. Como si Europa fuera un hidalgo manchego
cualquiera el libro vuelve locos a burgueses y campesinos. No es la primera vez
que un libro comienza una matanza ni será la última. Siglos más tarde un pintor
austriaco volverá a conseguir lo mismo con uno llamado Mi lucha. Es el
Holocausto de las mujeres. Dos millones fueron asesinadas en tres siglos, según
algunos autores.
La
peor afrenta que les hacemos a los muertos es no detenernos a contarlos y nadie
contó el número de las brujas muertas. No se conservan todos los procesos. Los
acusados de brujería fueron en su mayor parte mujeres: demasiado viejas, o
demasiado guapas, demasiado pobres o molestas en demasía. Las acusaron de
volar por los aires, de provocar tormentas quitándose las medias, de amamantar
sapos, de entrar por el ojo de una cerradura y sobre todo de copular con el
demonio. Y por tales crímenes las ahorcaron, las ahogaron en aceite hirviendo,
les arrancaron los pechos y las quemaron vivas.
Este
país que algunos llaman España, y la Edad Media han compartido la maldición de
tener un deplorable departamento de Prensa y Comunicación. Se culpa a la Edad
Media de la quema de brujas cuando en realidad tuvo lugar en la Edad Moderna y
se cree que la Inquisición española fue el principal verdugo de las brujas
cuando lo cierto es que incluso las protegió, y que la península fue uno de los
reinos europeos donde menos brujas fueron ejecutadas, y todo a partir de los
esfuerzos de Alonso de Salazar y Frías.
Salazar
tenía cincuenta años y hacía uno que había sido nombrado inquisidor cuando
llegó a Logroño a instruir el primer y, gracias a él, último gran proceso de
brujería que tendría lugar en España. No había participado en los
interrogatorios y apenas tuvo tiempo para salvar de la hoguera a Maria de
Arburu por falta de pruebas. En noviembre de 1611 se quemaron vivos a
seis brujos y sus piras fueron el comienzo de una epidemia de brujomanía: la
locura colectiva en virtud de la cual cada uno acusaba a su vecino, los niños a
sus padres y las madres a sus hijas.
Nadie
llega tan lejos como el que no sabe adónde va. A partir de mayo de 1611 Salazar
se embarcó en un viaje de ocho meses por los valles de Navarra. No podía
ocultarse a sí mismo la fascinación inconsciente por la magia, lo maravilloso
que sería para un hombre como él empeñado en la lucha por la razón encontrar
seres humanos capaces de volar por los aires, de matar a un hombre con una
mirada. Si algo así fuera cierto el Reino que tuviera tales armas sería
invencible. Por eso “si las brujas
existieran la ley debería reclutarlas para el Rey en lugar de perseguirlas”,
afirma Alonso de Salazar. En cada pueblo acudieron a él decenas, a veces
cientos de niños a confesar que uno u otro vecino los lleva por la noche al
Aquelarre mientras duermen, a unos en la figura de gato, a otros en forma de
perros, "los hay que salen vestidos
de ratones y los que vuelan transformados en mariposas".
Otros
se acercaban a él en los pueblos para retractarse de las confesiones que habían
hecho llevados por las torturas de sus vecinos o el miedo a perder la vida. Se
formaban colas de ancianas sordas que decían haber oído al Diablo, viejos con
cataratas que afirmaban haberlo visto y niños de teta que casi sin hablar ya
sabían decir Aquelarre.
Todos
acudían a ser "reconciliados" o sea perdonados y se confesaban brujos
pues creían que era la única forma de quedar protegidos de posibles acusaciones
de sus vecinos. Muchos acusaban para quedar libres o para conseguir
sus tierras o para vengarse de cualquier ofensa. Salazar anota las palabras de
un anciano que había acusado inocentes bajo las amenazas de un joven sacerdote
que pretendía así vengarse de sus enemigos: "Si
nuestro señor Jesucristo volviera a la tierra y comenzara de nuevo a curar
leprosos, hacer andar a lisiados y sobre todo resucitar a los muertos, de
seguro que le acusaban de brujo y le quemaban en el más glorioso Auto de Fe que
vieron los siglos".
Centenares
de muchachas afirmaron ante el inquisidor que en sueños y en el Aquelarre el
Macho Cabrío que otros llaman el Diablo les había arrebatado la virginidad. Por
fin Salazar había encontrado una afirmación susceptible de prueba. Con la ayuda
de matronas, Salazar demostró que todas las doncellas mancilladas por el diablo
menos una eran aún vírgenes.
Hizo
analizar por médicos y boticarios los supuestos ungüentos fabricados con
entrañas de recién nacido, con sangre de sapo o con semen de ahorcado. Los
galenos certificaron que no había nada de todo esto sino hierbas de los
campos. Probó en su perro y luego en sí mismo supuestos venenos
mortales que en las confesiones se decía fabricado para matar a mil personas y
ni siquiera les dio dolor de barriga.
Regresó
con mil ochocientas dos confesiones y la certeza de que "no hubo brujos ni brujas hasta que se habló de ello".
Más de mil de estos supuestos "brujos" tenían menos de ocho años.
No
encontró ni una prueba de la existencia de poderes sobrenaturales o artes de
brujería. Solo un monte extraño y verde bajo las nieves casi eternas, donde en
una mañana de invierno el rocío parece la respiración de un gigante y la vida
es más peligrosa que la muerte.
Convencido
de que han quemado a inocentes, de que la brujería no existe y de que han sido
las prédicas de los inquisidores las que han extendido el terror comienza a
escribir su Memorial y a mandar cartas a Madrid para lograr que la Suprema le
escuche. Una y otra vez sus cartas son interceptadas por sus compañeros, los
otros dos inquisidores que le acusan de estar poseído por el demonio y
una y otra vez vuelve a mandarlas. Escribe un voluminoso "Informe al
Inquisidor General" señalando las contradicciones y demostrando mediante
el positivismo la falsedad de las acusaciones.
A
finales de agosto de 1614 la Suprema (el Tribunal Supremo de la Inquisición)
acepta la tesis de Salazar en su memorial y de acuerdo con su doctrina promulga
el Edicto de Silencio para acabar con las delaciones, las acusaciones y las
envidias y una serie de medidas y garantías como la de no aceptar confesiones
bajo tortura o confesiones de niños, que en la práctica suponen la abolición de
la quema de brujas en España cien años antes que en el resto de Europa.
Mientras
a este lado de los Pirineos Alonso de Salazar detenía en nombre de la razón la
caza de brujas, al otro lado de los montes Pierre d'Encre sembraba el terror en
el país de Labord ejecutando a más de seiscientos brujos y dejando sentadas las
bases de una caza de brujas que duraría otro siglo más.
La
historia de España es una lucha constante entre la luz y la oscuridad. Entre la
razón y la barbarie. Nos han contado que siempre vence la barbarie y apagamos
una a una las farolas de la razón pero no siempre es así. En el proceso de
Zugarramundi la razón venció a la locura y lo hizo gracias a un héroe. Un héroe
que como todos los héroes no sabía que lo era, él aspiraba a ser aquello que le
habían encomendado: un abogado.
Salazar salvó al mundo escribiendo
Del
mismo modo que se culpa erróneamente a la Edad Media de la locura de la
"caza de brujas" que asoló a Europa en el periodo que va de fines del
siglo XVI, durante todo el XVII y en los principios del XVIII, también en el
imaginario popular la Inquisición y en concreto la Inquisición española es la
responsable de la quema en la hoguera de miles de brujas nada más lejos de la
realidad. De la locura que asesinó en Europa a millones de mujeres inocentes
solo se salvaron los países mediterráneos, y en concreto España, gracias a
Salazar, sólo recoge 59 ejecuciones documentadas.
La
culpa de nuestra mala reputación es que nuestra Inquisición siguió activa
cuando todos los países europeos ocupados con la Revolución Industrial la
habían abolido. Y España, que fue el primer país en detener la caza de brujas,
es uno de los últimos en quemar una bruja: una pobre ciega en
Andalucía en la época de las Cortes de Cádiz, de acuerdo con el testimonio de
José María Blanco White. Lo claro y lo oscuro. Los más adelantados y los más
retrógrados: toda la historia de nuestro país está contenida en la historia de
la caza de brujas. Una generación olvida lo que ha aprendido la anterior. El
mundo avanza en zig-zag como una ola en la que la luz y la oscuridad se
alternan, y soñamos que vamos a alguna parte.
Este
es el camino del diablo, el que recorre la historia cegando la luz y divulgando
mentiras como la guerra de sexos. Salazar y Virginia Woolf se han levantado
contra él. No se nace mujer, se llega a serlo, dijo Simone de Beauvoir; y no se
nace varón se llega a serlo: cada vez que a un niño pequeño no se le deja
llorar o a un hombre no se le deja gritar. Igual que de la crisálida se
desprende el capullo, de un niño reprimido nace un macho insatisfecho. Desde
pequeño se encierra la libertad del hombre en una botella esperando las
palabras mágicas que liberen al genio que todos llevamos dentro.
Y las
palabras mágicas son: no existen los sexos, solo las personas. Los únicos
demonios son los que circulan dentro de nuestros corazones, el camino del
diablo pasa por tu casa, por tu sala de estar, se alimenta en cada rincón donde
un hombre maltrata una mujer, donde una mujer maltrata un niño.
Sólo
tú puedes detener el camino del diablo porque no hay más diablo que nosotros
mismos.
Eugenia Rico
es escritora.
Su obra “El camino del
diablo” obtuvo el IX Premio Llanes
de Viajes.